El Athletic pasó por encima de todos los condicionantes que planeaban sobre un encuentro especial y brindó una exhibición de genio y puntería que vale el billete para una nueva final de Copa. Los nervios, la responsabilidad, la amenaza latente que representa el Atlético de Madrid, el indigesto aperitivo del fin de semana previo en liga, nada de nada le desvió de su objetivo. Funcionó como una apisonadora, sin conceder ni la más mínima opción a un rival desbordado por la electricidad de un grupo de futbolistas que se reivindicó bajo al aguacero con una propuesta impactante.

El Athletic acudirá el 6 de abril a La Cartuja para resarcirse de la extensa serie de defraudaciones que le han impedido alzar su trofeo favorito en los últimos tiempos. Ese tesón, su constante presencia en las rondas finales del torneo, desembocó anoche en un festival de juego y goles que sació por completo a sus seguidores, dichosos testigos de un alarde al que poca cosa pudo oponer el rival. Cual torbellino, el equipo de Ernesto Valverde firmó una goleada y se quedó corto. Fabricó situaciones de sobra, resquebrajó la tupida estructura de un Atlético que lo intentó y acabó derrengado, con el ánimo por los suelos ante el ejercicio de entereza de un anfitrión hambriento e increíblemente afilado. 

Era el tercer cruce de la temporada con los colchoneros y el saldo no puede ser más elocuente: tres victorias, seis goles a favor, ninguno en contra. Si en liga, en el escenario de ayer jueves, el Athletic les dio un soberano repaso, qué decir esta vez. En una cita tan particular, a vida o muerte, tampoco hubo color. Rescató una versión estelar, como reclamaba la dimensión del evento, que le convierte por derecho en claro favorito al añorado título. No cabe el recato ni debe interpretarse la afirmación como un desliz provocado por la euforia desatada en La Catedral. 

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Las notas de Aitor Martínez: A la final a lomos de Nico Williams Aitor Martínez

Valverde y Simeone pusieron sobre el verde lo mejor que tenían disponible. En una noche sin margen de rectificación, cero sorpresas o experimentos. La grada, ansiosa, esperaba que los suyos aplicasen la fórmula casera que tan buenos réditos les ha dado, pero al principio se quedó con las ganas. Fue el Atlético el que tomó las riendas y se puso a tocar y avanzar, exprimiendo la tensión de unos futbolistas que perdían la pelota demasiado fácil y rápido. Hubo hasta dos remates contra Agirrezabala, flojos, pero inquietantes. Y de repente, el panorama experimentó un vuelco. De la nada. Primer balón de Nico Williams, apura hasta la línea de fondo y templa con gusto al palo opuesto, donde su hermano engancha una volea imposible para Oblak.

Visto y no visto. El Athletic doblaba la ventaja que se agenció en la ida y empezaba, entonces sí, a funcionar, mejor ubicado, presionando más arriba para obstaculizar las combinaciones colchoneras. Así todo, perseveró el visitante, que se estaría preguntando qué es lo que hizo mal para recibir semejante correctivo. Bueno, pues cerca de la media hora, segundo chispazo de un Athletic que halló en las bandas la solución ideal para explotar su enorme pegada. Los protagonistas, los mismos, pero ahora invirtiendo los papeles: Iñaki se fue de su par y su centro raso lo empalmó Nico. La rosca, un tanto mordida, no pillaría portería por poco.

El partido se fue espesando, cada minuto costaba más dotar de agilidad al juego, tampoco el estado del terreno parecía colaborar, pero no fue impedimento para que, de nuevo, los extremos del Athletic se luciesen: el veterano burló la oposición de un Hermoso fuera de quicio a esas alturas y sirvió el pase de la muerte para que el joven culminase rodeado de defensas. 

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EN IMÁGENES: ¿Has estado en San Mamés viendo el Athletic - Atlético? Búscate en nuestra galería Oskar González

El impactante ejercicio de eficacia dejaba la ronda sentenciada con la mitad del encuentro por disputarse. Algo que seguramente contradijo cualquier expectativa. Cierto que, en términos futbolísticos, acaso no hubiese entre los contendientes la distancia que reflejaba el marcador, pero en fútbol nada se cotiza al precio del acierto y los de Valverde, aparte del despliegue habitual sin balón, estuvieron tocados por la varita de la inspiración en el día más señalado. Tres acciones de ataque, dos goles. Ya solo necesitaba preservar la intensidad en la reanudación y comprobar si a los de Simeone les quedaban ánimo y recursos para rebelarse ante un resultado global tan rotundo.

Pues, de entrada, guion idéntico al del primer acto. En un suspiro, el Athletic se anotó tres llegadas peligrosas: ni Nico ni Sancet ni Guruzeta estuvieron finos. No quiso esperar más Simeone e introdujo tres cambios, que no obraron una transformación significativa para sus intereses. Al contrario. Guruzeta subía el tercero de la noche cumplida la hora. Una acción de ocho pases por todo el frente de ataque que retrató la impotencia del Atlético, desequilibrado para frenar un fútbol tan vertical, vertiginoso.

Continuó el Athletic con el acelerador pisado, no cedió un ápice su aplicación en la disputa de cada pelota y cada metro de terreno. Agradeció además que Sancet cogiese el hilo, aunque poco a poco el rival avanzó metros y se cobró varios remates. Ello pese al excelente balance defensivo del conjunto y la jerarquía de la pareja de centrales, insuperables. Un golpe franco de Memphis fue lo más comprometido, pero el portero respondió con nota. Y repitió luego para frustrar a Riquelme. 

Valverde fue retirando personal, un poco tarde, pensando en el domingo. La afición, enloquecida, celebraba el éxito mientras el Atlético insistía en pos del gol del honor, pero ni eso consiguió. Ayer, el Athletic no quiso ni dejar las migas. Se lo comió todo.