INTENCIONES, criterios y dinero serían factores sujetos a variaciones, no así las fechas, que también, aunque su particularidad estriba en que estas cambian en un único sentido. El calendario avanza sin remedio, hacia adelante, y como hablamos de contratos que caducan con la presente temporada, resulta obvio que los márgenes para su gestión se están reduciendo. Falta un mes para que los futbolistas que terminan en junio queden liberados para negociar su futuro al margen de la disciplina del club.

El dato, siendo en sí mismo trascendente, se puede valorar desde la perspectiva de Ibaigane o la del vestuario, no necesariamente coincidentes, como se comprobará en el caso de unos cuantos jugadores cuando llegue el momento de la verdad. Los habrá que aspiren a seguir en el equipo, la inmensa mayoría, aunque la clave de un posible acuerdo descansará en las condiciones. Y no hay que descartar que haya quien prefiera irse, que no tiene por qué ser por diferencias en la negociación.

De cualquier modo y pese a que la atención esté monopolizada por el buen desempeño del equipo en la competición, el futuro deportivo se antoja, como mínimo, incierto. Más allá de que las operaciones pendientes afecten a la mitad de la plantilla, lo cual ya constituye un problema gordo, merece una reflexión el panorama que se abre de cara a la próxima campaña y siguientes. Casi la mitad de los jugadores implicados en este proceso han superado una edad, varios con holgura, que objetivamente compromete su posibilidad de permanencia.

En los últimos años se ha aplicado una política de renovaciones que ha primado la veteranía. Consecuencia de ello, la realidad actual: demasiados hombres que enfilan el ocaso de su carrera y dejaron atrás su mejor rendimiento. Una línea que ha sido posible porque los entrenadores han puesto de su parte. Lo han hecho apoyándose sin remilgos en los más experimentados para diseñar las alineaciones. Lógicamente, este esquema ha ido en detrimento de la opción que representan aquellos futbolistas de la cantera que han ido incorporándose al grupo.

Parafraseando a Valverde, cabría echar la culpa a los ingleses, que en su día reglamentaron que a esto se juega con once y el Athletic no es ajeno a la norma, pero en un espacio breve de tiempo y al paso que va la burra, se va a encontrar con que carece de relevos con el suficiente bagaje para suplir a los que por ley de vida se tienen que ir. En demarcaciones concretas, los laterales y el centro del campo, esta situación está a punto de producirse. Al caer. Ya puestos, añadir que tampoco anda el equipo sobrado de centrales.

La manera en que se está planificando el porvenir y hay que insistir en que no es un tema reciente, viene de lejos, es la auténtica madre del cordero. Mientras prevalezca una visión cortoplacista, orientada a obtener resultados inmediatos, flaco favor se le hace a la entidad. Tanto apelar a las limitaciones asumidas de buen grado en materia de captación, mercado y demás cuestiones relacionadas con la conformación del equipo, se contradice con la miopía que inspira el método vigente. Método que incluso en su vertiente económica ocasiona un perjuicio al club porque, con contadas excepciones, los contratos más altos corresponden a los que acumulan años de servicios.

Por supuesto que no cabe hacer tabla rasa, hay jugadores en la treintena que acreditan su valía, al igual que otros, más jóvenes o chavales que no. Pero lo preocupante es que en este segundo segmento exista gente, bastante gente si se repasan las plantillas de un lustro para acá, que consume una o dos temporadas sin apenas participar o que se han visto en la tesitura de abandonar el Athletic precisamente por esta razón. Realidad que, por ejemplo, contrasta con la edad de tres de los cuatro fichajes más recientes.

No existe mejor celebración de los 125 años de existencia del club que pensar seriamente en cómo llegar con buena salud al próximo aniversario redondo.