Victoria de confirmación a cargo de un Athletic con demasiadas cuentas pendientes. La jornada tenía mucha miga. No cabía obviar la entidad del adversario, un Betis que entró con buen pie en la competición y ya se llevó los puntos en su anterior visita. Pero quizás el envite debía analizarse desde una perspectiva condicionada por la necesidad propia. Urgía recuperar el mando en San Mamés, gobernar y, cómo no, resolver como corresponde a un anfitrión para dar así continuidad a la positiva impresión ofrecida una semana antes en El Sadar. En suma, asuntos de enjundia que iban a poner a prueba la entereza y el índice de acierto, una asignatura esta particularmente deficitaria en los últimos tiempos delante de la afición. Bueno, pues las mejores expectativas se cumplieron. El Athletic se anotó una victoria de gran valor para su autoestima

Impredecible es un apelativo que al fútbol le encaja como un guante. Todo o casi es posible sobre la hierba. Cualquier aficionado está en condiciones de atestiguar que ha presenciado cosas increíbles con un balón por medio, por supuesto de signo diverso. Quienes siguieron anoche el partido de San Mamés tienen a mano un ejemplo más que archivar en su memoria, un espectáculo imborrable que añadir a su listado de espectáculos que alteran el pulso y disparan la adrenalina hasta extremos insospechados.

El primer tiempo del Athletic-Betis concentró cuanto la imaginación más rebuscada o traviesa puede abarcar. Cinco goles: dos mazazos visitantes en un santiamén, casi sin romper a sudar, y triple réplica rojiblanca para enardecer a una grada que ya se había hecho a la idea de que debería esperar al cruce con el Cádiz de mediados de septiembre para asistir en directo a un triunfo propio. Todo, absolutamente todo, se puso en contra en un arranque desconcertante del que el Betis extrajo un beneficio extraordinario. Fueron un par de acciones aisladas que recordaban en exceso a lo ocurrido la pasada temporada (gol de Willian José en el minuto seis que fue decisivo) y, lógicamente, volvió a sobrevolar la convicción de que jugar en casa más que una ventaja supone un problema grave para el equipo de Ernesto Valverde.

Cierto es que en los minutos que separaron los aciertos andaluces se apreció una correcta actitud, un afán por morder arriba, nadie bajó los brazos, pero en ese instante semejante losa solo auguraba la enésima decepción, otro revés. El Athletic perseveró tras la contra convertida por Isco. Vivian alentó a los suyos con un cabezazo escupido por el larguero. Seguido Iñaki Williams marcó, pero en posición ilegal. 

El intenso ritmo empezaba a incomodar seriamente al Betis, incapaz de maniobrar con su cadencia característica. Perdía los duelos y reculaba ante la verticalidad de los extremos locales. El juego, claramente inclinado hacia el área de Rui Silva, continuó adquiriendo profundidad y así entre los Williams fabricaron un penalti que Grado Soto concedió pese a las reticencias del VAR. Vesga, omnipresente en la zona ancha, engañó al portero y revitalizó el ánimo del grupo.

Muniain acarició la igualada con un chut a la madera desde la frontal. El siguiente lance confirmó la excepcionalidad del partido: otro penalti con los mismos protagonistas, Nico Williams y Vesga. Esta vez el VAR sí apreció la infracción, no así el árbitro. Marcador equilibrado y la impresión, razonable, de que la furibunda reacción no quedaría ahí. El Athletic estaba borrando del campo a su oponente a base de garra, iba lanzado.

Fruto de ello se materializó la remontada en el larguísimo alargue previo al descanso: Iñaki Williams sirvió al cogollo del área, Guruzeta se anticipó a su par y fusiló. La hazaña estaba consumada. Quedó patente que el genio, la convicción y la generosidad son armas letales si los de enfrente carecen de un repertorio similar. Y fue evidente que el Betis no está preparado para asimilar batallas tan exigentes en el plano físico.

El segundo acto discurrió por derroteros muy distintos. Cobrada la ventaja, el Athletic adoptó un planteamiento más conservador. Le tocaba al Betis tirar hacia adelante, arriesgar y, sobre todo, elevar las revoluciones. Nada de esto consiguió plasmar. Los rojiblancos adoptaron un repliegue, sin meterse demasiado atrás; retrasaron líneas sin dejar de pisar terreno rival y fueron minando la moral de los chicos de Pellegrini, impotentes para equiparase en ardor a un grupo que no estaba por la labor de echar por la borda la demostración realizada previamente.

El movimiento en los banquillos no hizo sino reforzar la convicción de un Athletic que prácticamente no pasó apuros en este período. Tampoco creó en ataque, pero le bastaba con mantener a raya al Betis, tarea en la que influyó la gente que entró de refresco. Además, Vesga no soltaba la batuta y los Williams constituían una amenaza permanente. El técnico chileno puso más carne en el asador, en ataque quiere decirse, lo que trajo un debilitamiento en la zona ancha, dejando a la zaga más expuesta.

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En imágenes: ¿Has estado en San Mamés? Búscate en nuestra galería Borja Guerrero

Guruzeta, a servicio medido de Iñaki Williams, un día más muy entonado, tuvo la puntilla, pero el cabezazo a placer le salió muy centrado. No hubo más aproximaciones de entidad a los dominios de Rui Silva hasta que Williams vio que Villalibre tiraba el desmarque en perpendicular a la portería y trazó el pase de la muerte. El ariete no llegó por poco, pero el portero, agobiado, apenas pudo dar un manotazo a la pelota que dejó muerta para que Unai empujase a puerta vacía. Liquidado.

Las lágrimas de emoción vertidas por el chaval en la celebración fueron el epílogo perfecto a una noche vibrante que debería servir para que el equipo sea consciente de su auténtico potencial. Resulta oportuno recordar ahora que tanto Osasuna como Betis se clasificaron por delante el año pasado.