Un Espanyol con el agua al cuello y en cuadro fue capaz de frenar en seco al Athletic, que brindó una imagen deslavazada de principio a fin. Se comportó el equipo de Ernesto Valverde como nadie esperaba, muy alejado de las versiones que había encadenado previamente. Espeso, lento, fallón, sin filo, sin gracia, sucumbió ante el ejercicio de supervivencia al que se aferró su adversario. Lo peor fue que no se limitó a firmar unas tablas aceptables tal como discurrió el asunto, sino que dejó escapar los tres puntos. Pagó carísimo el único gol recibido en el campeonato, fruto de un error grueso de la pareja más inspirada hasta la fecha, la formada por los centrales. Cuando el día sale cruzado falla incluso aquello que mayores garantías ofrecía. El contratiempo deshace el hechizo en que se habían instalado los rojiblancos y abre el apartado de dudas que se apodera del ambiente tras un revés en absoluto previsto.

Pintaba bien el día y acaso en esa relativa, aunque hasta cierto punto comprensible complacencia que se intuía podía existir dentro y que se percibía en el entorno, halló su perdición el Athletic, al que en esta oportunidad no le sirvió con arrancar enchufado o con cargar con la iniciativa en la mayoría de los minutos. Pudo obtener ventaja en el primer período, contó con dos o tres situaciones para ello, no más, pero de nuevo salió a relucir la impericia en los metros decisivos y su fútbol se fue apagando de manera paulatina. Enfrente, la resistencia de quien asume su inferioridad, se las arregla para mantenerse en pie y minimiza las concesiones, que también las hubo. La clarividencia de Darder y la formidable pelea de Joselu, a modo de contrapunto en un registro colectivo absolutamente gris, pragmático por obligación.

Al Athletic no le sirvió con arrancar enchufado o con cargar con la iniciativa en la mayoría de los minutos

En suma, no cabe aducir que el rival estuviese inspirado o desplegase argumentos intimidatorios, qué va. Sucedió sencillamente que el Athletic ni se aproximó al nivel que le encaramó a la parte noble de la clasificación. Sus prestaciones resultaron insuficientes y la madeja se le fue enredando sin remisión. Tampoco las maniobras que sobre la marcha ordenó el entrenador surtieron el efecto pretendido. En definitiva, salieron a relucir una serie de deficiencias que parecían superadas, pero que se arrastran de campañas anteriores, como cualquier aficionado sabe.

Valverde insistió con la apuesta que había puesto al equipo en el buen camino y el resultado esta vez fue del todo decepcionante. Solo con el deseo y la intención no basta, hay que dar la talla y para eso no queda otra que imprimir un ritmo alto, ser constante y aportar en el plano personal a fin de que el colectivo funcione. Especialmente, aquellos hombres que lucen la vitola de indiscutible. Este domingo, la mayoría de los protagonistas no dio la talla. Con el criterio de Vesga, la laboriosidad de Berenguer y detalles de Sancet, como únicas notas destacables, el equipo pronto se convirtió en un grupo vulgar. Esforzado, pero vulgar y cuando esto sucede, es posible que hasta una víctima propiciatoria como el conjunto que tuvo que presentar Diego Martínez lo acabe rentabilizando.

Dos o tres avances de Berenguer animaron el cotarro de inicio. Un amago apenas. Luego, vinieron dos pases del extremo zurdo que ni Iñaki Williams ni Muniain consiguieron rematar, ambos en posición privilegiada. Son acciones que enseguida evocan desenlaces como el que finalmente tuvo lugar, pero ayudan asimismo a avivar el fuego de la esperanza. Acabará entrando piensa quien más quien menos. Sin embargo, si se descuenta lo relatado y un cañonazo en jugada de estrategia que Berenguer estampó en el larguero, la producción ofensiva no dio más de sí. Y esto último sucedió justo antes del descanso.

Por mucho que la grada empuje, si el balón no corre en la dirección correcta es posible que un enemigo del montón conquiste San Mamés

Luego, el desierto y la leve sensación de que el Espanyol, comprobado que no sufría daños serios, sacaba la cabeza a ratos. La entrada de Guruzeta desplazó a Iñaki Williams a la banda, donde su hermano pasó desapercibido. La suerte del recién llegado no tuvo la continuidad requerida. Tampoco cargar la mano en el área con Raúl García, que suplió al ariete original, quien pareció incómodo aunque puede que no le molestara el tobillo lastimado el pasado lunes. La retirada de Sancet, presumiblemente cansado, se cubrió con Vencedor, decisión un tanto desconcertante, dado que se trataba de potenciar la creación, pero sobre todo la profundidad. La cosa es que nada de lo probado trajo beneficio alguno. El debutante Álvaro Fernández se retiró a la ducha sin realizar una sola parada comprometida. Dato que certifica la insipidez que caracterizó las evoluciones del Athletic a lo largo de cien minutos que se hicieron larguísimos.

El Espanyol, que sobre la marcha tuvo que paliar dos lesiones con chavales del filial, pues no tenía más en el banquillo, veía más y más asequible el punto a medida que el cronómetro corría. Seguramente, la reflexión de la grada sería coincidente, pero Darder siempre se guarda una ocurrencia en la recámara. Sirvió al espacio para que Braithwaite corriese, el danés pugnó con Vivian y entonces se cruzó Yeray en la ayuda, pero se equivocó, chocó con el compañero y la fortuna quiso que el balón quedase franco para el remate. A un cabezazo muy forzado de Yeray que salió a metro y medio de la portería se redujo la réplica local. Un remate en casi quince minutos.

No hubo una única razón que explique la derrota, fueron unas cuantas y prácticamente todas se han de poner en el debe del Athletic, cuyo juego fue un monumento a la inoperancia. Y por mucho que la grada empuje, si el balón no corre en la dirección correcta es posible que un enemigo del montón conquiste San Mamés. Ya tenemos un ejemplo.