Preguntado por la puntería del equipo tras el 0-0 con el Mallorca, Ernesto Valverde comentó dos cosas: la insistencia es la única fórmula que conoce para elevar el porcentaje de acierto y, siendo el primer partido del curso, no ve motivos para preocuparse por este tema. Se trata de dos reflexiones que no cuesta demasiado compartir, especialmente por el contexto en que se realizan, oportunamente subrayado por el técnico, pero tampoco se debe obviar que la estadística rematadora viene siendo la principal rémora del Athletic, el auténtico motivo que le ha conducido, por ejemplo, a cumplir un lustro entero sin pisar Europa.

Yendo al grano, quizá no sea muy justo censurar la escasa pericia propia, a la que habría que añadir el infortunio y la respuesta del portero contrario, cuando el Athletic consigue firmar una producción ofensiva tan abultada como la del pasado domingo. Ocurre sin embargo que las valoraciones en el fútbol de competición siempre están conectadas al resultado. Esta vez no iba a ser la excepción, aunque el tono general de los análisis haya sido amable, condescendiente incluso. Las lecturas en torno al asunto del gol adquirirán un cariz diferente en función de lo que pase el próximo domingo en el mismo escenario, esta vez con el Valencia delante.

Desde luego que si los rojiblancos no se muestran más hábiles en el área, seguro que se abrirá un amplio espacio para la crítica. En la hipótesis opuesta, se alabará el avance, se dirá que la perseverancia ha dado su fruto y que enfilan la senda correcta. Ahora bien, para marcar, además de actitud y suerte, conviene disponer de un plan y de gente que, no solo se atreva, sino que posea esas virtudes que se asocian a los goleadores. Frente al Mallorca, la mayoría de los que participaron, de inicio o sobre la marcha, anotaron algún intento. Curiosamente, los dos que más cerca estuvieron de acabar en la red, a cargo de Vesga y Yuri, nacieron de sendos remates lejanos que la madera repelió. También hubo varios dentro del área que exigieron la intervención del portero, todos mal ejecutados por parte de Berenguer, Muniain, Guruzeta y Nico Williams.

"Para marcar, además de actitud y suerte, conviene disponer de un plan"

Villalibre merece un aparte, pues él probó en cuatro ocasiones y ninguna en posición favorable en gran medida debido a la poca calidad de los servicios dirigidos a su zona de influencia. En realidad, se tuvo que buscar la vida rodeado de centrales sin que sus compañeros fuesen capaces de localizarle a fin de que recibiese un pase aprovechable. Además, contribuyó a montar dos contras, ambas cortadas en falta cerca del área, y se asoció en terreno minado para posibilitar otro par de situaciones nítidas de peligro. También es cierto que pecó de ansiedad en varios desmarques en el área o que no anduvo lo rápido que requería un balón en ventaja que le filtró Sancet con la zaga pillada a contrapié.

El balance personal del ariete fue de lo más destacado de la tarde, habida cuenta las particulares circunstancias de un partido orientado por el cerrojazo isleño. Ello, junto a la ubicación del Athletic en el campo, le obligó a incrustarse en una tupida red de defensas que no se anduvieron con miramientos. No cabe pedirle mucho más cuando resulta que los encargados de nutrirle se enredan y se equivocan con tanta frecuencia. Valverde optó por transformar el frente de ataque al completo y uno de los primeros relevados fue Villalibre, antes de la hora de juego. Es posible que notase el desgaste, pero ni Raúl García ni Guruzeta le emularon en el rendimiento.

Alas e interiores

Yuri pasó muchos minutos instalado arriba, mientras que De Marcos fue más selectivo en sus incorporaciones. Cualquiera de los dos sumó más que los extremos: Berenguer e Iñaki Williams, luego Nico Williams y a última hora, en clave casi testimonial, Adu Ares. El hecho de que la pareja de titulares no diese con la tecla supuso una evidente merma en la generación de oportunidades. Casi nunca desbordaron y, lo dicho, sus centros dejaron mucho que desear, también a balón parado Berenguer.

El repaso del juego de ataque queda incompleto sin mentar a Muniain y Sancet, llamados a dirigir la operación de acoso y derribo del Mallorca en que se convirtió el encuentro. Romper líneas, aclarar el fútbol, aparecer para recibir, dotar de agilidad a las maniobras, son el tipo de funciones que les correspondía desarrollar. Pero su labor fue insuficiente porque quisieron asumir el protagonismo que debería haber recaído en el balón. La complejidad que entraña asaltar una fortaleza como la que levanta Javier Aguirre aconseja mover la pelota rápido. Siendo algo básico para descolocar a un conjunto que se protege con el culo tan hundido, ninguno de los interiores supo interpretarlo.

Luego, en una serie de lances, dio la impresión de que uno ocupaba el terreno del otro y viceversa, que al coincidir en vez de sumar se anulaban. Tampoco era el día de empeñarse en conducir o en retar a dos rivales en la misma acción. Recibir, soltar y apoyar la jugada hubiese sido la idea más práctica, pero fue lo que menos probaron. Vesga actuó cómodo unos metros por detrás porque el Mallorca no salía a morder tan arriba, pero Muniain y Sancet anduvieron muy cortos de inspiración.

Mejoró el equipo con Zarraga en el lugar del que partía Sancet y uno de los motivos fue que al revés que el navarro, que a menudo pidió la pelota dando la espalda a su marcador y así le fue, el vizcaino recibió en lugares desde lo que podía progresar, con la portería visitante en su campo de visión. Todas estas observaciones, como cualquier aspecto del juego, brindan una información que a Valverde no le pasa desapercibida y maneja con un conocimiento de causa superior. Información que merece la pena ser revisada.