En absoluto resultaría exagerado afirmar que el Athletic de Ernesto Valverde arranca la competición con menos dos puntos. Los que no logró amarrar en el marcador ante un Mallorca que se retiró encantado de San Mamés. La total ausencia de goles constituye un vago reflejo de un encuentro que se disputó con el terreno permanentemente inclinado hacia la portería de Rajkovic, una de las estrellas de la tarde, quizás la más luminosa de todas, pues sin su particular aportación el cuadro local no hubiera terminado con la amarga sensación que, por cierto, no le es desconocida. Y es que lo presenciado este lunes guarda bastante semejanza con unas cuantas experiencias vividas a lo largo de la campaña anterior. El Athletic lo intentó de todas las formas posibles y la fortuna le fue esquiva, aunque se observaron diferencias sustanciales respecto a la propuesta de Marcelino García.

No obstante, continúan pesando en exceso determinadas carencias y varios vicios por los que se abona un precio muy alto, desproporcionado. Sin ir más lejos, este 0-0 en alguna medida responde a errores muy habituales entre los rojiblancos, sobre todo en acciones que reclaman mayor precisión e instinto. He aquí otro de los argumentos que explican la decepción sufrida. El desperdicio de situaciones propicias, a veces en ventaja, en la zona donde se fabrican las oportunidades asoma como una de las cuestiones a analizar y corregir. Centros deficientes, precipitación, elecciones erróneas o una infrautilización de la estrategia fueron aspectos que ejercieron su influjo en el desarrollo del juego y en el resultado, claro. Pero por encima de todo ello no cabe sino admitir que el Athletic mereció ampliamente un desenlace más generoso para sus intereses, al igual que el Mallorca se ganó a pulso la derrota.

Solo el número de remates contabilizados bastaría para comprender qué tipo de duelo se celebró. Tampoco es broma el capítulo de la posesión o el dominio territorial, a ratos abrumador, que ejercieron los rojiblancos, sobre cuya actitud es imposible colocar un reproche. En realidad, el Athletic dejó claro que estaba perfectamente mentalizado para lo que le esperaba. El guion fue clavado al que se presumía de víspera. Para Javier Aguirre cada jornada es una batalla de desgaste, fricción constante y riguroso orden táctico. Con esos valores se plantó en terreno propio y soportó con desigual entereza el empuje local. No le hizo ascos a un repliegue exagerado en los ratos en que más inspirado estuvo el Athletic, la cosa iba de achicar espacios y repeler sin miramientos cualquier lance que hiciera peligrar el punto que finalmente conquistó.

Incluso contó con el favor de la madera, en dos ocasiones, en la segunda previo desvío al límite de Rajkovic tras un latigazo de Yuri. En el inicio de ambos períodos el Athletic transmitió con nitidez cuál era su idea. Pasó asimismo por fases anodinas, pues con el discurrir de los minutos es inviable sostener un ritmo tan elevado proyectándose en ataque, pero tuvo arrestos para perseverar e invertir el máximo ahínco en el último tramo. En síntesis, el equipo tuvo la virtud de lograr que el goteo de remates nunca se interrumpiese y es meritorio porque enfrente se encontró con una estructura descaradamente conservadora, plagada de tipos altos y fuertes o correosos. El Mallorca no se anduvo con disimulos y en general asumió su inferioridad con el clásico planteamiento del superviviente vocacional.

Valverde pensó que semejante panorama requería de la reunión de Sancet y Muniain por delante de Vesga. Además, eligió a Villalibre de salida, presumiblemente atendiendo al estado físico más precario de Raúl García. El resto del once se atuvo a lo previsto, con Iñaki Williams, en la banda, lejos del radar del trío de centrales que alinea Aguirre. Y con dichos mimbres, el Athletic aspiró legítimamente a coger ventaja muy pronto. La frustrante impresión de que nunca dejó de merecer ponerse por delante se fue acrecentando según corría el cronómetro. Sin embargo, la esperanza no se perdió y en ello influyó, aparte del empeño de los futbolistas, que el entrenador no se conformó y fue refrescando filas hasta transformar el paquete ofensivo del grupo. Es decir, agotó cuantas alternativas le ofrecía la lista de convocados, con desiguales rentabilidades, es cierto, pero desde luego Valverde rehuyó siempre del inconformismo. Una buena noticia que iría en sintonía con los criterios que ha mostrado en la pretemporada.

Por momentos pareció que tanto remover piezas decantaría el encuentro, pese a que persistió el aislamiento de los hombres de área. Villalibre fue quien más remató, sin contar con servicios cómodos, quizá pretenderlo era utópico frente a las tres torres que protegían al meta serbio, encargado en última instancia de sacar tres o cuatro manos salvadoras. En la carga final, con Raúl García y Guruzeta a su lado, siguió habiendo una escasez de suministro, pero se trata de detalles a mejorar. No puede exigirse en el primer compromiso oficial que la máquina esté del todo afinada. Es una jornada para calibrar la predisposición, el afán del colectivo, su confianza y, por qué no, sus ganas de agradar a una afición que estuvo en su sitio, transmitiendo aliento y fe en las posibilidades del equipo.

La conclusión debe ser positiva, el marcador no se ajusta a lo sucedido, pero es obvio que Valverde ha emprendido una vía que permite apelar a un optimismo que únicamente el maldito 0-0 se empeña en cuestionar. Tiene labor por delante, pero ya ha puesto las bases de lo que quiere: juego agresivo y valentía en la gestión de cada cita.