N su despedida, haciendo uso del derecho que le asiste a decir lo que estime oportuno, Marcelino expuso las razones que le han llevado a dar por concluida su relación con el Athletic. Aseguró que, al contrario que en la etapa recién concluida de Aitor Elizegi, no creía que el club le brindase la confianza que le gustaría sentir para seguir adelante. "No he percibido el interés inequívoco", llegó a manifestar. Puede que no haya caído en la cuenta de que eso que echa en falta y cuya ausencia le habría impulsado a tomar la decisión de irse, no era sino un imposible.
Lanzada la carrera electoral y con una gestora de retén en Ibaigane, Marcelino no ha debido entender que no existía un interlocutor válido para su persona si lo que perseguía era continuar trabajando aquí. Esta realidad irrefutable dejaba su porvenir en Bilbao en suspenso. Al encontrarse el club en precario por culpa de la fecha electoral, el futuro gobernante de la entidad (para este asunto da igual quién vaya a serlo), a fecha de hoy carece de autoridad, de legitimidad, para escoger entrenador. Por supuesto que cualquiera de los precandidatos puede contactar con el técnico que desee, también con Marcelino, y prometerle que el banquillo de San Mamés será suyo, pero sería una propuesta exenta de fundamento hasta que las urnas se pronuncien el 24 de junio. Y ese día debería ocurrir que quien le quiere a su lado, obtenga el visto bueno de los socios.
¿Estaba dispuesto Marcelino a esperar hasta entonces? Nadie se lo preguntó ayer y él podría haber respondido que tampoco recibió una oferta en firme como para planteárselo. Esto ya se sabía, lo reveló al referirse a los contactos que mantuvo con Barkala y Arechabaleta. A lo mejor, el sueño de Marcelino iba de que ambos acordaran que, ganase quien ganase, sería él quien dirigiese al Athletic el próximo curso. Acaso alguien le vendió como plausible dicha posibilidad y la tomó en serio. De ahí su decepción. Si bien, con la aparición de un tercer aspirante a la presidencia hubiera dejado de ser una fórmula infalible.
Era mucho pretender que ese imaginario consenso adquiriese forma. De un lado porque la figura del entrenador es un factor de peso, que permite distinguir a las planchas que se presentan. Aparte de que el técnico del primer equipo sea una pieza clave, para qué engañarse: durante la campaña, por mucho empeño que se ponga, no es fácil hallar diferencias sustanciales de verdad (y procesables para la masa social) en los planes diseñados para "optimizar" Lezama, piedra angular del club. Lo mismo en el área económica, que versa sobre habas contadas, digan lo que digan los especialistas salidos de universidades de postín.
Por otra parte, da la impresión de que Marcelino se va persuadido de que merece la renovación y no ha asimilado demasiado bien que haya quien opine de otro modo. Entre la gente con una visión distinta, los aspirantes a suceder a Elizegi. Sin conocer sus motivos para considerar que existen alternativas acreditadas, entrenadores que merecen la pena y que funcionarían en el Athletic, tampoco hay que escarbar en exceso para exponer argumentos que devalúan el floreado balance de los últimos 17 meses.
La progresión del equipo en algunas facetas al cabo de este tiempo no se discute, pero el Athletic no se ha quitado de encima el defecto de la irregularidad, el gran objetivo de Marcelino; se ha abonado a un juego a menudo previsible, sin atractivo, y la rigidez táctica algo tendrá que ver; la renovación del plantel ha sido más aparente que real, pues los veteranos han copado un sinfín de minutos con un nivel discreto (sus renovaciones, bendecidas por el técnico, son significativas); no se han resuelto carencias palmarias, no solo en el apartado goleador; son contados los futbolistas que han crecido, menos de los que se han estancado o retrocedido; y el grupo se ha derrumbado cada vez que ha acariciado la gloria, salvo en la Supercopa de 2021, cuando Marcelino apenas había dirigido siete sesiones.