Aunque hace más de nueve años que dejó el Athletic rumbo al Bayern de Múnich, Javi Martínez sigue generando todo tipo de comentarios entre el entorno rojiblanco. Ahora ha sido el propio jugador de Aiegi el que ha alimentado el morbo. En su primer directo en Twich, el actual jugador del Qatar Sports Club ha abordado todo tipo de preguntas relacionadas con su pasado en Bilbao.

El nombre del navarro se relacionó con el Athletic hace unos meses, una vez que trascendió que iba a terminar su exitoso periplo en la Bundesliga. Pero todo se quedó en agua de borrajas. Al parecer, por las altas pretensiones económicas de Javi Martínez, que al final apostó por jugar en una liga menor como la catarí. Él lo desmiente: “En el Athletic podía haber cobrado más que aquí. El dinero no lo es todo, había otras cosas que prefiero quedarme para mí”.

EL SALTO DE LA VALLA

De lo que sí habla en profundidad es del surrealista capítulo que protagonizó en Lezama semanas después de que el Bayern abonara los 40 millones de euros que figuraban en su cláusula de rescisión. Trascendió ante el revuelo generalizado que había saltado la valla de las instalaciones rojiblancas de noche y que fue descubierto por el guarda de seguridad. La razón de todo ello y si fue así no se conocía hasta ahora.

“Cuando me fui del no pude llevarme nada conmigo. Tenía muchas cosas después de seis años allí, alguna muy importante. Cuando tuve un fin de semana libre le pedí permiso a Heynckes para ver si podía ir a Bilbao a recoger las cosas y despedirme de todos los compañeros”, relata el de Aiegi, que se puso en contacto con el club: “No voy a decir a quién, pero él no se portó como se debería haber portado. No es el presidente. Le pregunté a ver si podía ir a despedirme de mis compañeros el domingo a la mañana, que entrenaban. Estaba el ambiente un poco revuelto. Me dijo que no, cosa que no entendí. Le dije que cuando volviera del pueblo iría a coger mis cosas cuando ya no habría nadie. Volaba el lunes a las nueve a Alemania y preferí quedarme en Bilbao para no tener que madrugar tanto. Eran las diez y cuarto de la noche aproximadamente. Llegué allí, Lezama estaba en obras. No funcionaba el timbre que hay fuera, llamé al delegado pero no me cogió. Yo sabía que nos podíamos meter por un sitio en Lezama, entré por ese lugar y llamé al timbre de dentro, me salió un chico de seguridad que no era el habitual y me dijo que qué hacía allí”.

Lo que realmente quería rescatar de su irrupción en su antigua ‘casa’ era un objeto de mucha carga sentimental: “Se habló de que quería coger las botas… pero no. Quería coger una foto que tenía de mi mejor amigo que murió cuando yo tenía 19 años en un accidente de tráfico. Tenía una foto grande en el vestuario de él. Solo quería esa foto, lo demás me daba igual. El chico, como era nuevo, reportó lo que había ocurrido y se supo. Se dijo que si estaba borracho, que me peleé con el de seguridad cuando no me he peleado en la vida... Quería despedirme de mis compañeros y coger esa foto. A cierta gente le interesaba que quedase mal”.