La evidencia nos dice que los actuales gestores de la nave rojiblanca han lidiado con una sobrevenida situación negativa en lo económico, traducida en unas pérdidas de 51,7 millones de euros, que responden no solo a la disminución de ingresos por cuotas, partidos y derechos televisivos como consecuencia de la crisis pandémica, con unos gastos incluso aumentados por las exigencias de la misma, sino también a la aplicación de una más desfavorable fiscalidad, derivada de las resoluciones europeas de equiparación con la tributación de las SAD. A lo que hay que añadir la ausencia del equipo de competiciones continentales (recordemos la opción tomada, a la postre infructuosa pero compartida, de atrasar la final de Copa para favorecer la presencia de público) así como la pérdida de la recaudación por las finales coperas. Una tormenta perfecta vamos.

En lo social y en lo deportivo, la junta de Elizegi sigue adoleciendo de carencias en su capacidad de explicación de sus decisiones, destacadamente en la dirección deportiva, opaca desde el esperpéntico episodio del "no fichaje" de Llorente. Esa rácana presencia pública en el día a día, al menos en los temas que interesan a la masa social, no es óbice para que cuando toca rendir cuentas se produzcan manifestaciones sobre cuestiones nucleares que producen desconcierto en relación a si todos los dirigentes creen en lo mismo, o (lo que es más importante) a si comulgan con las esencias de este singular club. Sea sobre si hay necesidad estructural de vender jugadores estratégicos, sea sobre la cantera "global" (?), sea sobre el contenido y alcance de la filosofía del Athletic.

No obstante, la actual directiva ha adoptado posiciones correctas y coherentes en temas de calado para el futuro zurigorri. Hablamos del intento de modulación en la exigencia, legal o estatutaria, de avales a los directivos de asociaciones deportivas, lo que beneficiaría a quien pretenda acceder a regir la entidad. Hablamos de la consecución de la salvaguarda covid en las responsabilidades. O hablamos de la oposición a la superliga de los ricos y al improvisado rescate del fondo CVC, para no hipotecar con deudas a los que vengan. Posicionamientos todos ellos que suponen a veces una geometría variable de aliados que parece manejarse bien.

Otras decisiones relativas a la mejora del patrimonio del Athletic, de San Mamés o de Lezama, la elección de entrenador y, fundamentalmente, el mantenimiento de los pesos pesados de la plantilla (lo que no consiguió la anterior presidencia) también hay que colocarlas en el haber gestor. Finalmente, está el compromiso, diferido a próximas asambleas extraordinarias, de presentar unos estatutos del club reformados (cuestión ya perentoria), y de recuperar un proyecto de grada de animación que incomprensiblemente se echó abajo en anterior asamblea. Hay que reconocer el trabajo y la dedicación de los actuales rectores a obtener acuerdos, algo siempre difícil en este club, que sigue siendo (pese a quien pese) de las socias y los socios, y único en Euskal Herria y en todo el orbe.

No desconocemos que la madre del cordero de la asamblea de hoy puede ser la propuesta de aportar 120 euros por socio/a, con la inevitable comparación con los 12 millones a los que han renunciado jugadores y empleados, en acuerdo unánime nada fácil de conseguir. Son valorables, sin duda, estas magnitudes, pero no se antoja desmedido el esfuerzo pedido a socios y socias en una situación complicada para el club, cuando la cuota no se incrementa desde 2014.

En todo caso, el contraste de la labor de esta presidencia y junta directiva con otras posibles alternativas cumplirá hacerlo el próximo mes de junio. Se trata ahora de dejar atrás penurias y colocar de nuevo al club en situación de alcanzar nuevos éxitos y volver a Europa. En ese camino, después del concilio matinal, tocará el reencuentro nocturno en una Catedral, por fin, a rebosar.