Al margen del comportamiento del equipo, que siempre es lo principal, uno de los alicientes de la temporada 2021-22 se centra en la progresión de los jugadores que intentan hacerse un hueco en el once. Comprobar si los jóvenes hechos en Lezama avanzan y confirman las expectativas que se crean a medida que asoman la cabeza, siempre concita el interés de la afición, abierta a ver caras nuevas y consciente de que esa es la clave de la pervivencia del club. Son procesos que llevan su tiempo, tal como confirma la situación de quienes han dado el salto en los dos o tres últimos cursos. La mayoría continúa en un segundo plano, aunque pudiera ocurrir que en un plazo corto algunos de ellos no se limiten a golpear la puerta con los nudillos y sean capaces de echarla abajo.Con esta expresión que suelen utilizar con frecuencia, los entrenadores parece que quieren tocar la fibra de los meritorios, motivarles o exigirles más de lo que ofrecen para ganarse su confianza. Sin embargo, a menudo no deja de ser una excusa de quien toma las decisiones, el modo de negarse a conceder oportunidades a los inexpertos para reforzar la apuesta habitual, la de los consagrados que disfrutan de la titularidad por jerarquía y trayectoria. En el Athletic actual está por descubrir cuál de los sentidos se esconde detrás de la frase de marras.

La relación de jóvenes que optan a asentarse en la élite es amplia. A Unai Simón no cabe incluirle ya en este grupo tras un par de campañas siendo indiscutible. Quedaría la duda en torno a Vencedor, tercer centrocampista más empleado la temporada pasada por detrás de Dani García y Vesga, con minutajes bastante similares. En otro plano estarían Villalibre, Morcillo y Sancet, que participaron de una manera desigual y por diversas circunstancias adecentaron notablemente sus estadísticas en el tramo final de liga. Y en un escalón inferior habría que nombrar a Zarraga, Vivian y el quinteto que ha dado el salto del Bilbao Athletic para estar en pretemporada con los mayores. Sin olvidar a Petxarroman, que procede de la misma categoría que los anteriores, se formó en la cantera de la Real y tiene pinta de convertirse en el único fichaje del verano.

Sobre Morcillo, Sancet y Villalibre se van a posar muchas miradas por cuanto no son desconocidos para el público y su aportación hasta la fecha podría interpretarse como una maniobra de aproximación que necesita ser refrendada. Han dejado muestras de su potencial y los siguientes pasos deberían arrojar luz sobre su verdadera talla. A partir de agosto será un examen en toda regla para este trío. Lógicamente, el criterio de Marcelino condicionará sus opciones y no extrañaría que de entrada les tocase aguardar turno.

La razón no se le escapa a nadie: hay cuatro candidatos claros a ocupar las plazas más ofensivas y se llaman Berenguer, Raúl García, Iñaki Williams y Muniain. Gozan de preferencia sobre el resto de los atacantes de la plantilla. Hablar de mera inercia no sería faltar a la realidad, pues acumulan muchos más partidos en la máxima categoría, al igual que antigüedad en el vestuario, salvo Berenguer, contratado en septiembre. También su proyección mediática es incomparable a la de los chavales, la de tres de ellos por motivos obvios, son años desenvolviéndose bajo la atenta mirada del entorno.

sin peso

Hasta aquí no hay discusión posible. Ahora bien, el asunto adquiere una dimensión distinta si el factor a analizar versa sobre el rendimiento. Entonces, el resto de los aspectos que se han enumerado pierde una porción de consistencia. Cada cual estimará en qué medida les penaliza o cuestiona la privilegiada posición que, mientras no se demuestre lo contrario, en la práctica les pertenece. Desde luego, ni Williams ni Muniain ni Raúl García completaron un buen curso. En tres cuartas partes del calendario conservaron la vitola de fijos, pero ninguno está en condiciones de alardear por el fútbol desplegado. Sí que estuvieron a la altura que se les presupone en las semanas posteriores a la llegada de Marcelino. Antes y después, su peso específico en el equipo fue muy relativo, insuficiente. Se vieron engullidos por la irregularidad que presidió la trayectoria del Athletic, cuando son los llamados a establecer diferencias y compensar deficiencias que atañen al colectivo. Es la función de los intocables en el once resolver carencias, aportar soluciones, en definitiva, echarse el equipo a la espalda. Por supuesto que hay varios jugadores más a los que pedirles estas cosas, pero no son delanteros y su incidencia en los marcadores tiende a ser bastante más discreta, especialmente en lo que atañe al casillero propio.

La prueba más evidente de esta tónica decepcionante, que es extensible a campañas anteriores, no en el caso de Raúl García, sería el comportamiento del cuarto atacante, Berenguer. Un recién aterrizado se erigió en el mejor de todos, en la pieza más fiable, constante, resolutiva. No se trata de un goleador, nunca se ha distinguido por la puntería, ni en Osasuna ni en los tres años que militó en el Torino, el suyo es un ejemplo de futbolista de acompañamiento, con un repertorio que si fuera descollante le hubiese catapultado mucho antes de que el Athletic le contratase. Sin embargo, después de un arranque en que acusó las diferencias que separan al Torino del Athletic y a la Serie A de la liga española, Berenguer adquirió tono y cumplió a lo largo de muchos meses. Estuvo al pie del cañón hasta que el calendario bajó el telón y para ello se amoldó a un puesto, el ala derecha, que no es su favorito. El asunto da que pensar. Y los chavales esperan en la recámara.