Señalar antes de que la competición eche a andar cuál o cuáles son los objetivos propuestos no deja de ser una declaración de intenciones, aunque también sea una especie de formalismo que la afición reclama. Lo primero, decir más o menos alto y claro, dónde se quiere estar al cabo de nueve meses enlazando partidos, en teoría no obliga a nada. Se trata simplemente de expresar un deseo que se apoya en un cálculo de probabilidades a partir del potencial que uno cree poseer y del que se adjudica al resto de los contendientes. Pero al entrar en juego el entorno, ávido de conocer el grado de ambición de su equipo, la cosa cambia. Es como si el vestuario asumiese un compromiso con la gente que está detrás, se convierte en una apuesta a largo plazo con rango oficial y, por lo tanto, que hay que cumplir o, al menos, se ha de intentar consumar con el máximo empeño.

En los próximos días se irá pasando la palabra a Gaizka Garitano y luego a diferentes futbolistas. Las ganas de escuchar sus mensajes no quitan para que pueda anticiparse por dónde irán los tiros. No hace falta ser profeta: Europa es la estación de destino escrita en la agenda rojiblanca después de dos campañas (tres si se cuenta la de José Ángel Ziganda) donde el Athletic se ha quedado con las manos vacías. Es cierto que durante la década anterior ese premio estuvo al alcance de sus posibilidades, pero las experiencias más recientes lo cuestionan. Entonces, ¿a qué viene insistir con la cantinela de la Europa League, está fundamentado dicho empeño?

De entrada, se observa que con Garitano al timón el margen de puntos que ha distanciado al Athletic del cuadro de honor es subsanable. Si finalmente quedó varado en tierra de nadie fue a causa de errores propios, no se supo regular el combustible, pero en la segunda mitad de ambos campeonatos no dejó de optarse a una mejor posición en la tabla. Hace dos ediciones únicamente le faltó haber sumado un empate para salirse con la suya y en la última se descabalgó de la batalla en la penúltima jornada. Son balances que por sí mismos servirían para legitimar su candidatura continental para el curso venidero.

El dinero

Tal es el criterio manifestado por el director deportivo a finales de julio. Según Rafa Alkorta, el equipo saldrá a pelear por los puestos que van del quinto al séptimo en pugna con "tres o cuatro rivales de nuestro nivel". Pero más allá de disquisiciones de índole deportiva, a nadie se le escapa que la directiva de Aitor Elizegi necesita imperiosamente meter el morro en Europa por razones económicas, aunque la entidad goce de una envidiable salud financiera. La recesión en el capítulo de ingresos que ha traído la pandemia y cuya dimensión definitiva es imposible de medir por el momento, añade un plus de presión al primer equipo. Ojo al apartado de las cuotas, una auténtica losa porque las puertas de San Mamés van a continuar cerradas meses todavía.

Con todo esto, es improbable que las voces que salgan de Lezama desdigan al director deportivo. Otra cosa es que hagan hincapié en la dificultad de la empresa, pero hasta ahí. Negarse a concretar una meta fue una práctica que se asentó unos pocos años atrás. Ese afán por no mojarse coincidió con una serie de clasificaciones en puestos europeos, lo cual hacía más curioso el ejercicio de prudencia. Quizá fuera porque quienes mantuvieron alto el pabellón del equipo sabían lo costoso que resultaba mantenerse entre los mejores cada temporada, sobre todo apechugando con el desgaste extra que suponía precisamente disfrutar del premio que se perseguía. Las rondas internacionales en días de labor incrementaban la exigencia que de por sí entraña acabar la liga entre los seis o siete primeros, pero el Athletic era capaz de lograrlo.

Los otros frentes

La nueva temporada del Athletic no se agota en la liga, por mucho que sea el sustento principal y merezca la máxima atención. A ver quién es el guapo que le pone fecha, pero el gran acontecimiento se llama final de Copa aplazada. Las partes implicadas prefirieron sacrificar una plaza europea al consensuar que no se disputase tras la liga exprés, un criterio de fácil venta en la calle, pero que equivalía a meterse en un túnel interminable y acaso sin salida, sin la salida deseada. La postura de aguantar hasta que sea viable abarrotar La Cartuja se antoja una huida hacia delante, una solución de escaso fuste. No cabe otra clase de valoración visto el amenazante perfil que conserva el virus y los augurios científicos para el posverano. Sin salir de agosto ya se intuye un ordenamiento social regresivo.

Esa final, que se terminará celebrando, es la oportunidad de reverdecer laureles después de cinco años, el tiempo transcurrido desde la Supercopa ganada al Barcelona. Y no se olvide que queda asimismo la actual Supercopa, fijada para el mes de enero en paraje exótico a cambio del pico de millones que se embolsa la RFEF. Otro aliciente que además de un ingreso para las arcas de Ibaigane agudizará la saturación de un año que promete ser duro.