Bilbao - Esto es muy largo, pero la forma en que el Athletic le ha hincado el diente a la competición recuerda al comportamiento de los grandes equipos. Para muchos el inicio de la temporada significa incertidumbre, lo ven como una fase propicia para probar, despejar dudas, encajar piezas y apuntalar conceptos. No es el caso de los más fuertes que, sabedores de su potencial, de inmediato se ponen a la tarea de desplegar el fútbol que llevan dentro con un grado de confianza que subsana la posible falta de rodaje e incluso los pequeños desajustes propios de estas fechas.

Siete puntos de nueve, que son seis más de los obtenidos en los mismos duelos la campaña anterior, y ninguno sumado inmerecidamente pese a que haya que reconocer que en la consecución de los tres primeros fue clave, una genialidad, una jugada poco común gestada en el momento ideal, cuando al rival no tiene margen para responder. Barcelona, Getafe y Real Sociedad han sufrido en su piel los efectos del formidable derroche de energía de un Athletic que quiere escribir su propia historia sin estar a expensas de lo que se cuece a su alrededor.

Hay un plan y el objetivo no es otro que aferrarse al mismo hasta las últimas consecuencias. Todo parte del bagaje acumulado en la segunda mitad del pasado curso, pero empiezan a percibirse una serie de mejoras, más que aconsejables, necesarias. El escenario ha cambiado para Gaizka Garitano y su plantilla. Y bien que se nota. La cosa ya no va de articular a la carrera un tratamiento de choque a fin de salir del atolladero. Eso tocaba en diciembre, también en los meses posteriores, y a ello se atuvo el entrenador según cogió el equipo en posición de descenso. Aquello dio resultado y sirvió para poner las bases de cara al siguiente ejercicio.

Los futbolistas captaron la idea a la primera, un concepto de juego que no entrañaba mayor dificultad porque la prioridad absoluta era el blindaje defensivo. Garitano instruyó al personal para que el bloque fuese sólido, premisa indispensable para rentabilizar las contadas oportunidades creadas en cada encuentro. La fórmula se reveló eficaz: el Athletic fue dejando unos cuantos rivales con su casillero vacío y en un plazo inesperadamente breve se instalaba en la mitad alta de la clasificación. La renta adquirida alcanzó para dedicar el tramo final a coquetear con Europa, un logro que hubiese requerido tirar de una serie de argumentos cuya ausencia se juzgó con cierta generosidad. Fue evidente que la tranquilidad conquistada gracias a la profunda transformación experimentada respecto a la etapa de Eduardo Berizzo compensó, al menos parcialmente, el hecho de que con frecuencia la relación con el balón apenas brindase motivos de satisfacción, sobre todo lejos de Bilbao de abril en adelante.

Cerrado el balance 2018-19 con una nota más que aceptable, la incógnita se posó en lo que estaba por venir. La imagen del primer Athletic de Garitano reclamaba una revisión y, confirmada la ausencia de refuerzos, las expectativas se centraban en el trabajo a desarrollar en una pretemporada limpia. Exento de agobios y sin empezar de cero, pues mucho de lo realizado, de lo aprendido por la plantilla, se antojaba muy aprovechable, al técnico le tocaba elevar el tono coral del fútbol practicado con anterioridad. Una misión que claramente debía ir enfocada a pulir los aspectos donde se percibieron las deficiencias más nítidas, léase la creación y su influencia en el gobierno de los partidos y en el repertorio ofensivo.

mente limpia Ha bastado el mes de agosto, tres jornadas, para darse cuenta de que el verano le ha venido de perlas al Athletic. De entrada, porque los futbolistas han podido limpiar la mente, aparcar angustias y preocupaciones, soltarse e ir acercándose a una versión de sí mismos superior a la conocida. Esto se percibe en líneas generales, todo el mundo se desenvuelve con mayor seguridad y desparpajo, pero yendo al plano individual encontramos elementos como Dani García o Yuri Berchiche que han subido un par de peldaños. Son incontables los que ha remontado Unai López, quien ni siquiera hallaba hueco en las convocatorias. Qué decir de Capa, aunque algo, bastante, apuntó en invierno.

En fin, que Garitano cuenta con materia prima para plasmar en el campo un sello de su gusto y, lo que es más importante, al gusto de la inmensa mayoría de los intérpretes. Por supuesto que el Athletic va a continuar siendo un conjunto tremendamente aplicado sin la pelota, que no escatima el sudor y se siente cómodo basculando, coordinando sus líneas, ocupando los espacios, echando el resto en el cuerpo a cuerpo. Solo faltaría que no fuese así cuando esa predisposición al currelo fue su sustento básico en tiempo de vacas flacas y a la vuelta de vacaciones de nuevo ha comprobado que el buzo le sienta como un guante, uno de boxeo para sus oponentes.

Pero si el ritmo y la agresividad son innegociables, siempre será más sencillo explotar dichas bazas sacando más partido a las posesiones. Es imposible jugar a toda pastilla los noventa minutos y es que aparte de optar por repliegues como el presenciado ante la Real en el segundo tiempo, hay fases en que conviene hacerse con el control, mover al rival de sitio, buscar desequilibrios tocando. En este sentido no parece casual el rol que Garitano le está adjudicando a Unai López. Un centrocampista de manejo y visión que ejerce de contrapunto, pone la pausa, asegura una salida más limpia de terreno propio. Si logra asentarse, puede ser un socio fiable para el resto.

El juego directo es una alternativa útil con Raúl García y Williams (o Aduriz) arriba, pero el abuso del envío largo se convierte en una limitación. Muniain, Córdoba o cualquiera que se ubique por las alas, así como los laterales, con una propensión muy marcada a desdoblarse, agradecerán que el suministro nazca también de una circulación ágil y precisa. Cuatro pases encadenados con intención son un atajo para llegar al remate, aportan confianza, oxigenan la propuesta y los pulmones.