Bilbao - Con un ojo puesto en el comienzo de la competición oficial, el entorno rojiblanco conoció ayer la noticia de la muerte de Fernando Ochoa, el empleado del Athletic que probablemente más huella ha dejado en la historia reciente del club. Ejerció de gerente de la entidad bilbaina durante más de dos décadas, en las que coincidió con cuatro presidentes, y en dicho período contribuyó decisivamente a la modernización de sus estructuras. Falleció a los 75 años de edad tras mucho tiempo alejado del foco mediático, al que estuvo habituado, aunque él siempre prefirió ocupar un segundo plano pese a que en realidad desempeñó un papel capital en la gestión de la institución.

Hombre de gran personalidad, temple poco común en coyunturas adversas y dotado de una visión especial para anticiparse a los tiempos, Ochoa nunca dejó de investigar y acumular información sobre los métodos de trabajo y las iniciativas de los clubes más avanzados del continente para su aplicación en el Athletic. Encargado de ejecutar la captación de técnicos de prestigio, como Howard Kendall o Jupp Heynckes, en su agenda figuró la compra del Palacio de Ibaigane para el traslado de la sede social del club, entonces ubicada en la calle Alameda Recalde, o los primeros pasos para la construcción de un campo que sustituyera al viejo San Mamés, idea que se materializaría años después.

Natural de Zorrotza, Ochoa lo intentó primero sobre el terreno de juego. Ejercía como centrocampista y llegó a jugar en el primer juvenil del Athletic al lado de Fidel Uriarte y otros ilustres leones. Ascendió al Bilbao Athletic, donde militó dos temporadas -1962-63 y 1963-64-, pero no logró dar el salto al primer equipo. De Lezama pasó al Barakaldo y después al Logroñés, para luego probar suerte en equipos de Segunda B en Catalunya. Ingeniero industrial de profesión, fue en los despachos donde se hizo un nombre relevante en el club de sus amores. Ingresó en el Athletic de la mano de Pedro Aurtenetxe en 1982 y en su primera temporada dejó uno de los iconos de la entidad: la gabarra. Ochoa, junto al directivo Cecilio Gerrikabeitia, acuñó la novedosa fórmula para celebrar los títulos y el éxito fue rotundo. Solo basta con recordar la marea humana que se concentró en los dos márgenes de la ría para recibir a los campeones.

Pero la gabarra se puede considerar una anécdota en el currículum de Ochoa como gerente rojiblanco. Este bilbaino logró que las cuentas rojiblancas fueran puestas como ejemplo. Un trabajo que serviría para que el club no tuviera que afrontar su conversión en Sociedad Anónima Deportiva. Considerado por muchos un verdadero presidente en la sombra por sus buenas relaciones con el resto de clubes e influencia en la Federación Española y la UEFA, siempre discreto, supo resistir como nadie el cambio de directivas. Tras la marcha de Aurtenetxe, Ochoa se acopló a las dificultades que atravesó el Athletic bajo el mandato de José Julián Lertxundi, cuya llegada a la presidencia en 1990 parecía que iba a poner punto y final a la relación de Ochoa con el club. Sin embargo, el nuevo mandatario le mantuvo y le reforzó en su puesto, como también haría cuatro años después José María Arrate. Con este llegó a disfrutar de la Liga de Campeones.

salida sonada En abril de 2003, con Javier Uria en el despacho de Ibaigane, Ochoa declinó la oferta de convertirse en el primer director general en la historia del Athletic. Después de 21 años en la institución, el ejecutivo dejó el club. Una salida sonada, ya que reclamó una indemnización por despido improcedente. Uria no respetó el contrato de Ochoa, al que en su día blindó Arrate para evitar que otros clubes le ficharan. El Real Madrid y el Barcelona le habían remitido sendas propuestas, pero Ochoa declinó ambas llamadas para continuar ligado al Athletic.