Permítanme echar piedras sobre mi tejado con una confesión que nada dice a mi favor: lo único que me gusta del fútbol son los futbolistas. A partir de ahí pueden imaginar lo poco que esta crónica dilucidará sobre jugadas (deportivas me refiero). Mis traumas asociados a este deporte van desde la puñetera pantalla verde del Fifa de la que no me libraba ni escondiendo los mandos de la Play Station en épocas de lonja juvenil hasta aquella vez que, durante un Interrail, casi muero atropellada con una bicicleta de freno a contrapedal de camino al estadio del Ajax, a nada menos que 8 kilómetros de la ciudad, solo por admirar su arquitectura. Son los gajes del oficio de tener una cuadrilla de chicos, supongo.

Me reúno con algunos de los autores de tamaño martirio para dejar que me adoctrinen. Los pronósticos no son buenos. Esperan que el equipo de sus amores ofrezca un “juego ramplón” y “falto de ideas en el ataque”. Ahí es nada. Tras separarnos encuentro mi asiento con relativa facilidad, donde saco mi cuaderno ante la mirada atónita de un tío con pinta de gaupasero. “¡Tomando apuntes, eh!”, dice con una sonrisita torcida. Empezamos bien. Mientras el himno atruena el viento que generan las bufandas en modo hélice me despeina. Los jugadores son como hormigas y solo distingo a Williams, por razones obvias. Como buena millennial -de las talluditas, eso sí-, no pierdo la ocasión de subir la historia de rigor a Instagram. Viva el postureo.

Minuto 16. La gente aplaude y no sé a qué. Resulta que es a La Otxoa. Minuto 19. El adolescente imberbe de al lado brama “¡qué pedrolo!”. Minuto 21. Librada épica del Athletic. Minuto 23. “Sácale una tarjeta ya, ¿no?”, le espeta al árbitro el joven sin vello facial. Minuto 27. Entro al WhatsApp de la cuadrilla. “Qué aburrido es ver jugar a fulanito”, escribe uno. “Y a menganito”, contesta otro. Minuto 30. “¿Pero qué mierda es esta?”, escucho a mi derecha. Minuto 31. “¡Muy bien! Ya sabe cuál es el color amarillo”, aplaude el mozo. Del minuto 31 al 37 no sé si pasa algo. Minuto 40. El público se desgañita gritando gol y me despiertan de mi sopor. Desaparecen los rictus de los rostros. Lástima que la alegría sea tan efímera. De solo tres minutos.

Durante la segunda parte, que posteriormente mis amigos se encargan de anotar que ha sido cuando los rojiblancos “han adelantado líneas”, tiro la toalla y sucumbo al aburrimiento. Eso sí, me propongo sacar rentabilidad de este marrón, que para algo me he imbuido del (hashtag) positive vibes que promulgan las redes. Aprovecho la situación estratégica de estar en un campo rebosante de testosterona y me descargo el Tinder. Después de saldar los problemas con la cobertura y bajar el brillo de la pantalla -no quiero sentir miradas indiscretas a mi espalda- deslizo a la izquierda como una loca. Tú no. Tú tampoco. Siguiente. Next. Mejor que no sea patatero. Este no tiene pinta de saber quién es Ian McEwan. Porteros de discoteca no, gracias. Y así hasta el minuto 94, que además me como cuatro extras.

Mis conclusiones tras la experiencia son estas. Uno: el Athletic es como el amor, se siente o no se siente. No hay medias tintas que valgan. Y el único momento en el que aplaudo con sinceridad es en el descanso, durante el homenaje a Malin Moström como One Club Woman. Todo mi respeto. Dos: me veo a ojos de los demás con aquella boina monísima que compré pensando que sería el sumun del chic parisien. Tras cruzarme con los txapelgorris entiendo por qué la gente me miraba como si estuviera disfrazada cuando la llevaba puesta. Tres: si han llegado hasta aquí es porque quieren saberlo. Pretender ligar en Tinder sin dar ni un like es tan absurdo como pretender ligar en un partido entre dos clubes vascos. Nota mental: Hay que arriesgar más, joder.

Post data: Desde mi asiento no me llega la vista para verlo, pero algo que siempre me ha fascinado es la forma en la que los futbolistas se suenan la nariz con la mano. No debo ser la única, porque aprovecho los balones al aire para entrar en Google y comprobar que hay una entrada al respecto en Forocoches, donde un chaval pregunta qué debe hacer para “propulsar mocos como los futbolistas”. Las respuestas son variopintas. Como la que reza “has de meterte un dedo por el culo para hacer presión”. Nada más que añadir.