bilbao - El adiós a la Champions quedó rubricado en un flojo encuentro del Athletic, muy inferior al Oporto, que mostró una versión bastante más afilada que en la ida y ganó con pleno merecimiento. No hubo color. La pretensión de forzar las opciones de seguir en el torneo se reveló del todo inconsistente. Ernesto Valverde refrescó su alineación y ninguna de las novedades que propuso cuajó. Al revés, el equipo mostró una debilidad que recordó a la de esas tardes que se quieren olvidar cuanto antes. Los triunfos en Liga invitaban a albergar alguna esperanza, pues tampoco el rival demostró un nivel inaccesible en Do Dragao, sin embargo la ilusión duró apenas un suspiro, enseguida se desvaneció la expectativa optimista. Fue el Athletic un grupo de perfil bajo, abocado a moverse al son que tocó el Oporto, sin soluciones a sus innumerables problemas en la construcción y en la contención. El resultado no es sino un pálido reflejo de la diferencia que hubo, corto para la ristra de oportunidades que fabricaron los lusos, que hasta malgastaron un penalti.
Se podrá discutir si era el día adecuado para dosificar a determinados elementos, aunque en una semana tan densa, con tres rivales de cuidado en la agenda, en algún momento tenía el técnico que abrir la mano. El experimento resultó negativo, el Athletic no tuvo peso en la zona ancha y anduvo al garete. Es muy complicado plantar cara sin la pelota, pero para tenerla es necesario decisión y valentía, características que anoche no asomaron. Huérfano de personalidad, el equipo dedicó su brega a poner obstáculos a la iniciativa de un Oporto que se manejó impulsado por el convencimiento de que en sus botas sí tenía las dosis de intención y arrojo que conducen a la victoria.
El asunto empezó atascado, como una prolongación del colapso de tráfico que afectó al centro de la ciudad en la hora previa al partido, con ambos equipos apelotonados en muy pocos metros. Fueron diez minutos, luego el Oporto fue adueñándose de la situación, para lo que no le importó invertir la primera ración de faltas, se trataba de marcar territorio y lo consiguió. Entre eso y la timidez local para mover la pelota, pasó que el juego se instaló en la zona del campo más próxima al área de Gorka Iraizoz. El centro del campo no ligaba ni una pizca de fútbol, tampoco por las bandas se percibían ganas de avanzar y el pobre Guillermo Fernández chocaba y chocaba en vano con los centrales, que se llevaban cada pelotazo, el único recurso para ganar metros, aunque en realidad la fórmula no traía ganancia alguna y favorecía que el Oporto maniobrase comodísimo.
Ofrecía mejor imagen el rival: Jackson exhibía su fortaleza en las disputas, Brahimi la aguantaba y amagaba con penetrar, mientras que Tello esperaba en la banda opuesta para encarar a Balenziaga. La superioridad de sus compañeros en el resto de las líneas les permitía expresarse, si bien pasaron los minutos sin que sucediese gran cosa. El panorama era preocupante: el Oporto tenía el control ante un Athletic impotente. Se diría que aguantar era el único objetivo. Un planteamiento que entrañaba sus riesgos y que a punto estuvo de costar carísimo cerca del descanso. Un cambio de orientación permitió a Tello aguardar la incorporación hasta la línea de fondo de Danilo, que se tiró en cuanto sintió la pierna de Balenziaga. Si hubo contacto fue mínimo, no para el juez de área, ese personaje que nunca aporta nada de fuste y si se hace notar es para complicarle la vida al árbitro, quien ante su indicación no tuvo más remedio que señalar el punto de penalti.
Jackson Martínez escogió un tiro extraño, por el centro, sin potencia y alto. Rozó el larguero y salió. San Mamés lo celebró como un gol propio, no era para menos ante la manifiesta imposibilidad de acercarse a la portería defendida por Fabiano. Ahí pudo estar la sentencia, pues previamente, al margen de un par de golpes francos, el primero dirigido a portería y replicado por Iraizoz, solo se contabilizó una ocasión nítida. Cerca de la media hora Jackson dispuso de un cabezazo muy fácil a la salida de un córner e incomprensiblemente cruzó en exceso sin oposición. El susto del penalti y la traza que había cogido el choque requería algún tipo de reacción, fiarlo todo a la defensa no era una buena idea y además se trataba de ganar, el 0-0 carecía de valor para seguir en la competición.
SOLO UN FOGONAZO Tras el paso por el vestuario, De Marcos se colocó de enlace e Ibai pasó a la derecha, con Muniain en el extremo opuesto e Iraola en su sitio. Salió el equipo más agresivo y De Marcos la tuvo a cesión de Ibai en el área, un aviso, un fogonazo más bien. Enseguida retomó el pulso de la contienda el Oporto, más dinámico y zanjó la discusión, si es que la hubo, gracias a una excelente internada de Brahimi, quien sirvió el pase de la muerte a Jackson tras burlar a Ibai y Gurpegi. La empresa, ahora ya sí, se antojaba imposible pese a que restaba más de media hora. Guillermo tuvo la igualada, conectando con la coronilla una falta de Ibai que escupió la madera, fue el último coletazo. El Oporto ni se inmutó, continuó haciendo bien su trabajo, explotando los espacios y llegando con peligrosidad a cada rato, fruto de que siempre salía ganador de las disputas, una consecuencia lógica de la fe que tuvo en sus posibilidades desde el mismo inicio.
Por si cupiese alguna duda del diferente talante que movía a los equipos, ahí queda el segundo gol luso, nacido en una arriesgada cesión de Laporte, con el balón botando. Iraizoz terminó de emborronar la acción fallando en el control con el pie derecho. Brahimi, que algo se debió de oler, corrió, se encontró con el regalo y empujó a la red. La grada empezó a despoblarse, no había nada que hacer: el Athletic se sostenía por puro amor propio, trataba en vano de empujar, no tenía ni ánimo ni recursos para inquietar a un enemigo que dedicó el último tramo a conservar el botín. Solo De Marcos era capaz de ofrecer algo en un Athletic que se fue consumiendo en su impotencia, acumulando errores en la mayoría de sus intentos de combinación, desnortado y a merced de la entereza del conjunto de Lopetegui. Centrarse en la Liga y aguardar la visita del BATE para engancharse a la Europa League es lo que toca. Es evidente que la Champions le ha pillado con el paso cambiado, de ahí su triste balance: un punto de doce posibles.