bilbao - Probablemente el esperpento del segundo tanto del Oporto retrate de manera fiel el recorrido del Athletic en esta fase de grupos de la Champions, de la que se despide demasiado pronto, como si se tratara de un pastel que se le ha atragantado por ansioso en vez de haberlo degustado con paciencia hasta la última migaja. Es esa sensación de dura impotencia la que deja con muy mal sabor de boca al personal, resignado a asumir la simpleza que ha lucido el conjunto de Ernesto Valverde, que sabe su fecha de caducidad en la Champions, el próximo 10 de diciembre, con la visita del BATE Borisov a San Mamés y donde, pese a todo, los rojiblancos se deberían jugar por lógica la tercera plaza, que da la pedrea de engancharse a la Europa League, quizá el único objetivo que interiorizó el colectivo cuando sufrió el sonrojo de la derrota en Bielorrusia.

Porque, se quiera o no, la Champions se ha tratado como una especie de marrón, sin que quedara rastro de la mágica noche del pasado 27 de agosto, con el histórico éxito frente al Nápoles y pasando por encima de la euforia añadida que aportó el resultado del sorteo, que apuntaba a un caminar asequible para el Athletic, al que muchos veían en los octavos de final por potencial. La realidad ha sido otra, con lo que la lectura llama a utilizar el término fracaso. Un punto en cuatro partidos. Solo dos goles a favor. Baile de rotaciones. Cambios de sistema.

El Athletic se ha desprestigiado en la Champions, en el gran escaparate y al que retornaba 16 años después. Quizá, como ocurrió en la época de Luis Fernández, porque no se ha considerado una prioridad, por aquello de que las cosas en esta ocasión tampoco carburaban en la Liga y había que tomar una elección. Un discurso que no deja en buen lugar al colectivo, al que se señala como no apto para competir con garantías al mismo tiempo en Liga y Champions, lo que desnuda un complejo de inferioridad que salpica a todas las patas de la mesa y que requiere una reflexión profunda.

El Oporto, en este sentido, afloró las miserias de este Athletic en la fase de grupos, donde de momento no ha sido capaz de firmar una victoria que permita cuadrar las cuentas, el otro gran maná que se esperaba. La Junta Directiva, por tanto, debe tirarse de los pelos. Se ha ingresado medio millón de euros, lo que no entraba ni en los cálculos más pesimistas, con lo que confía que las finanzas se sanen en los dos partidos que restan de la liguilla.

sin fórmula Valverde no ha encontrado la fórmula idónea para Champions o no la ha sabido encontrar. Ha utilizado, incluso, la competición como campo de pruebas, como así ha sido en los dos enfrentamientos ante el Oporto, y como abono para hacer rotaciones, con volteos en las alineaciones y en los idearios que no han tenido ningún fruto. Los números no engañan. El Athletic no ha marcado gol alguno en sus dos encuentros en San Mamés, que se entiende que es su fortín, y, para más inri, ayer sufrió su primera derrota en Bilbao en Champions, ya que en su primera participación, en el curso 1998-99, sumó dos victorias y dos empates, a los que hay que añadir el triunfo en esta edición sobre el Nápoles y las tablas ante el Shakthar Donetsk.

El Athletic jugó ayer sin Aritz Aduriz, su pichichi y gran referencia ofensiva, por causas mayores. Le tocó ejercer en solitario a Guillermo, que no pudo hacer olvidar al donostiarra, que solo ha participado en 45 de los 180 minutos consumidos ante el Oporto. Lo cierto es que el conjunto rojiblanco no presume de pegada en estos cuatro partidos, con solo dos tantos a su favor, únicamente por encima de Mónaco y Apoel Nicosia, con un gol, y empatado con Malmoe, Liverpool, Benfica y el propio BATE Borisov, que, para más escarnio, solo ha sido capaz de batir a los leones en el mayor revés de éstos en lo que va de curso.

Al Athletic le quedan dos asaltos en la Champions, de la que se irá con pinta de fracasado. Solo le aliviará alcanzar la tercera plaza que le aportaría el regreso a la Europa League. Si es que interesa, claro.