FUE la noche de la carita pintada, de la nariz de payaso y de un Athletic a tumbos e impotente, sobrepasado por la tempestad que antaño tanto invocaba. Fue una triste noche de difuntos, con la afición en procesión hacia la puerta de salida cuando aún faltaba media hora larga de penitencia - fue un duro castigo a latigazos...- y la sensación de que más de un futbolista se hubiese ido con ellos, con los hombres y mujeres que se marchaban para coger el último tren, ese que ayer descarriló en San Mamés bajo la lluvia y ante un Oporto que el fútbol es Soberano, cosa de hombres.

Porque esa fue la sensación que flotó bajo la lluvia ayer en San Mamés: un escuadrón de hombres frente a una cuadrilla de esforzados jóvenes que no pudieron, ni supieron; que se estrellaron en la impotencia y cayeron con poco honor, superados de cabo a rabo y sin el orgullo, siquiera, de llevarse media docena de ocasiones a la boca. Fue un Athletic ermitaño, perdido en el desierto. Cuando San Mamés esperaba un desembarco de Normandía se dio de bruces con el triste espectáculo de la barca volcada y la aguadilla del segundo gol.

Había llegado desde el sur, desde Fuengirola, Alberto Raneros, a quien le conocieron en su día como el lehendakari de la Costa del Sol, para sumar su aliento al de miles y se fue cariacontecido. “Este no es mi Athletic”, musitaba por lo bajo, un mantra que se repetía dos butacas más abajo, tres más arriba, al norte y al sur de su localidad, al este y al oeste. Porque era verdad, el de anoche no era el Athletic voraz sino el desesperado, no el equipo que se lanza con el cuchillo entre los dientes sino el que se enreda en la maraña de un campo embarrado y un rival con la sabiduría necesaria para decir la palabra exacta de las cosas frente a un Athletic tartamudo, corto de verbo.

Nada hacía presagiar ese silencio. Regresaban las banderas a San Mamés y el Athletic llegaba con un costal de esperanza al hombro, dos victorias en Liga y la sensación de que era capaz de dar una voz, un puñetazo sobre la mesa. Al cabo, los leones sacaron la suya: el par de tibias y una calavera pirata no, sino la bandera blanca de la rendición.

¡Qué pronto se rompió la magia! Apenas duró el himno de la Champions, el rugido de salida y poco más. Ya de salida la alineación dispuesta por Valverde preocupaba en las gradas: no estaban los habituales pese a que daba la sensación de que no era una noche para gaseosas. Una legión de aficionados runruneaba al respecto al cuarto de hora. “No tenemos centro del campo”; “no hay quien ponga un centro en condiciones ni quien marque un gol al arco iris” -anuncios: durante todo el día rondó por el barrio de WhatsApp una fotografía nostálgica y espectacular, precisamente la de un arco iris que recordaba al antiguo arco de San Mamés...- ; “estamos derrengados”, “faltan ideas...” Lo más jaleado de la noche fue aquel penalti que los portugueses mandaron a las nubes. ¡Athletic!, ¡Athletic!, sí; pero con la boca pequeña.

En los preámbulos se había hablado del lobo luso, tanto sobre el césped como en la grada. Con el balón en los pies, el Oporto cumplió con los pronósticos: dio una lección de oficio. En la tribuna alta, la afición atlántica no cesó de animar a los suyos durante todo el partido, llevada en volandas por esa sensación que se instaló casi al comienzo del partido: el Oporto tenía más gas, más idea. Hubo, eso sí, el feo detalle de corear con olés a la portuguesa el penúltimo minuto. San Mamés les calló con desgana. No estaban para bromas ni para broncas. Lo suyo era el bochorno pese a la noche de los huesos calados.

En la procesión de salida tras el féretro de la Champions, todo eran imprecaciones. En cada corrillo se despotricaba contra un jugador, contra otro, y contra otro más. Apenas nadie se salvaba de la quema, pese a reconocer que hubo voluntad ciega. “No podemos jugar fiándolo todo a una carambola”, maldecía un aficionado de largo recorrido. “Hemos hecho el santo ridículo”, le constataba un segundo. Y así, toda una letanía de lamentos. Muniain se abrazaba con Lopetegui al acabar el partido. El único abrazo de la noche.