Bilbao

JOSU Urrutia no negó la evidencia ayer en la sala de prensa de Ibaigane: "Bielsa es un entrenador que dejará poso en el Athletic". Y no le falta razón al presidente. Con unos números en el banquillo bilbaino que se podrían catalogar de discretos -exceptuando las finales alcanzadas el curso pasado-, las dos temporadas en la que Marcelo Bielsa ha permanecido en Bilbao serán recordadas por algo más que por los resultados y por el fútbol que ha desarrollado el equipo, que por momentos, sobre todo el curso pasado, rozó la perfección. Lo que va a permanecer en la memoria de la parroquia rojiblanca es la personalidad del entrenador argentino. Genio y figura a partes iguales, el Loco supo enganchar desde el primer momento con un público que siempre ha reconocido el trabajo. Y al rosarino, que lleva tres décadas analizando y enfrascado en esto del deporte rey, se le puede reprochar otras cosas, pero no que no le meta horas a mejorar su producto. Un enfermo del fútbol con mayúsculas, al que no se le puede reprochar su profesionalidad. Tanto que allá por donde ha ido ha coleccionado bielsistas acérrimos. Lo que es evidente es que Bielsa no deja indiferente a casi nadie.

A sus 57 años, después de hacer campeón, entre otros equipos, a su querido Newell's Old Boys, y de brillar al frente de las selecciones de Argentina y Chile, Bielsa llegó a Bilbao con su método. Un plan de trabajo en el que se cuida hasta el más mínimo detalle y que puede servir para explicar cómo entiende el fútbol y la vida este integrante de una familia bien aposentada de Rosario, que cambió los libros y el Derecho por su pasión: el balón. Pronto entendió que lo suyo era entrenar. Una profesión en la que se ha convertido en un referente para sus colegas. Entrenador de entrenadores -como le definió Pep Guardiola cuando el técnico catalán estuvo analizando su método antes de dar el salto al Camp Nou-, los automatismos que intenta grabar en el ADN de sus jugadores, así como la forma de dividir el campo de entrenamiento o la cantidad de vídeos y esquemas que ha hecho estudiar a sus pupilos, describen su filosofía futbolística. Una exigencia y entrega máxima -hasta con el jardinero- que no siempre ha sido entendida entre los jugadores que ha tenido a sus órdenes. Que se lo digan, por ejemplo, a Chilavert. El mítico portero paraguayo, gallo donde los haya, ni miraba a la cara a Bielsa cuando este le entrenó en Velez. Eso sí, la mayor parte de los futbolistas que han estado a sus órdenes destacan la peculiar forma que tiene el Loco de dirigir los entrenamientos, lo mucho que sabe del tema y la intensidad que le pone. Algo que ha practicado desde que empezó a entrenar en la cantera de Newell's de la mano de Jorge Griffa, donde fue capaz de recorrerse toda Argentina a bordo de un coche destartalado -en Bilbao se ha movido con un seat Ibiza- para reclutar a las mejores promesas de su país.

la austeridad y el convento El ya exentrenador del Athletic siempre ha estado en el candelero, sobre todo cuando estuvo al frente de la selección albiceleste, cargo del que salió muy quemado. De hecho, después de caer eliminado por sorpresa en el Mundial de Corea y Japón, cuando los Simeone, Crespo, Batistuta y compañía partían como los grandes favoritos para llevarse el título, el rosarino quedó tocado y poco después renunció a dirigir a su país. Y antes de tomar las riendas de Chile -donde es un auténtico ídolo-, decidió aislarse en un convento. No se comunicó ni con su familia. "Me llevé los libros que quería leer. No llevé teléfono, ni tuve televisión. Leo mucho y no creo que nadie lea tanto de fútbol como yo. Pero duré tres meses, porque empecé a hablar y responderme solo. Me estaba volviendo loco de verdad", relató en su momento Bielsa, que no concede entrevistas personales a ningún medio de comunicación, pero que deja numerosos perlas en las ruedas de prensa que ofrece. También en su estancia por estos lares.

Capaz de autodenunciarse tras el famoso affaire con el jefe de obra de los trabajos de remodelación de las instalaciones de Lezama, el técnico argentino siempre se ha mostrado muy preocupado con el qué dirán. Algo que no controla y que, por esta razón, le trastoca los planes. "A mí me importa mucho mi imagen pública, me importa lo que los demás opinen de mi forma de comportarme. Si hay algo que he evitado toda mi vida es que se me califique de demagogo, de engañar a través del vocabulario, de victimizarme", destacó hace pocas fechas un Bielsa que en contadas ocasiones ha mirado a los periodistas a los ojos, preso, tal vez, de su timidez. Aunque la alergia que tiene a los profesionales de la comunicación no la ha mostrado con los aficionados, a los que nunca ha negado un saludo, una foto o un autógrafo.

Con un sueldo equiparable a los entrenadores de los mejores equipos del mundo, su austeridad también ha calado en la parroquia rojiblanca. Llamó "millonarios prematuros" a sus jugadores en la famosa charla con la que concluyó la pasada temporada, un mensaje que ha repetido, aunque matizado, en el tiempo. "Yo acá gano cifras que son obscenas. Pero lo que vincula a un profesional con este club no son ni las cifras ni las perspectivas. Para ganar dinero, aunque suene soberbio, yo puedo ganar mucho más en otros lugares. A mí me interesan mucho más las emociones que produce pelear un título muy difícil de conseguir en un club como este, que ganar títulos en clubes mucho más poderosos. Aunque yo sé positivamente que cualquiera que se vaya del Athletic pierde. Yo incluido", destacó Marcelo Bielsa al ser preguntado recientemente sobre su renovación. Su salida es ya una realidad.