Si tienes la suerte de haber vivido en San Mamés cuando eres joven, luego San Mamés te acompañará, vayas adonde vayas, todo el resto de tu vida ya que San Mamés es una fiesta que nos sigue." Así escribía Ernest Hemingway, aquel hombre brillante y excesivo, sobre París en una carta a un amigo. No hay noticias de que Ernest conociese noches como la de ayer en San Mamés, cuando el Athletic se siente indestructible, casi inmortal, y juega en volandas. Lo dijo mejor que nadie el poeta Miguel Hernández: "vientos del pueblo me llevan,/vientos del pueblo me arrastran,/me esparcen el corazón/y me aventan la garganta". Vientos del pueblo empujaron al Athletic hacia la trigésimo octava final de su vida que habrá de jugarse, "como si fuese la primera", tal y como aseguraba ayer un aficionado con los ojos vidriosos mientras los jugadores hacían del césped de La Catedral su patio de recreo.

Para entonces ya se había desencadenado la tempestad en las gradas, donde los coros no cesaron durante toda la noche. ¡Athletic, Athletic! durante todo el partido. Pero también el "sí, sí, sí, nos vamos a Madrid", los coros de Aida, el himno rojiblanco y un sinfín de cantos más. Hubo, incluso, tiempo para acordarse de Del Nido y su apéndice o del Mirandés, al que La Catedral rindió honores. No en vano, el Athletic no fue el caballo de Atila y a su paso dejó que creciese la hierba de dos goles contrarios. En la batalla se conoce al soldado; pero en la victoria se conoce al caballero, dicen los clásicos. Era el contrapunto que redondeaba el hermoso guión de la medianoche, cuando los jugadores se lanzaron a celebrarlo en los cuatro puntos cardinales del estadio, entre abrazos, saltos, ruletas por el suelo y alegría sincera.

La bufanda es para los que bufan de frío, dijo Ramón Gómez de la Serna. También sirve como molino donde hacer harina los recelos. "Hoy venimos con hambre, pero no comeremos león. Aprendimos de Del Nido, que fue un torpe bravucón", cantaba un escuadrón de hombres de rojo, llegados desde Miranda a primeras horas de la mañana, a las puertas del estadio. Un puñado de aficionados les aplaudieron con un punto de cautela. "Ya tenéis vuestra gloria: dejad paso a la nuestra", les contestó un parroquiano a las puertas de La Catedral. Levantaron los pulgares y siguieron con su fiesta a cuestas.

"Cuente usted que José Luis Garci ha visto un partido de película", me chista una voz a la espalda. Al parecer el cineasta fue ayer uno entre los 40.000 que poblaron San Mamés y que celebraron el triunfo sin un pero que ponerles: ni uno solo salto al césped, tierra sagrada para los jugadores. Las gradas eran entonces, durante todo el partido, un estallido de júbilo.

Descubierto el desenlace con el 2-0 al cuarto de hora, todo fue un navegar a favor de la corriente. Apareció de nuevo la pancarta de "Bielsa, Karajo" y se escucharon ánimos para Gurpegi, el triste ausente. Hubo ingenio y chispa al vestir de rojiblancos un perro vivo -les juro que lo vi en tribuna principal...- o un muñeco de ET o llevar un autobús en miniatura, engalanado de rojiblanco y con un colchón atado con cuerdas a la baca. Era la ilusión en escena, el regreso a los viejos tiempos, "cuando las finales las jugaban el Athletic... y otro más", decía un hombre con lágrimas en los ojos.