Cuando uno mira atrás a punto de culminar una trayectoria profesional comprende que la suerte le ha sonreído. Ser testigo de la mutación de una ciudad narrando los cambios sociales y urbanísticos que ha protagonizado causa satisfacción.

El recuerdo de una urbe allá a principios de los años 80 del pasado siglo totalmente sombría, contaminada y en crisis es difícil de olvidar. Igual que contemplar hoy lo conseguido, una ciudad moderna, orgullosa de sí misma y admirada allende de nuestras fronteras. Toda una evolución positiva alcanzada paso a paso, para algunos quizás demasiada lenta, con acuerdos y peleas a nivel institucional y social, donde algunos proyectos quedaron en el cubo de la basura y otros culminaron dejando una huella histórica indeleble para las generaciones futuras.

Poder informar de todo ello a los lectores de este periódico ha implicado muchas alegrías dando unas cuantas patadas en la espinilla de la competencia, dejar un largo listado de buenas amistades entre colegas informadores a uno y otro lado de la barrera, y entrevistar a muchos personajes dignos de elogio.

La otra evolución vivida es la profesional. Un cambio a peor, sobre todo en los años recientes, donde las noticias falsas, la inmediatez y la ausencia de profesionalidad contamina este bello oficio . Que tengan mucha suerte los becarios incorporados el lunes a la redacción de DEIA. La van a necesitar.