LAGUARDIA. "Quiero que mi hijo se eduque aquí". Lo dice, de repente, inopinadamente, Óscar de Marcos (14 de abril de 1989, Laguardia) mientras dibuja el futuro con el lápiz de la imaginación y desenrosca los fotogramas del pasado, deletreado al detalle a cada paso por las encantadas y aristocráticas callejuelas de Laguardia, su paraíso. "Aquí soy feliz. Todo el mundo me conoce desde pequeño y puedo desconectar del fútbol". El refugio de De Marcos, un incondicional de su pueblo, al que venera, lo decoran las piedras de sillería de un lugar orgulloso, empedrado de retales de historia y aromatizado por las viñas que lo acurrucan alrededor. Su néctar, el vino, es el perfume que abraza Laguardia, que se eleva con la dignidad de los estandartes en lo alto del camino. "Están en plena vendimia. Aquí el vino es una religión. Es el olor del pueblo", certifica Óscar sobre un paisaje donde los tractores ralentizan la circulación, donde el calendario lo redacta la naturaleza y el horario es una cosa que llevan entre manos la luna y el sol. Sin intermediarios.

La aceleración se agolpa en las mochilas del enoturismo, en el equipaje de los rastreadores de la cartografía del vino. "Aquí hay mil bodegas. Unas más grandes que otras, pero todo son bodegas y viene mucha gente", radiografía De Marcos. El paladar es un imán. Un poderoso afrodisíaco. "En la oficina de turismo no dan abasto. Eso es bueno", apunta Elvira, su madre, que recibe a DEIA con la misma sonrisa que cuelga de su hijo Óscar, incomparable anfitrión, relajado al volante de su Range Rover camino de casa. "La bicicleta (así bautizaron en el vestuario el Renault Megane que conducía Óscar) se la he dado a mi hermano. Creo que me pasó lo que le pasa a todo el mundo. Probé el coche y claro... salí con él. Me engañaron. Je, je".

En la casa, donde conviven en armonía la piedra y la madera con un césped al que el propio Bielsa, escrupuloso con cada centímetro de hierba, le daría el visto bueno, saluda su hermano Pedro antes de dar un paseo con los perros. También hay gatos. Todos son bien recibidos. "Este es un gato callejero que vino por aquí y al final se quedó", señala De Marcos, con la dicha en cada frase, mientras un cachorro juguetea y se ovilla en sus piernas.

Las mismas que le impulsaron a encolarse al fútbol, un placer que balancea en las fotos que decoran el hogar de los De Marcos-Arana. "Las fotos me gustan. Son nuestros recuerdos. Con las fotografías digitales se ha perdido un poco esa sensación de las fotos en papel. Yo las prefiero así", disecciona Elvira, cuya mirada cristalina recorre el cuaderno de bitácora de su hijo en el que también aparecen el resto de miembros de la familia. El museo fotográfico es prolijo y en él se sintetiza la ascensión de Óscar hasta la titularidad en el Athletic. "Mira, aquí estoy con Igor Martínez (compañero ahora en el Athletic). Y aquí, con gafas, una foto que me saqué siendo un chavalillo con Julen Guerrero y José Mari", evoca el futbolista, que colecciona recuerdos en un perchero.

Las perchas sirven para enganchar la memoria del fútbol en un puñado de zamarras, las indumentarias de los equipos rivales. "Son las camisetas que suelo pedir y cambiar", explica. En el muestrario sobresale la de Messi. También está la de Higuaín y tantas otras. El privilegio del marco es para una del Alavés, con la inscripción Óscar D. M., y para la del Athletic, con el 28, el número con el que debutó en Primera. Ambas reinan en el comedor. El salón, rústico y acogedor, lo encabeza, sin discusión, una foto con la elástica rojiblanca. De Marcos era un querubín. "Mi primera foto con la camiseta del Athletic. Tendría 2 años. Fue idea de mi padre".

el jinete Durante años, en la casa de los De Marcos-Arana, los caballos también tuvieron su espacio porque su padre, Pedro Antonio, prefirió la caballería a la infantería durante el servicio militar. "Hemos tenido caballos hasta hace muy poco tiempo. Mi padre los domaba y luego los montábamos. Yo habré montado en 20 o 25 distintos. La primera vez que monté a caballo tendría 5 años. Pero era muy malo. Me he caído un montón de veces". Las caídas eran parte de la infancia de Óscar de Marcos, un muelle, un resorte, incontenible en casa. "No paraba quieto. Era muy travieso. No he tenido que castigarle ni nada sin salir de casa. Era lo que más le dolía", rememora Elvira. Óscar lo certifica: "Me he pasado semanas enteras sin salir, castigado porque la colección de trastadas era importante. No sobresalía una especialmente". Entre su almacén de diabluras, De Marcos sacó tiempo para moldearse en el fútbol.

Fue en el patio del colegio Víctor Tapia donde se educó y aprendió a patear la pelota. En él, en medio de la lúcida mañana se vislumbra una camiseta del Athletic con el número 28, su antiguo dorsal. Lo porta su hermana pequeña, Verónica, "que adoptamos con año y medio de Rusia", subraya. Durante los recreos, entre amigos, Óscar se grapó a la pelota. "Primero jugué a futbito, luego a fútbol-7, que es cuando me fichó el Alavés". Para entonces, su padre, Pedro Antonio, se anticipó y lo alistó para el Athletic. Al menos para su peña. "Yo fundé la peña del Athletic de Laguardia. Somos 120 o 130 socios. Cuando Óscar tenía dos años le hice socio", expone el progenitor, que coincide con su hijo bajo los arcos del Ayuntamiento, a unos pasos de la oficina bancaria donde trabaja. "Yo con el Athletic siempre he disfrutado, pero ahora sufro un poco porque él es parte del equipo. Para mí, que Óscar juegue en el Athletic tiene más importancia que si te toca la lotería, al menos si no tienes necesidad de dinero. Es un orgullo inmenso".

sin fútbol Tan grande es el sentimiento por el Athletic que Pedro domicilió la peña en su lugar de trabajo hasta que el bar Biazteri, sede actual, apostó por ella sin disimulo. Siempre quiso hacerlo. "La cuestión era que no queríamos que los aficionados de la Real, que los hay, dejaran de ir al bar porque se tratara de la peña del Athletic. Pero Aitor, Rojillo, (el propietario), que es muy del Athletic, dijo que eso no le causaría problemas y la peña se quedó en el bar", desliza De Marcos, cuya fotografía cuelga en una de las paredes del bar, ganador del concurso de pintxos con una creación compuesta por pastel de chicharrón con lluvia de girasol. "A que Aitor parece de Bilbao", lanza De Marcos, libre de la claustrofóbica presión del fútbol. "Aquí nadie me habla de fútbol. Te conocen desde pequeño y que seas futbolista o no es lo de menos. Soy el de siempre. Y es como tiene que ser", se reafirma. "¿No te perderás por aquí, no?", le lanza una vecina de edad avanzada desde el balcón cuando le ve caminar entre saludo y saludo. "¿Qué, de guía?", le dice un señor en la calle que da al pórtico, donde un grupo de turistas espera para acceder a la azotea de Laguardia.

Durante el recorrido por su edén en una día azulado, musculado por el sol de otoño, De Marcos cuenta el día que corrió un encierro, una muesca en su palmarés de juventud. "Sería con 15 años. Esas cosas que se hacen, ya sabes", expone y subraya que "es imposible hacer toda el encierro por delante de las vacas. Suben muy rápido. Yo corrí, pero un poco de lejos. Está el peligro de que si te empuja la vaca contra las fachadas de las casas.... te pueden hacer una avería", descorcha de la memoria Óscar. Su padre se aproximó más veces al sprint entre pitones. Lo atestiguan una serie de fotografías en blanco y negro que reposan en su casa. De Marcos indica cada placa donde aparece su padre en el encierro, tres pases diarios -13.30, 18.00 y 20.00 horas- entre el 23 y 30 de junio, la "semana sagrada" de De Marcos, en las fiestas de Laguardia.

Durante esos días, los mejores, Óscar trepa a una muralla, -asciende con la facilidad de un Spiderman al muro para explicarse- desde la que obtiene una visión privilegiada de la desembocadura del encierro, que acaba en el patio del colegio. "Se pone una plaza de toros móvil y ahí termina el encierro". También toca a su fin el paseo por Laguardia, unido por las cuevas que respiran en el subsuelo del centro histórico. "Es como si un túnel recorriera todo el pueblo", argumenta De Marcos. "El pueblo tiene cinco puertas para entrar y salir". Por ahí entra y sale del paraíso.