GOLEADOR infantil, mediopunta juvenil y director de orquesta en la élite, Josu Urrutia (Bilbao, 10-IV-1968) recorrió los campos con el balón como herramienta referente y el espacio como circunferencia. Emblema moral del club para más de una generación, la brújula en los momentos delicados y amarrado a la perpendicular para que el edificio no se desnivelara, colgó las botas en junio de 2003 después de más de un cuarto de siglo en Lezama, con 401 partidos en el primer equipo a sus espaldas desde que debutara con 19 años y con todos los sueños cumplidos, más allá de no poder levantar un título, como tantísimos otros. Ahora buscará otro: regir los destinos de la entidad para impregnarla de otro modo de hacer, a su imagen y semejanza, cimentado en los valores que aprendió y enseñó en el Athletic.
Urrutia niño pasaba los veranos en Lekeitio y era habitual del campeonato de fútbol-7 que la familia Solano organizaba en el palacio de Zubieta. Elizondo, un ojeador rojiblanco, le echó el ojo y con nueve años hizo la primera prueba después de una noche de vómitos y nervios que le dejaron secuela porque luego, de adulto, siempre llevó mal cualquier décima de fiebre. Al ser demasiado joven para las competiciones oficiales, se entrenaba con el Athletic pero jugaba con la Ikastola Lauro, donde estudiaba. Su técnico, su maestro, fue Jesús Garay, y su primer envite, un 26-0 al Matiko donde marcó ocho goles, algo que convirtió en habitual aunque luego le fueran retrasando metros. "En infantiles Gonzalo Beitia me hizo capitán, me ponía de ejemplo y me sacaba los colores", recordaba a este periódico cuando cumplió sus bodas de plata ya de león. De hecho, su primera entrevista la concedió a DEIA, cuando era juvenil y se hallaba bajo el mando de Txetxu Rojo. "Josu Urrutia, el líder; Rafa Alkorta, el comodín", decía aquel titular.
Una huelga de futbolistas obligó a aquellos cachorrillos a suplir al Bilbao Athletic, que a su vez relevó a la primera plantilla en el Pizjuán. Ellos doblegaron al Salmantino en San Mamés (3-1), siendo obsequiados con un reloj que lució durante años con orgullo. Cuando saltó al filial firmó su primer contrato, por dos años, con un sueldo de 40.000 pesetas y una ficha de 200.000, con las que pudo comprarse un coche de segunda mano y pagar el carné de conducir. Un alud de lesiones le abrió la puerta del debut en Primera el 20 de marzo de 1988, una semana después del estreno de Ander Garitano en el 5-0 ante el Real Madrid: lo hizo frente al Sporting, con el 4 a la espalda, Kendall de entrenador y los Liceranzu y Argote aún en aquel vestuario. "En un instante de dudas -se habló de una posible cesión al Valladolid, Rayo o al Oviedo de Irureta- Rojo me dijo: El hueco te lo vas a hacer tú, pero te vas a quedar". Si había superado el corte con técnicos duros como Izaola o Estéfano, no podía fallar en el listón crucial.
Su primer gol data de Atotxa, pero ante el Valladolid al estar clausurada La Catedral, un zurdazo lejano que pegó en el larguero. No fueron pocos luego los debates sobre su pérdida de olfato tras haber nacido como artillero acreditado. Durante varios veranos le quisieron encontrar sustituto (Rípodas, Billabona, Aiarza, Iturrino, José Mari…), pero como dice Iñaki Sáez, "su calidad siempre salía a relucir. Los pases que daba los dibujábamos todos desde la tribuna. Hoy en día estaría de moda en el fútbol-arte que se preconiza. Su control, su toque, era exquisito, como las asistencias que ofrecía a los extremos". Jose María Arrate va más allá: "Fue el jugador más Athletic que he conocido. Dos veces me senté con él para renovar y lo hicimos en cinco minutos, sin representantes -jamás lo tuvo, nunca le hizo falta-. Su liderazgo trascendía dentro y fuera del césped. Un apoyo para los compañeros, un padre para los que llegaban". Para esta faceta no le hizo falta la capitanía que no le concedió Stepi. Le respetaban y consideraban igual.
En su retina grabó para siempre el año del subcampeonato o el mítico partido del Centenario ante Brasil, y siempre navegando con doble identidad, entre Deusto -donde nació- y Lekeitio -de donde eran sus aitas y su amama-. Le tenían entre ceja y ceja la Real, y los contrarios, e incluso alguno afirmó que "al final uno sabía que primero debía toparse con Urrutia y, después, perseguirle". Nada dado al personalismo, admitió que Joseba Etxeberria fue el compañero que más le sorprendió por "su desparpajo cuando aterrizó con 17 años". Reconoció en su agur aquello de que "igual el que tiene que hacer un homenaje soy yo al club". Y fue más allá: "El Athletic es una grata enfermedad. A la vez que aprendes a decir ama, también Athletic". Después le tocó ver crecer a Ainara, a Naia...
Desde que aparcó el fútbol profesional, Urrutia enfocó su carrera hacia el pujante universo de la asesoría y consultoría. Tras diversas experiencias previas, en la actualidad trabaja en Loop Consultores, de Bilbao, vinculado al área de Recursos Humanos. El exfutbolista imparte un curso titulado Coaching ontológico, que persigue profundizar en las contradicciones para, a partir de ellas, sacar fortalezas y hacer equipo. Asistentes a estos cursos -organizados por Newfield Consulting, con sede en Philadelphia y que duran más de un año- recuerdan que una de sus frases clave es "tocar la tecla con las personas" para saber sacar lo mejor de ellas. Urrutia suele decir que Luis Fernández fue uno de los entrenadores que mejor supo "tocar la tecla" de los jugadores en el vestuario de San Mamés.
A cada uno de los cursos que tutela Urrutia acude más de medio centenar de directivos. Por allí han pasado empresarios, cooperativistas de MCC, representantes de multinacionales o la plantilla del Guggenheim Bilbao, entre otros. Rodeado de gestores con experiencia y de confianza, Urrutia pretende ahora ser él quien contribuya a hacer todavía más grande a su otra niña bonita: el Athletic.