La historia ha enseñado, a quienes ya llevan mucho fútbol visto, que hay derrotas llenas de gestos heroicos. Ayer, cuando apareció sobre San Mamés el buen fútbol de ida y vuelta en medio de la tempestad (como dice Javier Elorza, un buen amigo, "si este es el fútbol que no les gusta a los entrenadores... ¡qué se jodan!"), con dos equipos embravecidos -fue la fábula del Athletic hecho león y el Valencia perro viejo...- batiéndose el cobre se intuía ese desenlace: quien cayese alcanzado por el rayo estaba destinado a la gloria de los vencidos, la misma que se llevó Gaizka Toquero tras un hermoso partido, con todo San Mamés puesto en pie, rindiéndole tributo.

Ya sabe el Athletic, que por algo es equipo viejo, aquello que dijo Simón Bolívar: "El arte de vencer se aprende en las derrotas". Ya sé que no hay palabras de consuelo cuando uno siembra todo lo que puede de sol a sol y se pierde la cosecha. Ya sé que duele, leones, pero no debeis caminar con la cabeza baja; es necesario levantar los ojos para ver el camino y el porvenir está ahí, a vuestro alcanza. ¡Emon, emon!

Se esperaba tanta intensidad, se olfateaba en el viento el humo de un partido de grandes hogueras. En las tabernas y en el antepalco; en la calle y en el cosquilleo de las horas previas. Fernando García Macua ejercía de anfitrión en el palco y miraba de reojo el reloj: era la tensión previa a los grandes combates. Más relajados, en un rincón, se acomodaban Txema Oleaga, José Antonio Pastor, Jesús Oleaga y Sandra Carrasco. Mientras tanto, Gabriel Inclán llegaba acompañado por Elena Bravo y saludaba a Javier Irureta, también con un rictus de intensidad en el rostro. Iban y venían por el palco el presidente del Alirón, Michael Dufourq, asombrado; Fernando Querejeta, el consejero Carlos Aguirre, José Ángel Iribar, Leopoldo Sánchez Gil; los notarios Antonio Martínez Lázaro y Manuel Garcés, que bien pudieran dar fe del delito de agresión y simulacro cometido por David Navarro, intérprete de teatro bufo; Javier Maqueda, Ricardo Barkala, Xabier Losantos Omar, José Miguel Lanzagorta, Iñaki Mujika, entusiasmado, en las previas, con la inminente inauguración del frontón de mano Bizkaia; directivos como Juan Manuel Delgado, Juan Pedro Guzmán, Fermín Palomar, Santiago Ansoreo o Javier Arancibia, entre otros; Pedro Aurtenetxe, José María Argoitia o Eduardo Castañeda entre otros. Todos ellos vivieron el partido con la tensión propia de las películas de suspense: cuando uno escucha el tic-tac de un mecanismo de relojería pero no sabe cuándo estallará todo por los aires.

Un partido así, trepidante, se vive de otra manera fuera de los rigores del placo. Había que verle a Jesús María Giraldo, el hombre que vino de Medellín para ganarse la vida de limpiabotas en Bilbao -es el último mohicano...-, con una bota de vino prendida del hombro y desgañitándose ante la actitud de Muñiz Fernández, un árbitro desconcertante. Con la misma pasión vivieron el partido Miguel de Andrés y Dani, dos centuriones de la vieja guardia; Sabino Sánchez Rhan, Kepa Cabareda, Gorka Arrinda, Juan Goiria, Joseba Etxeberria, aún en llamas en partidos así; Aitor Ocio, quien se fotografió bajo la lluvia con un puñado de niños; Andoni Iraola, Miguel Ángel Gutiérrez, José Julián Lertxundi, Begoña Pastoriza, argentina confesa del Boca que aseguraba sentir más escalofríos durante el partido de San Mamés que en la visita matutina al Guggenheim; Iñigo Zulaika, Iñaki Zarraoa, José María Azkarate, Beñat Ormaetxea, Iñigo Ordorika, Jaime Pujana, José Luis Madariaga, Ander de Aranbalza, Joseba Beltrán y un sinfín de fieles que acabaron el partido entre desencantos y maldiciones.