Recorría el arriero los caminos acompañado de un zagal. Las acémilas que acarreaban los productos de cuya venta vivía iban siempre sueltas de vientre. Sería por algo con lo que les alimentaban y, allí por donde pasaban, el camino quedaba sembrado de bostas. De ese modo, cualquier caminante debía esquivarlas, lo que ralentizaba su marcha significativamente, hasta hacerla imposible en ocasiones. Un día el zagal pasó por el camino y, tras pisar una bosta, gritó al cielo: ¿de quién es culpa de que esto no esté limpio? Pello Otxandiano se quejó ayer de lo lenta que va la transición energética en Euskadi.
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