Bilbao
San Mamés, puesto en pie, ovacionó a un león herido. Tres minutos de batalla bastaron para que Ibai Gómez conociese el sabor de la sangre en Primera. Un mal giro, una torsión y Fernando Llorente que corre y se lleva las manos a la cabeza. El viejo Mitxelo, perro viejo del fútbol y padre del jugador, apretaba los puños con rabia. Era la sangre de su sangre la derramada. De manera algo distinta, un estremecedor relámpago alcanzaba el corazón de Igor Antón, el ciclista de Euskaltel ayer presente en el palco: él ya conoce el dolor de las dentelladas del perro del infortunio. Debió pensar, seguro, lo cruel que resulta el azar cuando se cruza en el camino. Quizás hasta le dolieron, de nuevo, los golpes de su caída en la última Vuelta España. Para ambos, para Ibai y para Igor, volverá la primavera...
En ese lance falleció el partido, malherido para el Zaragoza mucho antes, cuando Iraola marcó para celebrar 300 tardes de fútbol y Llorente para agrandar su leyenda de delantero de vieja estampa. El Athletic lloraba a uno de los suyos y el equipo de José Aurelio Gay deambulaba en busca de un cambio de viento. Daba la impresión, eso sí, de que aunque se hubiese levantado un huracán del trópico habría sido incapaz de voltear un marcador que le pesaba como una lápida.
Antes del partido, cuando hierve la caldera de las intuiciones, ya se mascaba algo semejante. El Zaragoza llegaba con el sambenito de carne de cañón, confirmado en su ruda propuesta de salida. En los corros la idea era ésa: pasarle por la piedra a un equipo en derrumbe. Ni en el palco de San Mamés ni en las gradas se sentía el aleteo de mariposas en el estómago, el cosquilleo propio de los encuentros a cara de perro. No será la primera vez que el guión se tuerza, pero ayer no era el día. Eso se vio pronto...
Lo presenciaron en el palco Fernando García Macua, escoltado por los consejeros Carlos Aguirre y Blanca Urgell, el pintor Jesús Mari Lazkano, acompañado por su hijo Mikel, en busca de la inspiración que habita en los paisajes del fútbol; el propio ciclista Igor Antón, de la mano de Idoia Pernía; José Manuel Monje quien se vio marcado en zona por las torres Edu Hernández Sonseca y Kostas Vasileiadis, Ricardo Barkala, Pilar Aresti, Pedro Aurtenetxe, Joseba Etxeberria, quien aún merodea extramuros de San Mamés aclamado como el gran gladiador que fue sobre el césped; José Miguel Lanzagorta; el director general de Deportes de la Diputación, Iñaki Mujika; Julio Alegría, Javi López, Eduardo Estibariz, Mikel Santxoierto, Eva Rodríguez, Juan Manuel Delgado, Fermín Palomar, Javier Arancibia, Koldo Agirre y José María Argoitia, Luis Aranguren y un buen número de invitados que vivieron una plácida tarde, uno de esos encuentros en los que el Athletic desenfunda a la cuenta de diez y plomea a su enemigo en un pispás o en un santiamén, como prefieran.
En otras zonas del campo vivieron el partido sin el rigor de las corbatas el tenor Txurdi Urdiain, a quien hay que pedirle un irrintzi en partidos más calientes que el de ayer; Manolo Delgado, Dani, Andoni Goikoetxea (su presencia hizo caer en la cuenta de un detalle: no hubo minuto de silencio por Juan Carlos Arteche, su alter ego, aquel central de bigotazos que se fajó contra Andoni durante tantos años...), Javier Santamaria, José Julián Lertxundi, junto a su hijo Jon, que vio el partido desde su localidad, Miguel Ángel Muñiz, Roberto Fonseca, el niño de 6 años Iker Garate, quien sueña con ser Llorente dentro de una década -había que verle celebrar el gol de su ídolo-, Enrique Thate, Ander de Aranbalza, Juan Gondra y otros miles de seguidores que disfrutaron de una tarde de picnic en San Mamés, con el Athletic merendándose al Zaragoza. Lástima que el lobo del frío cayese sobre el estadio en la segunda mitad y el partido, ya resuelto, se evaporase. "Queríamos el indómito y nos hemos quedado sólo con los tres puntos", se lamentaba José María Ortuzar a la salida del estadio. La rodilla destrozada de Ibai pesaba sobre el ánimo y en las botas.