Bilbao
Soy mala, soy mala". Zuriñe Askasibar entona el mea culpa señalándose con picardía el pico. Nadie diría que de la boca de esta entrañable señora, sonriente full time, salen retahílas de juramentos. "En los bares no me gusta ver el partido porque queda feo, pero en el campo, como todos decimos lo mismo...", se justifica. Tampoco uno se imagina a Aitzol, con esa carita de niño bueno que tiene, escupiendo improperios. Pero tía y sobrino, al igual que otros muchos aficionados del Athletic de Bilbao, no pueden evitarlo. Es sentarse en San Mamés y despertarse el león que llevan dentro.
Rosa Mari Iturriaga y su hija Irune
"Mi marido nos dice: Os va tal árbitro, a ver si le insultáis"
No ha terminado uno de acomodarse en su impoluta cocina y Rosa Mari Iturriaga, un ama de casa bilbaina, todo desparpajo, suelta que un día casi le detiene la Policía. "El árbitro fue de los malos, malísimos. Al terminar el partido, le vimos salir y ¡cabrón, ladrón, que nos has robado, sinvergüenza! Me vino un ertzaina: Señora, señora. Y yo: A usted no le he dicho nada, así que déjeme en paz. Y me marché". La cosa no pasó a mayores, pero ahí queda, para engrosar el anecdotario de esta aficionada que tan pronto como ve a un colegiado le dedica "un regalito". "A todos no, ojito, cuando han hecho la cosa bien, no digo nada", matiza. Por si fuera poco, su marido, Jesús Marañón, abstemio de fútbol en vivo y en directo desde que le diera un infarto hace 18 años, le instiga. "Muchas veces nos dice: Os va tal árbitro hoy, a ver si le insultáis. Si hace algo malo, sí, le digo. Mi marido sí que es un peligro", advierte esta mujer, que no da descanso a la lengua ni en Lezama. "Al linier ya le llamamos patas de alambre o miope. Son críos, tampoco les decimos más".
Nadie lo pone en duda, pero ella, por si las moscas, aclara que es una mujer pacífica. "Soy de las educadas, una mujer normal, con su genio, pero no soy una sinvergüenza", subraya. Su hija, Irune, la observa, al otro lado de la mesa, sin decir esta boca es mía. "Ésta es más tranquila, aunque últimamente también echa algún pecado. A veces estoy callada y salta: Hijo puta. Le digo: Calla, por favor, no digas tacos, una señorita como tú...". La señorita, estudiante de auxiliar de enfermería, corrobora con una sonrisa la versión de su madre, que se pone en situación. "Yo me llevo mi camiseta, me levanto, cuando gritan oé, oé, saco la bufanda... A ella le da más vergüenza, es más cortada", insiste Rosa Mari, a la que hace tres años, en un partido contra el Levante, casi le da un patatús. "Estaba yo: Vamos a bajar, que vamos a bajar... Ama, por favor. Y yo: Que vamos a bajar. Fue horrible, lo pasé... Tenía aquí una cosa... Cuando ya ganamos, exploté", recuerda aliviada.
Leona de pelo en pecho, Rosa Mari saca las garras cuando le tocan la camada. "El día del Madrid, el año pasado, Etxebe le puso la zancadilla a no sé quién y empieza uno que estaba a mi lado: Asesinos, que sois unos asesinos. Me puse como una histérica. Le dije: Oye, ojito, que en otros campos nos insulten, vale, pero aquí no nos insulta nadie, ya es lo que faltaba", relata indignada. Y si alguien tiene que reprender a los rojiblancos, que sea de casa. "Somos un poco anti Llorente, porque no da una, es como un poste", critica. Cuando pitan el final del partido y madre e hija regresan a casa, es Jesús quien se despacha a gusto. "Llegas y éste: Que sois unos inútiles. Le digo: Oye, que yo no he salido al campo, que han salido los jugadores y no han jugado mal. Me dice: ¿Pero tú qué partido has visto? Chico, yo lo he visto en directo, tú sí que no has visto nada", zanja.
Capaces de amedrentar a "unos porreros del Osasuna", que empezaron insultándoles y terminaron poniendo pies en polvorosa -"cómo les pusimos que en el segundo tiempo no aparecieron"-, lo que no toleran estas dos princesas de sangre rojiblanca es que se lancen objetos al campo. "Nosotras estamos en la tribuna norte y si alguien tira algo al portero, la gente protesta. Yo, por la boca. Tirar, no tiro nada. Mi padre hace cuarenta años, cuando lo de Carrero voló, tiró una chamarra de cuero y tanto la lanzó para arriba que se quedó sin chamarra".
Iñaki y Benjamín Zarraga
"Siempre sueltas un juramento o rompes algún asiento"
Todo lo que Iñaki Zarraga tiene de grande lo tiene de forofo. "El partido se vive con intensidad, pero cardiaco tampoco. Se sufre y se disfruta y algún taco ya se escapa", reconoce el presidente de la Peña Gurpegi-Uriagereka de Mungia, a quien le "quema que estén los de al lado insultando a sus propios compañeros". "Yo no soy de los que están todo el día protestando, éste es un inútil... Yo, ni pañuelos ni silbar. Hombre, siempre sueltas algún juramento o rompes algún asiento, que ya he roto alguno, pero no me meto con nadie. No soy agresivo, soy entusiasta", le quita hierro. Su hermano Benjamín, en cambio, ya ha tenido "una enganchadilla" con un socio. "El Osasuna nos estaba barriendo, íbamos cero tres perdiendo, y él venga a insultar a los jugadores. Al final le dije que era mejor que fuera del Madrid o de la Real". La sangre no llegó al río porque Iñaki, un hombre tamaño cuatro por cuatro, se puso en medio. "Cuando acabó el partido cuatro tres, pidió perdón a todos y dijo que era un poco bocazas. Pero ya se ha borrado, en paz", proclama.
Admirador incondicional del Athletic -"para mí los once que juegan son los mejores, a muerte, salte quien salte"-, Iñaki recuerda los nervios que pasaron en el partido contra el Zaragoza hace ya cuatro años. "Estábamos en el descenso, en el pozo bastante hundidos, y era a vida o muerte, ganar o ganar, y pegó no sé si cuatro o cinco postes el Zaragoza. Aquello era...", rememora, sin encontrar las palabras para describir un encuentro de alta tensión. Un gol de Yeste, puesto a punto por Llorente, puso final feliz a hora y media de sufrimiento. Cuando el resultado es negativo, la cosa cambia. "Nos vamos a casa y a la cama, ni la mujer ni los hijos ni nadie. Afecta mucho", confiesa Iñaki. "Eso se lleva en el corazón", suscribe Benjamín. Lo que no se saltan, pase lo que pase, es la cena. "Sin comer no estoy yo, estoy hermoso, pero se pasa mal. Ha habido unos años que ¡uf!, te veías en segunda", se sincera Iñaki, en torno a unos zuritos en el Bar Ariotza, donde tiene la sede su peña.
Puestos a describir la leonera con la que comparten tribuna, los hermanos, que en alguna ocasión se han quedado roncos de tanto animar, citan a "un compañero al que le sale la vena con los árbitros" y a "un socio que ponía al Athletic a parir". "Con Ziganda se cebaba. Cuando metía un gol, yo, que justo lo tenía delante, le gritaba a la oreja: Cuco, Cuco", cuenta Iñaki. Pero si alguien sufre una metamorfosis, dicen, es "el chaval de Herri Norte que se pone de espaldas al campo". "Un amigo que le conoce dice que si le ves en la calle, nadie diría que es hincha. Debe ser supertranquilo, callado, y allí se vuelve loco, se pone medio en cueros, parece el director de la orquesta, el que lleva la batuta, dice algo y todos los demás le siguen", comenta. "Es como cuando vas en el coche. Somos todos mansillos y en el campo, según como vaya el partido, explotas", advierte Benjamín.
Jon Andraka, Zuriñe Y Aitzol
"Hay partidos que son de mucho chillar y de mucha guerra"
A simple vista parecen un tierno e inofensivo matrimonio con su sobrino, de trece años, pero una vez pisan La Catedral los tres se convierten en auténticas fieras. "Hay partidos que son tranquilitos y otros que son de mucho chillar y de mucha guerra", avanza Jon Andraka. Puestos a repartir estopa verbal, no dejan títere con cabeza, aunque los colegiados se llevan la palma. "Es que hay unos arbitrajes que tela. A veces le esperamos después del partido para que nos oiga bien. Cuando va para el hotel le decimos de todo menos bonito", reconoce este veterano aficionado. A los jugadores, "si hacen muy mal partido", también les cae "un poco de bronca". "A aquellos se les perdona más. Algún chillido ya se les echa, lo que pasa es que no nos oyen. Y si nos oyen, no hacen ni caso", señala.
A pesar de que aún es un crío, a Aitzol, asiduo a San Mamés desde los tres años, le dejan rugir sin censura durante noventa minutos. "En los partidos es normal, está perdonado", le justifica su tío. "No me arrepiento de haberlo dicho, me voy a casa desahogado", admite con sinceridad el chaval. Lo que no consienten ninguno de los tres es que se lancen objetos al terreno de juego. "Puedes jurar, chillar, pero tirar cosas nunca. A los que tiran algo, también se les chilla", advierte Jon. A veces, los leones se convierten en lindos gatitos. De hecho, además de la voz de tanto animar, Aitzol ha llegado a perder en el campo las fuerzas. "De disgusto, el día de la semifinal con el Betis, menuda llorera. Le tuvimos que bajar a aúpas, no podía ni andar", se anima a intervenir Zuriñe, quien de puro nerviosa que se pone a veces ni mira a la portería. A Jon la tensión también le pasó factura. "Hace mucho, en una semifinal contra el Barcelona, con el árbitro gallego García de Loza, no podía bajar ni las escaleras, me temblaban las piernas y todo del robo que nos hicieron. Los jugadores, peleándose en el campo. Aquello fue terrible, el peor partido de mi vida en San Mamés y llevo 33 años de socio. Si le veo en A Coruña, le tiro al agua".