RETIRARSE de San Mamés mientras la grada se pone en pie y te ovaciona debe de ser casi una experiencia religiosa. Pero si en vez de eso tu afición te despide tarareando a pleno pulmón la Marcha Triunfal de Verdi, el reguero de escalofríos que te puede recorrer la espalda tiene que ser antológico. Cuando Gaizka Toquero enfiló ayer el túnel de vestuarios el respetable, extasiado por el resultado y agradecido por la entrega del gasteiztarra, le despidió envuelto en la melodía de Verdi. La letra de la pieza se la sabe todo el mundo: "Loló, lorololó lo lo, lorololó loló....".

Es la canción que más gusta en San Mamés después, claro está, del propio himno del Athletic. Los clásicos son los clásicos y es imposible luchar contra ellos. Pero lo cierto es que si bien el himno rojiblanco suena partido tras partido en los prolegómenos de cada envite, la Marcha Triunfal sólo se escucha cuando la cosa va bien... muy bien. Normalmente esa circunstancia se da en los segundos tiempos, cuando el partido está encarrilado y ya parece que la victoria está asegurada. No vaya a ser que al rival le dé por reaccionar y se quede la cancioncilla atravesada en el esófago del respetable. Pero ayer el partido fue muy especial. Delante estaba el Real Madrid. El equipo de los talonarios, del Cristiano de Armani, del Kaká que "pertenece a Jesús", del Santo Casillas. Y toda la galaxia blanca, todo el divino firmamento de Florentino se vino abajo en dos minutos. El tiempo que tardó el Athletic en pegar dos balones en el poste y anotar un gol. La afición no quiso esperar, no se permitió esperar a los bises: a los tres minutos de que el árbitro, o eso que envió la Federación ayer a San Mamés, pitase el inicio del partido Verdi sonaba a todo trapo. No una ni dos veces.... Se oyó tantas veces que ha entrado directamente en el top ten de los 40 Principales.

Fue la máxima expresión de felicidad de la afición del Athletic. Los incondicionales abarrotaron una vez más La Catedral y convirtieron el campo en una olla a presión que hizo diluirse a los merengues. En primera fila estaban Rubén, Marcos y Juan Carlos. Este trío es sólo una muestra de todos los hinchas extremeños que llegaron ayer en un autobús. Ocho horas de carretera no son nada si sirven para pisar San Mamés. Y si son para ver al Athletic ganar al Real Madrid, saben a gloria. Todos los años se pegan el gustazo de ver al equipo de sus amores en Bilbao y en otro campo del Estado español. "Veníamos en el autobús hablando de los pepinazos de Cristiano Ronaldo, pero aún así teníamos claro que veníamos a ganar", explicaban cinco minutos antes del partido. Quienes también llegaban al partido pensando en el potencial del Real Madrid eran Juanan y Aitor, de Santutxu. Ataviados con una enorme txapela cada uno y sendas camisetas del Biarritz Olympique confesaban que "Ronaldo y compañía dan mucha caquita". De todas formas, los dos confiaban en la victoria rojiblanca.

Manu y Javi, de Erandio, escoltaron ayer a Jon Ander en su bautizo de fuego. Hay un día que todo aficionado rojiblanco recordará toda su vida: la primera vez que acude a San Mamés a ver al Athletic. Ayer era el gran día de Jon Ander y, aunque reconocía estar nervioso, llegaba con los deberes bien hechos: camiseta rojiblanca con el dorsal y el nombre de Muniain y una fe inquebrantable en la victoria del Athletic. Otro, en cambio, no se dejó llevar por el sentimentalismo y recurrió al cinismo y el humor negro. Alex Santamaría, de Erandio, se plantó en San Mamés con una bufanda muy especial enroscada al cuello. El trapo, de color amarillo chillón, era un dardo envenenado directo a lo más sensible de los madridistas. Era una bufanda del Alcorcón, el humilde equipo que eliminó a los merengues de la Copa. "Es para tocar las narices un poco", explicaba. Sus acompañantes, Izaskun y Alazne, le escoltaban por los aledaños mientras pedían con fervor repetir la gesta del Alcorcón: "¡Les vamos a meter otro 4-0!".

Con tanto aficionado empujando por la victoria era casi imposible no llevarse los tres puntos. Se podía contar con ello, pero claro: había que cumplir con el trámite de jugarlo, aunque sólo fuese por respeto al club de Chamartín. Se repitieron los rituales clásicos de las visitas del Real Madrid: gran pitada al equipo cuando se retira después del calentamiento, más música de viento cuando Casillas se acercaba a su portería, las mofas de la estrella de turno cuando su chut se perdía por la línea de fondo, las dudas sobre la orientación sexual de Guti... La victoria fue como inyectar vida a cada aficionado del Athletic, una carga de energía divina para afrontar otra semana de labores terrenales. Seguro que cada uno de los que estuvo ayer en San Mamés, en algún momento de la semana, no podrá evitar esconder una sonrisita mientras tararea para sus adentros esa musiquillalla: "Loló, lorololó lo...".