“En el bar ha pasado de todo, desde una pareja haciendo el amor en el baño hasta gente dormida en la puerta”
El cocinero del bar Alisas, Unai Bilbao, relata cómo las fiestas convierten a su local en escenario de escenas insólitas
Las fiestas de Aste Nagusia convierten Bilbao en un hervidero de anécdotas. Cada día y cada noche El Arenal se llena de música, cuadrillas, turistas y alegría desbordada. En medio de esa vorágine se encuentran bares como el Alisas, un local de referencia en la zona donde la fiesta no se detiene hasta que la ciudad empieza a despertar. Allí trabaja Unai Bilbao, cocinero del establecimiento, que asegura que lo que se vive tras la barra durante la semana grande daría para escribir un libro.
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“En el local ha pasado de todo: desde una pareja haciendo el amor en el baño hasta gente que se ha quedado dormida en la puerta”, explica con humor.
Su relato refleja la otra cara de Aste Nagusia: la de los trabajadores que, entre pintxos, cañas y copas, lidian con las situaciones más surrealistas. El episodio, aunque excepcional, no sorprende a Unai. Con el bar lleno hasta los topes, la música de las txosnas de fondo y el ambiente festivo en su punto más alto, los excesos se vuelven casi inevitables.
Multiplica clientes
Aste Nagusia multiplica la clientela habitual de cada uno de los bares de la zona. Desde la hora de la comida hasta bien entrada la madrugada, el flujo de clientes no cesa. “Abrimos a mediodía y no cerramos hasta las cuatro o cinco de la mañana. Son jornadas muy largas”, explica el hostelero.
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Detrás de cada historia divertida hay también mucho esfuerzo. El equipo del Alisas reconoce que las fiestas son una prueba de resistencia: montones de vasos por fregar, comandas que se acumulan, clientes que entran y salen sin parar…
“Es una semana de comerte mucho la cabeza, organizar muchos pedidos con tiempo. Es muy estresante”, declara Unai, que ayer cumplía 30 años como cocinero. El bar se convierte, en cierto modo, en un reflejo del espíritu festivo de Bilbao.
La mezcla de cansancio y alegría se siente en cada esquina de El Arenal, donde comerciantes y hosteleros saben que, aunque apenas duerman, vivirán jornadas que no olvidarán. Para los trabajadores, cada edición de las fiestas deja un nuevo repertorio de historias que contar. Algunas, como la de la pareja en el baño, rozan lo inverosímil, otras, como los clientes que se quedan dormidos, muestran el lado más humano de un evento que empuja al cuerpo al límite.