Parafraseando el título de una de sus canciones, fue una buena noche la de Nil Moliner (Barcelona, 1993) en la inauguración del escenario festivo del Parque Europa. Miles y miles de personas, la mayoría jóvenes e, incluso, niños, vivieron, bailaron, cantaron y se emocionaron con el particular y utópico paraíso pop de ritmo latino y sin barreras del barcelonés, originado por la explosión de euforia y libertad provocada por hitazos vitaminados y luminosos como Libertad, Soldadito de hierro o Mi religión.

Ni un momento de descanso. Nil desató la locura en el Parque Europa en un concierto corto –solo 75 minutos– pero vivido sin pausa y con intensidad arriba en el escenario y debajo por sus jóvenes seguidores, que no pararon de bailar, cantar y saltar desde que la banda del barcelonés, un septeto joven y vitalista, pisara el escenario. Antes del meneito musical, se escuchó el manifiesto que abre su último disco y que contextualizó el “lugar paraíso” que propone el vocalista, rutilante estrella pop en poco más de un lustro de exposición pública.

Aste Nagusia fue en el arranque del jueves ese lugar paraíso, el que permite bailar a quien esté triste o busque desconectar, ese lugar secreto y compartido donde “vivir sin filtro alguno, sin barreras, sin nada que nos detenga”. Parque Europa fue, durante algo más de una hora, ese lugar “etéreo y real” donde “saborear la vida” y “compartir historias”. Ese primer chute de felicidad generalizado llegó con el ritmo grácil de Mi religión, primera dosis de la vacuna optimista de Nil que transformó en una enorme sonrisa la cara de Aitana, bilbaina de solo 9 años que estaba acompañada de su madre, la ecuatoriana Mayra.

Aitana llevaba amarrada a la valla situada frente al escenario desde cinco horas antes. “Es que me gusta mucho”, nos explicó. No fue la única madrugadora. Poco después, a las 20.30 horas, llegó el trío formado por Ane, Izaro y Sarah, que reaccionó como una unidad rayando la histeria con el ritmo casi militar que introdujo Dos primaveras. Nil, de azul vaquero, gorra y pañuelo festivo al cinto, propuso cero complejos, besos y cánticos para curar las penas… y sus seguidores le hicieron caso.

Bailes compartidos

“Es muy festivalero y buenrollista”, escuchamos a alguien de seguridad a pie de escenario cuando cayó Nada que decir, tema espoleado por unas percusiones africanas y que demostró que también se puede corear una canción sobre el desamor. “Gabon Bilbo, a bailar”. Esa fue la presentación de Nil. Le hicieron caso, y él fue el primero que se puso a ello… y no paró entre vueltas acrobáticas, coreografías con la banda, juegos vocales con el público y arengas constantes. “Eskuak gora”, pidió con un Idiotas de inicio funk, y con Me quedo, a ritmo de salsa, llegaron los bailes compartidos sobre el escenario.

“Aquí, la gente baila que te cagas”, explicó tras agradecer el apoyo constante de Bilbao, desde los conciertos casi en familia en el Cotton Club. “Es increíble cómo en un sitio tan alejado de nuestra tierra nos hacéis sentir como en casa”, indicó al compartir baile con ocho personas –padres y madres de familia, adolescentes de cadera dislocada y parejas artríticas– sobre el escenario. Los invitados, entre ellos Rubén y Vanesa, quienes acompañados de su hija Valeria le han visto ya tres veces en esta gira, habrían seguido en escena con el bailable Good Day, que incluyó la participación grabada del guineano Camidoh.

Dedicatoria a un niño de 10 años

Nil se la dedicó a Iago, niño de 10 años, como representante de una infancia a la que pidió que nunca pierda la fuerza y la esperanza para luchar por un mundo mejor antes de perrear con la trompetista de su septeto, un grupo joven e implicado que sumó el trombón del euskaldun Eneko para, con el par de metales, aromatizar con un ramalazo caribeño el repertorio. Los ‘oooh’ del público y las linternas de los móviles se activaron con Luces de ciudad, justo antes de que el cantante se enorgulleciera de Ara, su segunda canción en catalán, y diera “la bienvenida a la familia” a quienes le veían por vez primera en directo. “La recordaréis cien por cien”, apostilló para presentar su canción homónima.

Hijos de la tierra, ante el fondo de escenario de un árbol con ramas multicolores, y Esperando, con su ritmo entre skatalítico y merengue, hicieron volar alto al catalán, que alternó la danza con la guitarra eléctrica y la acústica. Y así, sin descanso, cayó Bailando, con solo de trombón de Eneko y beso incluido del jefe antes de la esperada Libertad. El resultado fue similar al de una bomba nuclear, una explosión de euforia y libertad con el público entonando, solo, su estribillo.

Y luego llegó Meneito, claro, con un tumbao de sabor y ritmo tropical porque en toda fiesta “no pueden faltar el perreo y el meneito”, explicó Nil entre bailes sexies antes del “eskerrik asko” final por “llevar mis canciones al infinito”. La última fue Soldadito de hierro, la que llevaban esperando varias horas Ane, Izaro y Sarah, una oda al amor y a la resistencia a ritmo de un pop de arreglos latinos, festivo, vitalista, sencillo, de efectos inmediatos y digestión rápida que llenó de euforia y libertad la noche festiva.