No sé en qué va a acabar esto, pero me río yo de La Metamorfosis de Kafka. La última noche me lancé al recinto festivo con mi disfraz de pez globo venido a lenguado y llegué a casa como un salmón ahumado. Entre las parrillas ambulantes, los cigarros, los puritos y algún porro, la neblina me envolvió y terminé, sin comerlo ni beberlo –les juro por Leticia Sabater que ni una triste caña–, en un concierto tributo a Metallica que ofrecieron en la txosna de Aixeberri. Para intentar pasar desapercibida agité mi cabeza llena de trenzas de colores al ritmo trepidante de la música hasta que reparé en que muchos metaleros, más que melenas, peinaban calvas. Algunos iban acompañados de sus parejas, que aguantaron estoicas la tormenta de decibelios como si estuvieran escuchando a Iñaki Uranga y la BOS. Eso es amor y lo demás son tonterías. Yo me quedé allí clavada hasta el final. Primero, porque el cantante dedicó “un trago” y una canción a los que curraban al día siguiente. Un detallazo. Segundo, porque, ya entregada en cuerpo y alma a la causa heavy, en un descuido me habían instalado un puesto de arepas encima de mis aletas de buceo y mi movilidad quedó ostensiblemente reducida.

Al término del apoteósico concierto, la joven vendedora bostezaba y me dio cosa hacerle desmontar el chiringuito, así que me descalcé y me di un voltio por las txosnas del entorno. Lo mismo era la velada senior porque en una sonaba un remix de Mi gran noche, de Raphael, y en otra Para hacer bien el amor hay que venir al sur... Desconozco a qué sur se refería Raffaella Carrà, pero ya les digo yo que ayer en Bilbao, con 40 y pico grados, si alguien hizo el amor sería por causa de fuerza mayor. Como me caen bien, les desvelaré mi secreto para recuperar las constantes vitales cuando las altas temperaturas le han licuado a uno hasta el cerebro: hacer un viaje en metro mientras lanzan los fuegos artificiales. La otra noche me monté en un vagón vacío que era como una cámara frigorífica. Mano de santo. Al salir hasta se me caía el moquillo.

A lo que iba, en mi periplo por El Arenal me encontré pegadas al suelo una chancla y una zapatilla de cuña de esparto. Vale que ahora voy cojeando, pero es lo que hay. Además, entre los fiesteros premium que deambulan de madrugada a lo The Walking Dead, me siento como una más. De vuelta a casa, me pararon en un control y, por culpa del ahumado, di positivo en todo, colesterol incluido.