La tragedia y la devastación en la que desembocó la crecida por las Siete Calles
Todo anegado. Cuando las lluvias cesaron tras aquel fatídico 26 de agosto, la destrucción que surgió con la bajada de las aguas fue inimaginable. La fuerza con la que bajaba el Nervión arrasó con todo lo que se encontraba y en el cauce flotaban miles de restos arrancados aguas arriba de almacenes y pabellones, de viviendas, aparcamientos y tiendas, de comercios y locales. Un ejemplo es la fotografía superior tomada en la entrada de la calle Barrencalle Barrena desde la calle de La Ribera.
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La amalgama de desechos y restos dan fe del caos que supusieron las lluvias torrenciales que encontraron en las estrechas calles del Casco Viejo el escenario perfecto para acumular todo tipo de efectos que tardaron semanas en retirarse. Un dato. El agua alcanzó hasta cinco metros de altura en algunos puntos de la capital y en las Siete Calles más de tres. No obstante, la destrucción de la parte vieja bilbaina sirvió para que en los siguientes años se acometiera una renovación urbanística integral que alumbró el espacio que hoy disfrutamos.
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