EL día de Europa, que se celebra el 9 de mayo, este año será especial por varias razones. Por un lado, toda Europa se encuentra a punto de dejar atrás un confinamiento de más de dos meses por la crisis del covid-19, uno de los mayores retos a los que se ha enfrentado el continente en décadas. Por otro lado, este 9 de mayo se celebra el 70 aniversario de la histórica Declaración Schuman, en la cual se puso lo primera piedra para el desarrollo institucional de la Unión Europea.

Además, la situación delicada en la que se encuentra la Unión Europea estos últimos años hace también especial este aniversario. Si el Brexity el ascenso de las fuerzas populistas euroescépticas ya planteaban un serio reto al proyecto europeo, la crisis del covid-19 no parece sino que hará más difícil cualquier estrategia común para fortalecer las instituciones europeas. Quizás este aniversario de la primera piedra de la construcción de la institución europea no sirva sólo para conocer mejor el origen de la Unión Europea, sino también pueda servir para aprender lecciones para el futuro.

La unión de los pueblos europeos en una institución común no es un anhelo reciente. En el siglo XVII un monje francés, Emeric Crucé, imaginó la creación de una asamblea común y una misma moneda para todos los europeos como solución a las guerras de religión que asolaban toda Europa. Los ilustrados franceses retomaron la idea un siglo después hablando por primera vez de un patriotismo europeo. El propio Montesquieu llegó a afirmar que “Europa es un único país, compuesto por múltiples provincias”.

Pero fueron las dos guerras mundiales que asolaron Europa las que dieron el mayor empujón al sueño europeísta. La Primera Guerra Mundial saltó por los aires el tablero de naciones europeas anterior a 1914, por lo que para muchos era necesario un proceso de integración federal para poner orden al caos reinante. El conde Coudenhove-Kalergi fundó la Unión Paneuropea, que veía en la creación de unos Estados Unidos de Europa la única forma de salvar Europa de la pérdida de hegemonía tras la Gran Guerra. Su aportación quedó limitada al plano teórico. Fue necesaria una catástrofe mayor para convertir aquellas ideas en realidad.

Esa catástrofe llegó. La Segunda Guerra Mundial dejó Europa en ruinas. El mundo se había dividido en dos bloques que se disputaban la hegemonía de un nuevo orden. Era necesario un plan de reconstrucción de todo el continente. Pero, como vislumbró Churchill, era necesaria también algún tipo de estructura política europea para poder hacer frente a la influencia de ambos bloques. Los países que aprobaron el Plan Marshall desarrollaron las primeras estructuras comunes a nivel económico que sirvieron de ensayo para una futura Europa unida. Ya sólo faltaba que los gobiernos movieran ficha.

Y ese impulso vino de una generación de políticos que habían sufrido la guerra y querían evitar que volviese a ocurrir. Principalmente provenientes del ámbito demócrata-cristiano y socialdemócrata, figuras como el alemán Konrad Adenauer, los franceses Jean Monnet y Robert Schuman, el italiano Alcide de Gasperi y el belga Paul-Henri Spaak fueron los máximos impulsores de la idea europea. Junto a ellos, un vasto y heterogéneo movimiento europeísta que fue impulsando el proyecto por todo el continente. En 1948, en el Congreso de la Haya, lograban su primer éxito atrayendo a las instituciones gubernamentales a un debate sobre cómo debía ser la cooperación entre los países europeos, creándose un organismo intergubernamental para ello.

Pero hasta 1950 no llegó el que se considera el verdadero acto de nacimiento de lo que sería la Unión Europea a nivel institucional. El 9 de mayo de 1950, en el Salón del Reloj del Quai D’Orsay de París, el ministro de Exteriores francés, y uno de los grandes precursores del europeísmo, Robert Schuman, realizaba la que sería conocida posteriormente como Declaración Schuman. En ella, Schuman, en nombre de la República francesa lanzaba una oferta a Alemania Federal para poner bajo una autoridad común la producción de carbón y acero de ambos países. No hay que olvidar que las industrializadas cuencas del Ruhr habían sido en múltiples ocasiones el origen de conflictos militares entre ambos países. El sentido simbólico de la iniciativa era claro.

Pero la declaración no fue solo importante porque propició la creación al año siguiente de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. La declaración también sentaba las bases del objetivo y los valores de la Unión Europea. El comienzo lo dejaba claro: “La paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan”. La necesidad de la integración para evitar un nuevo conflicto armado y para hacer frente a las amenazas comunes quedaba claro.

Schuman creía que el objetivo final debía ser lograr la integración de los intereses de todas las regiones a nivel económico: “De este modo se llevará a cabo la fusión de intereses indispensables para la creación de una comunidad económica y se introducirá el fermento de una comunidad más profunda entre países que durante tanto tiempo se han enfrentado en divisiones sangrientas.” La unión de intereses económicos comunes era la única capaz de crear la unión política de todas las instituciones europeas. Schuman tocó la tecla adecuada. Adenauer recogió la oferta y la aceptó. Nacía la Comunidad Europea aquel 9 de mayo. Desde 1985 el 9 de mayo sería declarado Día de Europa por esta razón.

Comenzaba entonces un largo camino. Años de esperanza y avances, pero también de desilusión y cuestionamiento, sobre todo a partir de la crisis económica de 2008. Desde entonces la Unión Europea ha encadenado una crisis tras otra: la crisis de los refugiados, el avance del euroescepticismo con el auge de los partidos populistas, el surgimiento de democracias iliberales como la húngara y sobre todo el Brexit, que ha demostrado la posibilidad real de que un país abandone la unión respaldada por sus ciudadanos.

Pero si esto no fuera suficiente, la reciente crisis del coronavirus ha sumado a Europa en su mayor desafío desde la Segunda Guerra Mundial. Una triple crisis, sanitaria, económica y social, que ha tomado por sorpresa a todos los países de la Unión. La respuesta, igual que en muchas de las crisis pasadas, no ha sido común. Y los enconados debates sobre los coronabonos y los fondos de reconstrucción entre los países del norte y del sur recuerdan los tiempos de la crisis de 2008. El propio Jacques Delors, uno de los arquitectos de la Unión Europea moderna, ha advertido de que la falta de solidaridad entre los estados miembros puede suponer un peligro mortal para la unión. El coronavirus ha metido a la ciudadanía en sus casas y ha cerrado las fronteras y los aeropuertos. Parece que el proteccionismo y las fronteras fuertes son la solución, dando la razón a los euroescépticos. La estrategia hasta ahora de muchos países, de “sálvese quien pueda” parece reflejar que el proyecto europeo de integración y solidaridad entre regiones no vive su mejor momento.

Pero esta crisis también puede ser una oportunidad de refuerzo para las instituciones europeas. Puede que el virus esté sacando a la luz las debilidades de la Unión Europea, pero también puede mostrar las fortalezas de un programa de reconstrucción en el que un programa conjunto y una actitud solidaria entre regiones sea capaz de lograr reconstruir las economías de los países europeos una vez haya pasado la pandemia. El propio Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, lo ve claro en una entrevista reciente, explicando que los eurobonos son el camino para la reconstrucción, pero reconociendo que en Europa no hay suficiente solidaridad para apoyar una medida así.

“Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho”. Así describía la Declaración cómo debía ser la Unión Europea que el propio Schuman soñaba. Y así subrayaba lo importante que fueron las decisiones audaces y la búsqueda solidaria del Bien Común en sus orígenes. Pero también nos avisa de cuál debe ser el camino los próximos meses, cuando llegue el momento de la reconstrucción de la economía europea.

El origen de la Unión Europea parece hablarnos de su futuro. “Europa está buscando; sabe que tiene en sus manos su propio futuro. Jamás ha estado tan cerca de su objetivo. Quiera Dios que no deje pasar la hora de su destino, la última oportunidad de su salvación”, escribía Schuman en los inicios del proyecto europeo. Unas frases que se han convertido en las más repetidas del político francés los últimos años debido a lo profético que suenan respecto al momento actual. Sin duda, los próximos meses serán importantes para el futuro de la Unión Europea. Esperemos que Europa sepa encontrar el camino esta vez también.