Bruselas - Alemania vive un terremoto político. Democristianos y liberales se valían el miércoles de los votos de la extrema derecha de Alternativa por Alemania (AfD) para desbancar a la izquierda en el Estado federal de Turingia. Un hito en el desplante histórico de la política germana a los ultras que la propia Merkel calificaba de "imperdonable". Menos de 24 horas después, el gobernador liberal elegido dimitía para "eliminar" esta "mancha". Alemania ha sido la excepción durante menos de 24 horas. La tarde del miércoles, democristianos y liberales se apoyaron en los votos de la formación ultra para aupar a Thomas Kemmerich, del partido liberal (FDP) al poder en la región de Turingia, en el este de Alemania. Rodo Ramelow, de la izquierda Die Linke, se quedó así a un voto de su reelección para liderar el land. La tormenta política traspasó las fronteras alemanas, llegando las críticas hasta el corazón de la UE. Tras la sacudida, Kemmerich dimitía ayer para "eliminar la mancha que el apoyo de AfD ha causado", según señala un comunicado de la formación liberal.

estupor dentro y fuera del país La maniobra, que suponía una gran victoria simbólica para AfD, había creado estupor dentro y fuera de las fronteras germanas. El analista Franco Delle Donne cuenta en su blog sobre política alemana que el pacto previo se cocinó con Bjorn Hocke, del ala más radical del partido, quien hace unos días calificó de "vergonzoso" el acto conmemorativo por el 75º aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz.

La maniobra política pone en grandes aprietos al Gobierno de coalición nacional que forman los democristianos de Merkel y los socialdémocratas. El supuesto pacto habría impedido el acuerdo previo para la gobernanza en el Land de La Izquierda, Socialdemócratas y Los Verdes. Enfrenta así a los socios de Gobierno que viven sus horas más bajas durante los dos últimos años.

La CDU que lidera Annegret Kramp-Karrenbauer negó tras conocerse el desenlace de la tercera votación que hubiese existido cualquier conspiración previa. "No es un buen día, ni para la región, ni para todo el sistema político alemán", reaccionó AKK. La propia Angela Merkel calificó la maniobra, minutos antes de conocer la dimisión del liberal, como "imperdonable". "Hay que revertir el resultado", apuntaba la canciller. La región tendrá que celebrar ahora otros comicios.

La CDU siempre había descartado cualquier pacto con los neonazis y vivía bajo la presión interna, de las calles y de sus socios de Gobierno. Lars Klingbeil, secretario general del SPD, calificó la elección de Kemmerich como "las horas más bajas de la historia alemana desde la posguerra". Y es también el momento más débil del Ejecutivo germano.

"No en nuestro nombre" Pero el fuego cruzado también llegaba a Europa y a los liberales. Guy Vehofstadt, uno de los eurodiputados liberales con más renombre en la Eurocámara, no se andaba con rodeos en su rechazo: "Lo que ha ocurrido en Turingia es totalmente inaceptable. ¿Mi respuesta? No en nuestro nombre", señaló en un tuit junto a dos fotos, una de Kemmerich recibiendo el saludo de un miembro de AfD, y otra de Adolf Hitler subordinándose al presidente Paul von Hindenburg, dos días antes de convertirse en dictador con el apoyo del Parlamento alemán. Sin embargo, el caso alemán, lejos de ser una excepción, se ha convertido en una constatación empírica de un fenómeno eminentemente europeo. A lo largo y ancho del Viejo Continente, las fuerzas conservadoras y liberales han ido entregando las llaves de las instituciones gubernamentales a la extrema derecha.

Una circunstancia que en el caso del Partido Popular Europeo (PPE) sorprende menos. Durante años, esta heterodoxa formación ha aglutinado a todo tipo de sensibilidades del espectro ideológico de la derecha. Desde conservadores como los austríacos del OVP que dirige Sebastian Kurz, los democristianos italianos de Forza Italia con Silvio Berlusconi a la cabeza, o partidos de corte más liberal como el PP español de Pablo Casado, todos socios de Gobierno de la extrema derecha en algún momento.