La Fiscalía de Menores de Gipuzkoa trasladaba la semana pasada a este periódico la necesidad de seguir atendiendo aquellas recomendaciones de familiares para no exponerse a situaciones de peligro, evitando así agresiones sexuales.

¿Con el cibercrimen ocurre algo similar?

–Lo suscribo al cien por cien. Aquello que nos decían de no coger caramelos a un desconocido o irse con cualquiera lo seguimos haciendo en la vida real. ¿Por qué no enseñamos a nuestros hijos que de los like no se vive? ¿Por qué no decirles que no se acepte a cualquiera en Internet, que no es adecuado tener mil amistades en la red? ¿Por qué no les decimos abiertamente que no descubran su intimidad a la gente? Si no lo haces a pie de calle, tampoco lo hagas en este otro soporte.

Arantza López Martín Oskar González

¿Qué pasos debe dar el mundo adulto en ese sentido?

–Tenemos que adaptar nuestros principios y valores a esas nuevas formas de comunicación. Es un aspecto en el que hay que hacer incidencia. Ya no vale eso de decir no entiendo de estas cosas, y como no entiendo, dejo hacer a mis hijos. No. Mi madre tampoco entendía de droga ni de desconocidos (sonríe).

Porque no hace falta ser un ‘hacker’ para educar.

–No, como tampoco hace falta saber manejar Instagram para decirle a tu hijo que no tiene que hablar con un desconocido ni en la vía pública ni en la red. Nadie enseña un pecho en la calle porque alguien se lo haya pedido. ¿Por qué sí lo hacemos en la red? Hay que darles las herramientas para gestionar este nuevo mundo, porque si no, se normalizan conductas muy nocivas.

¿No cambiar, por ejemplo, de dirección de email y contraseña durante años es ponérselo más fácil al delincuente?

–Yo no lo he hecho y nunca me ha pasado nada, lo cual no quiere decir que no me pueda ocurrir, puesto que soy usuaria de Amazon y compro on line. Pero por encima de todo está el sentido común, la sensatez y el buen juicio. Es algo más importante que las destrezas a la hora de manejarnos con las nuevas tecnologías. No hace falta ser ingeniera informática. Hace falta un poco de sentido común y si algo nos chirría en la red, cuidado.

Hay colectivos vulnerables, como el de los menores, que quizá no han tenido todavía suficiente trayectoria vital para adquirir ese necesario sentido común.

–Pero la Justicia no puede influir en esa fase anterior. La Justicia no educa. La Justicia repara y sanciona. Quiero decir que para cuando nos llega un procedimiento, el perjuicio ya está hecho.

¿Pero las sentencias no son ejemplarizantes?

–¿Pero cómo lo valoramos? Tengo encima de la mesa sentencias de pedófilos con 60 años de prisión. ¿Ejemplarizante para quién? Es igual que un robo o un asesinato. Al que ha robado le castigamos e intentamos reparar el daño causado a la víctima, pero la educación para no robar no la da la Justicia. Debe formar parte de una enseñanza previa. La red ni se la podemos quitar a los menores, ni debemos hacerlo. Es un instrumento de la vida muy útil que hay que enseñar a utilizar, con una buena educación.

La ciudadanía ve en ustedes, al menos, cierto consuelo cuando se ha producido un ilícito penal.

–Por supuesto, pero es el último paso, nosotros no podemos revertir la situación. Hay que adelantarse, algo que implica a familias o centros escolares. Hace falta educarles para que esos menores sean en el futuro adultos que sepan utilizar las redes.

¿Hasta qué punto se retrasan los procedimientos por depender de empresas como Google, YouTube, WhatsApp o Facebook a la hora de identificar a los autores?

–Hemos ganado mucho. Antes Google no contaba con domicilio social en Irlanda y todas las peticiones había que realizarlas a Estados Unidos a través de una comisión rogatoria. Ahora estas empresas tienen sucursal en Europa gracias a las directrices que se han marcado en ese sentido. Ya no es necesario tramitar como lo hacíamos antes. Al perseguir un delito informático, Google contesta en quince días, cuando antes había que esperar seis meses.

¿Cómo se articulan esos procedimientos?

–El juez dicta el oficio y la Policía tiene sus propios conductos de comunicación con los responsables de estas empresas. Hay una relación directa que antes no existía. Lo mismo ocurre con las compañías telefónicas a la hora de darnos las titularidades de las direcciones IP.

En Sanidad cada vez más pacientes acuden a la red privada, al igual que hay perjudicados por ciberdelincuencia que recurren a peritos informáticos. ¿La Justicia acabará siendo para ricos?

–No. Nuestras fuerzas policiales tienen sus técnicos y hacen sus peritajes técnicos, al igual que hay médicos forenses.

¿Pero la judicatura se está actualizando al nivel que debiera?

–Creo que sí, la gente se está preparando para esta realidad tan cambiante. Cuando empezamos había unos cuantos asuntos de pornografía y un volumen de estafas que no tiene nada que ver con el actual. Todo va muy rápido, pero tampoco ha pasado tanto tiempo. No olvidemos que WhatsApp es de 2010.

Es sorprendente, parece que llevamos toda la vida con él.

–Sí (sonríe). Me recuerdo en reuniones en Madrid mandando SMS para avisar de que llegaba al aeropuerto. No ha pasado tanto desde aquellos 500 SMS al mes, con el cobro a partir de esa cifra.

¿Cómo se maneja en el trabajo ante el ritmo frenético de la sociedad y de la tecnología que la acompaña?

–El problema de esta especialidad es precisamente la rapidez con la que se producen los cambios. Entrar en la era 2.0 cuando los usuarios comenzaron a interactuar en los sitios web fue una locura. Nadie imaginaba que todo esto iba a ser tan rápido.

Justicia no es Hacienda. ¿La falta de recursos es la eterna espada de Damocles?

–Hay carencias que se van paliando, pero los medios son los que son y el trabajo sale a base de un gran esfuerzo personal. Somos tres en toda la comunidad y yo no solo me dedico a ciberdelincuencia. Llevo mi papel ordinario, mis servicios y guardias. Pese a todo, vamos avanzando.