La Fiscal delegada especialista de criminalidad informática en Euskadi, Arantza López Martín, atiende a este periódico en su despacho, donde estrena un cargo sin precedentes en la Comunidad Autónoma Vasca. El auge de la ciberdelincuencia exige una actualización constante. Su tarea, coordinar las actuaciones judiciales de los tres territorios para que la lucha contra el crimen sea más eficaz. “Tenemos que tener una visión lo más amplia posible”, avanza.

¿Hasta qué punto son un problema en Euskadi las nuevas tecnologías en manos de delincuentes?

–Esta forma delictiva lleva muchos años de evolución y afecta tanto a Euskadi como al resto de comunidades. En realidad la Fiscalía cuenta con especialidad en cibercrimen desde el año 2011, cuando se nombraron a los delegados provinciales. El objetivo ahora es elevar esa coordinación. La Fiscalía se rige por un principio fundamental de jerarquía, pero entendida como unidad de actuación. Tenemos que actuar todos de la misma manera y dar una respuesta eficaz y similar a supuestos idénticos.

¿En qué va a consistir su labor?

–Hay que partir de la base de que una de las dificultades de esta especialidad es su carácter transfronterizo. Aquí no hay límites. Los autores pueden estar en un punto del planeta y las víctimas dispersas por otros tantos lugares. La coordinación de fuerzas e instituciones es fundamental, en la línea en la que voy a trabajar.

Las fuerzas policiales suelen ser muy celosas de la propia información que manejan. ¿Hasta qué punto se ha avanzado en la puesta en común de esas bases de datos?

–Bueno, se están haciendo grandes esfuerzos y se han dado importantes pasos hacia adelante. No obstante, esa coordinación policial y judicial tiene que ser mayor ante un hecho delictivo con diferentes ítems de comisión, que afecta a diferentes territorios. Hace falta una comunicación más fluida y coordinar todas esas labores de investigación.

En esa lucha sin cuartel hay quien dice que la ciberdelincuencia vive en el siglo XXI, pero que la Justicia se ha quedado en el siglo XIX.

–Bueno… (sonríe). Es verdad que este tipo de delitos son multidisciplinares y fugaces. Los autores están tras una pantalla y es complejo identificar las autorías. Son muy rápidos y volátiles.

¿La ciberdelincuencia sigue siendo la liebre y ustedes la tortuga en una carrera de fondo?

–Los ciberdelincuentes siguen siendo la liebre, pero la Justicia ya no es la tortuga. No es una carrera desigual como antes, ni los criminales son los más listos del mundo. También se confían y cometen errores. ¿Vamos más lentos que los autores? Pues sí, pero cada vez acortamos más las distancias y el esfuerzo de coordinación va dirigido precisamente a paliar esas deficiencias. No hay que trasladar un mensaje de impunidad. Se llega al autor.

La memoria de la fiscalía señala que muchos expedientes se archivan “por falta de autor conocido”. ¿Hay algún plan previsto más allá de esa coordinación?

–Hay un trasvase de información constante y una metodología de trabajo con la que vamos a continuar paliando, eso sí, las deficiencias que vamos observando. Pero contamos con un método de trabajo muy dinámico, con instituciones que impulsan comisiones constantemente, reuniones a nivel europeo e internacional, y proyectos e investigaciones.

¿Perseguir al ciberdelincuente no es como buscar una aguja en un pajar?

–(Silencio). A veces sí que puede ser frustrante con determinadas cuestiones, pero por lo general me voy a casa con la sensación de que resolvemos.

¿Cuál es el mayor quebradero de cabeza?

–Los delitos patrimoniales son muy elevados. Las modalidades de estafa han aumentado mucho y han barrido a esas que conocíamos de otras épocas, como el timo de la estampita. La red se lo ha llevado todo por delante. Son casos en los que resulta complejo identificar a los autores, pero vamos consiguiendo nuestros hitos.

¿Hay algún perfil tipo de víctima y agresor?

–Te puedes encontrar de todo, con perfiles de todos los rangos de edad. Hay colectivos más vulnerables, como pueden ser las personas más mayores, pero aquí vemos que afecta a todas las edades. El perfil del delincuente también es muy variopinto: con empleo, sin empleo, con formación o sin ella.

Se ha planteado la necesidad de ampliar el foco de cada denuncia por estafa, de tal manera que se busquen elementos comunes con otras víctimas similares. ¿Comparte esa lectura?

–De hecho, es una de las vías en la que más se va a incidir. Hace falta tener una visión lo más amplia posible, estableciendo conexiones y poniendo en común los datos e investigaciones. Queremos subir un escalón más en la pirámide de la estafa. Ya no estamos ante un sujeto A, que perjudica a B. El sujeto A utiliza hoy en día información de otro, que a su vez la utilizó de un tercero. No se conocen entre sí.

¿La suplantación de identidad es una actividad preocupante?

–Estamos ante un auténtico problema. Son nuestras mulas ciegas, como acostumbramos a llamar en judicatura. Titulares de cuentas bancarias que ni siquiera saben que tienen a su nombre esa cuenta, utilizada como vía de recepción de transferencias y movimientos.

¿Le gustaría trasladar algún mensaje a las personas perjudicadas?

–Hay que ser precavido para evitar sustracciones de dinero. Si dudas de una persona que en la calle te pide una contraseña, hay que dudar de ello también en la red. Ninguna entidad bancaria te va a pedir una contraseña por SMS o correo electrónico. Si la cuenta bancaria de una persona se bloquea por el motivo que sea, esta persona acude físicamente o llama a la sucursal, pero la entidad no da claves, ni acepta links de correos electrónicos. Por eso hay que desconfiar de esos mensajes que te dicen que has resultado ganador en un sorteo. Si alguien quiere regalarme algo, que me busque (sonríe).

¿Pecamos de exceso de confianza?

–Sí, es importante hacer esa labor de autoprotección. Es el granito de arena que tenemos que poner para hacérselo un poco más difícil. Ese mismo mensaje que nos llega ha podido ser enviado al mismo tiempo a 300.000 personas y con que caiga un 0,1% es suficiente.