Las sucesivas olas de calor de este verano sofocante arrojan un saldo provisional de 5.000 muertos en el Estado, según las primeras estimaciones avanzadas a este periódico por la Sociedad Española de Epidemiología, que celebra hasta el viernes en Donostia su reunión anual. El encuentro científico abordará desde diferentes ópticas las desigualdades sociales, la salud urbana y un cambio climático que no deja de ser motivo de preocupación.

“Dejémonos de postureo y pongámonos a trabajar de forma seria y con cierta empatía internacional”. Jesús Ibarluzea es una voz acreditada en esta materia. Además de ejercer de presidente del comité organizador de este encuentro que cuenta con más de 800 asistentes inscritos, es técnico de Salud pública del Departamento de Salud del Gobierno Vasco, y responsable del área de Epidemiología y Salud Pública en Biodonostia.

El experto entiende que se está perdiendo un tiempo de oro ante un cambio climático que sigue su curso y comienza a pasar factura a los ecosistemas y, por extensión, a la salud de la población. Las olas de calor extremo -advierte- producen mortalidad directa, y también efectos secundarios que unidos a otros factores de riesgo pueden afectar a largo plazo a una población que con frecuencia no es consciente de todo ello.

“Se insiste en que viene el lobo, pero desde el punto de vista psicológico estamos ante una situación que no genera un cambio de actitud ni de hábitos”

Jesús Ibarluzea - Presidente del comité organizador de la Reunión Anual de la Sociedad Española de Epidemiología

En Euskadi no se han facilitado datos sobre el número de muertes atribuibles al calor durante este verano. “Lo que sí podemos avanzar son las 5.000 registradas en el conjunto del Estado”, revela Ibarluzea, que estima para la CAV un porcentaje de decesos inferior al que le correspondería proporcionalmente porque “las olas de calor en el norte han sido menos intensas que en el sur”. En todo caso, “es un hecho que se están produciendo, como pudimos comprobar también durante el verano de 2003”, se reafirma el biólogo.

El sobreesfuerzo constante de un cuerpo fatigado

Sin llegar a lamentar muertes, las altas temperaturas que se vienen registrando afectan seriamente al organismo. De entrada, reducen la calidad del sueño, y contribuyen al estrés corporal. Ibarluzea habla de la homeostasis, ese estado de equilibrio necesario entre todos los sistemas del cuerpo para sobrevivir y funcionar correctamente. “El problema es que el organismo se está viendo obligado a realizar un sobreesfuerzo constante para poder adaptarse a esa situación”.

Y a partir de ahí, una persona se siente cansada aunque no se mueva, por lo que reduce la actividad física tan necesaria para llevar una vida saludable. Aumenta así el sedentarismo, con el consiguiente riesgo de patologías asociadas a estos factores, como las enfermedades cardiovasculares.

El calor también afecta al rendimiento escolar, a la capacidad de recuperación de la atención, la memoria y las funciones cognitivas. “Estamos hablando de un impacto enorme, puesto que la temperatura es una variable básica, dentro y fuera de nuestro organismo”, recalca.

Son señales de alarma que contrastan con la percepción de la población. El cambio climático se sigue viendo como algo lejano. “Se insiste en que viene el lobo, pero desde el punto de vista psicológico estamos ante una situación que no genera un cambio de actitud ni de hábitos. Tampoco la preparación necesaria frente a esta situación de riesgo”, lamenta. De algún modo, aunque las asome cada vez con mayor frecuencia, se le siguen sin ver las orejas.

Lejos queda ya la Cumbre de la Tierra que reunió en 1992 en Río de Janeiro a representantes de todos los países del mundo. Un encuentro en el que ya se comenzó a hablar seriamente de un cambio que ya está aquí. “¿Qué han hecho las instituciones durante todo este tiempo? ¿Qué hemos hecho todos y cada uno de nosotros desde que se viene hablando de ello?”, se pregunta el experto.

¿Adiós al verano más fresco del resto de nuestros días?

La amenaza latente, entretanto, ha seguido su curso. No hay más que ver lo que ha ocurrido este verano, que se recordará como uno de los más calurosos en medio siglo, junto al tórrido estío del año 2003. Lo sorprendente es que voces acreditadas señalan que puede ser el verano más fresco del resto de nuestras vidas.

Más de una persona puede llevarse las manos a la cabeza teniendo en cuenta que hemos vivido tres olas de calor, siendo las de junio y julio históricas, por la intensidad y duración, y también por lo prematuro que fue su golpe en el caso de la de junio. Nueve de los últimos diez veranos han sido los más cálidos desde que hay registros -especialmente los de 2017, 2020 y 2021-, algo que poco a poco va minando, de manera silenciosa, la salud de la población.

El efecto de la ola se puede producir de manera inmediata, pero las exposiciones ambientales también pueden tener un decalaje cuando esas temperaturas extremas se mantienen en el tiempo”, advierte el técnico de Salud pública. De hecho, la persistencia de estos episodios sofocantes cuya duración se ha prolongado varias semanas es otro de los motivos de preocupación, al que se añade que el calor aparezca cada vez con más frecuencia fuera de su temporada habitual.

A partir de ahí, la situación de riesgo para la salud depende de diferentes variables que van a ser analizadas en el encuentro científico de la Sociedad Española de Epidemiología, que da comienzo este martes a las 19.00 horas en Donostia con una mesa abierta a toda la ciudadanía en el Museo de San Telmo. “Estamos hablando sobre si a la hora de defenderte de esa ola de calor dispones de un entorno verde, de una casa en condiciones adecuadas, de aire acondicionado. También de cuestiones de movilidad: si puedes desplazarte, o eres una persona mayor que vive sola”, expone a modo de ejemplo el presidente del comité organizador.

El congreso comenzará oficialmente mañana miércoles a las 11.30 horas en el Centro Carlos Santamaría de la UPV/EHU, con el acto institucional de inauguración, al que asistirán, entre otros, Elena Vanesa Martínez, presidenta de la Asociación Española de Epidemiología; José Ignacio Asensio, diputado Foral de Medio Ambiente; Eva Ferreira, rectora de la Universidad del País Vasco UPV/EHU; el alcalde de Donostia, Eneko Goia, y la consejera de Salud del Gobierno vasco, Gotzone Sagardui.