- “La actividad laboral que se está recuperando, si es de calidad, es principalmente masculina. En los huecos de la pobreza se están quedando las mujeres más vulnerables”, advierte Ana Sofi Telletxea, responsable de Análisis y Desarrollo de Cáritas Bizkaia.
Según la última memoria de Cáritas, de las más de 5.000 personas que habían necesitado ayuda por primera vez, el 48% eran mujeres. ¿Ha aumentado la cifra de mujeres en situación de vulnerabilidad en la pandemia?
—En la medida en que avanza el tiempo las situaciones de precariedad van aumentando. Por la referencia que tenemos del informe de pobreza en Euskadi y del informe de impacto de covid, se está incrementando el perfil de mujeres dentro de la pobreza.
¿Por qué la pandemia les afecta más a ellas que a los hombres?
—Porque ya antes de la pandemia la situación de las mujeres era de mayor vulnerabilidad: trabajos sin contrato o con muy poca protección, cuidado de menores, pensiones más bajas... El paro económico y laboral que supone el covid lo que hace es añadir dificultad a esta población que está ya en los lugares de mayor precariedad. A mayor situación de debilidad, el impacto es más fuerte y la recuperación más lenta.
¿Cuál es el perfil de las mujeres en riesgo de exclusión?
—El perfil de mujer sola al cuidado de hijos e hijas es una realidad que se está extendiendo. Se añaden bajos estudios, baja formación y la falta de acceso o un acceso muy irregular a trabajos de muy baja cualificación. Aunque hay también autóctonas, hay una presencia importante de mujeres de origen extranjero y en situación irregular, cuyo acceso al empleo es mucho más complicado. En resumen, formación baja, soledad en los cuidados, no tener red y precariedad laboral y administrativa son las principales características.
¿Ha cambiado ese perfil a raíz de la pandemia? ¿Les han solicitado ayuda, por ejemplo, mujeres autóctonas que hayan perdido el empleo debido a esta crisis?
—Se podrían haber incorporado personas que son distintas, pero no como para dar la vuelta al perfil mayoritario que ya estaba en situación precaria. No estamos detectando nuevas realidades que antes no estuvieran ahí.
Tienen mayor dificultad para encontrar trabajo o acceden a empleos más precarios. ¿Por qué?
—El nivel de estudios de la población en situación de vulnerabilidad es más bajo y el trabajo precarizado en nuestra estructura social es el relacionado con el mundo de los cuidados o la limpieza, que está muy feminizado, con lo cual las mujeres con bajos estudios entran en ese campo, que es de muy alta inestabilidad laboral, por días, muy precario.
Conciliar, muchas veces sin red de apoyo, les resulta especialmente complicado. ¿El cuidado de menores y mayores dificulta que puedan salir de la exclusión?
—Socialmente se ha atribuido a la mujer el rol de los cuidados. No tienen más dificultades por ser mujeres, sino por tener personas a su cargo. Es el cuidado, que está fuera de este sistema de mercado y no se atiende, el que les entorpece. Por otra parte, tienen dificultades para el cuidado de su familia, pero cuando entran en el mercado laboral lo hacen para solucionar el problema de cuidados que tienen otras, con lo cual entran a mercados muy precarizados y, además, no pueden conciliar porque ellas no tienen a quién contratar. Tenemos encima de la mesa el debate de los cuidados que socialmente no tenemos solucionado.
¿Qué medidas se pueden implantar para revertir esta situación?
—Las medidas de conciliación son escasas y no abordan los procesos de formación o inserción previos al trabajo. Los cuidados y la conciliación más allá de las dinámicas de empleo son dos medidas que se podrían incorporar.