Quizás le ocurran ambas cosas a la vez, pero lo más probable es que usted y su pareja hayan envejecido menos que los familiares de la imagen a su misma edad. Esta es la conclusión a la que ha llegado el equipo de la gerontóloga Taina Rantanen de la Universidad de Jyväskylä, en Finlandia, tras estudiar la condición física y cognitiva de dos grupos de personas, unas nacidas en 1910 y 1914, y las otras, cerca de tres décadas después. Las del primer grupo fueron examinadas entre 1989 y 1990, con 80 y 75 años de edad, y las del segundo grupo entre 2017 y 2018, también con 80 y 75 años de edad. A todas ellas se les hicieron pruebas de desempeño físico y de capacidad cognitiva.

Los del grupo que habían nacido tres décadas más tarde, caminaban más rápidamente y tenían más fuerza, tanto en las manos, al sujetar objetos, como en las piernas. Y en lo que se refiere a las capacidades cognitivas, los nacidos más tarde tenían más fluidez verbal, reaccionaban con mayor rapidez al realizar tareas complejas de movimiento de dedos y obtuvieron mejores resultados en ejercicios de correspondencias entre símbolos y números. En ambos casos se comparaban registros correspondientes a personas de la misma edad.

El mejor desempeño físico y cognitivo que reflejan los resultados de las pruebas en quienes nacieron tres décadas más tarde no tuvo, no obstante, carácter general. Las medidas de función respiratoria, por ejemplo, no mostraron mejoría, ni tampoco las de la tarea de memoria a corto plazo que consiste en recordar secuencias numéricas.

Con el paso de los años, las condiciones de vida han mejorado en gran parte del mundo, y desde luego lo han hecho en los países occidentales. La prosperidad ha propiciado una mejor alimentación, con todo lo que ello implica en términos de salud. Pero también ha mejorado, y mucho, la atención médica. La gente ha estado cada vez más sana y es, por ello, lógico que llegue en mejores condiciones a edades avanzadas.

En lo que se refiere al desempeño cognitivo, un mejor estado de salud también ha podido ser un factor positivo pero, en este caso, los años de formación han ejercido una influencia determinante. De hecho, cuando se descuenta el efecto de los años de aprendizaje, las diferencias entre los grupos nacidos en épocas distintas se atenúan hasta casi desaparecer.

Por último, debe considerarse el efecto del nivel formativo sobre el estado de salud. Quienes tienen mejor formación también tienen hábitos de vida más saludables, acuden al médico con más diligencia y, dependiendo del país y la región en la que viven, tienen acceso a mejores servicios de salud. Se cierra así el círculo virtuoso que propicia un envejecimiento más saludable, una vejez más grata y una vida más prolongada. De lo que se trata es de que cada vez sean más, en todo el mundo, las personas que entran en ese círculo.