UBIÉNDOSE el pantalón pitillo que se le escurre culo abajo, la otra mano ocupada viendo fotos en el móvil, camina sin mascarilla , en Bilbao. Solo le falta sacar pecho, encararse al coronavirus y decirle: ¿Me estás retando? Es la inconsciencia o la rebeldía de los 17 años o un cóctel de ambas, que puede resultar letal. “Paso de todo. Me da igual contagiarme”, dice. Y eso que su madre y su abuela trabajan en un hospital. “Me piden que la use, pero nunca la he llevado. Si viene la poli, me la pongo, y cuando pasan, me la quito”. No hay mucho más que hablar. La adolescente que lo acompaña, cubriendo su cara con una mascarilla quirúrgica, confiesa que la utiliza “por miedo a la multa” y porque su abuelo “es de riesgo”. La intención es buena, aunque él bromea estirándole de la capa azul. Esa que todos dicen que no hay que tocar. Y ya se sabe, luego las manos van al pan. O de vuelta al móvil. O vete a saber tú a dónde.

Este chaval no es el único al que aún no le ha calado la obligación de llevar la mascarilla por la calle. Del parque de Doña Casilda se levantan tres chicas, de entre 17 y 18 años, sonrisas al aire. “En las tiendas, como era obligatorio, sí me la ponía, pero en la calle no. Y ahora porque se me ha olvidado... Siempre la llevo ¿eh?”, se justifica una, como si estuviera hablando con su madre, al tiempo que saca del bolsillo un gurruño, que cuando lo despliega resulta ser una mascarilla. “En los sitios abiertos nos la ponemos más para evitar multas y en los cerrados, por el miedo a contagiarnos”, dice otra. Estas amigas, que se van a ir de vacaciones a Salou con “el miedo por si nos confinan”, aseguran no tener temor a enfermar. “A nosotras no nos va a pasar nada, pero al resto del mundo... En eso sí estamos concienciadas”.

Para concienciado Imanol, un joven al que el coronavirus le ha atizado en el entorno. “Tengo una amiga cercana a la que se le han muerto sus dos abuelos. Tuvieron que estar en casa y lo pasaron muy mal. Después de mes y medio luchando, fallecieron los dos. Me impactó mucho. Encima, como estábamos en confinamiento, no pudo ir al funeral. Eso es peor todavía porque no se pudo despedir ni nada”, lamenta este joven, que, a raíz de este drama en cuerpo ajeno, mira a la pandemia con otros ojos. “Cuando ves que alguien cercano lo pasa mal, te toca mucho más. Si no, no lo ves. Todo el mundo piensa: A mí no me va a pasar nunca”.

“Por si me cruzo con un abuelo”

Katrin, amiga de Imanol, que escucha atenta su relato, de pie, en la Gran Vía bilbaina, le da toda la razón. “Yo he oído a un chico en un coche decir: Bah, para qué me voy a poner mascarilla si seguro que ya lo habré tenido. Hay gente poco madura que no se lo toma en serio. No ven la gravedad del asunto”, comenta, mientras Inés, a su lado, asiente. “Yo he escuchado mucho la frase: Si el coronavirus lo vamos a pillar tarde o temprano... y no solo a gente joven”, matiza, cansada de sentirse señalada. “Se nos ha criticado muchísimo, pero yo he visto sin mascarilla a personas de todas las edades, en los bares, saltándose las cosas por el forro... Se nos critica como para quitarse uno las responsabilidades a sí mismo y es algo globalizado”, censura esta joven de 19 años, que está sudando la gota gorda para conversar con la protección facial puesta. “Es que cuando hablo se me pega y me ahogo”, aclara, y se la ahueca un poco por un lateral para coger aire. “Yo la llevo, sobre todo, por mis abuelos, aunque lo de las multas, obviamente, influye”, reconoce. Katrin también se cubre nariz y boca por su familia y por la de los demás. “Pienso que igual hay una persona andando sin la mascarilla y justo pasan mi abuelo o mi abuela y no me gustaría, así que yo la llevo por si me cruzo con el abuelo de otra persona”. Pena que la sensatez no se propague tan rápido como el virus.