A Udiarraga García Uribe, activista de la lucha contra el sida, la emergencia sanitaria del covid-19 le trae a la memoria los momentos más duros de la pandemia del virus de inmunodeficiencia humana (VIH) de los años 80 y 90, aquella pandemia ocultada que tuvo un impacto demoledor entre la juventud vasca. “Cada día teníamos el funeral de algún conocido, pero se celebraba casi a hurtadillas por el estigma de la enfermedad. A quienes la padecíamos se nos veía como apestados”, explica esta trabajadora de la Asociación Itxarobide, que apoya a los pacientes con sida.

Por eso se emociona cuando ve en los medios de comunicación los aplausos, tanto a los pacientes recuperados por el coronavirus y dados de alta, como al personal sanitario que les atiende. Mientras el contagio del VIH se producía por relaciones sexuales de riesgo, por la utilización de jeringuillas usadas y, al principio, por transfusiones de sangre, el covid-19 se transmite por las microgotitas de saliva y puede infectar por cercanía a través de la boca, los ojos, la nariz y los oídos.

Aunque las dos son pandemias y coinciden en que la transmisión es muy rápida, la diferencia entre ellas es abismal. En esta se abraza y se besa, aunque sea digitalmente, mientras a los pacientes de sida se les rehuía y escondía. Sin embargo, el patrón es el mismo: miedo al contagio, a lo desconocido, a morir”, indica Udiarraga, que no está contagiada de coronavirus, pero sí vive la situación en primera línea.

Le impresiona de manera satisfactoria la manera en que llega la información sobre este virus a la población, la forma de contarlo y explicarlo. “Afortunadamente los datos son accesibles a todos y por todos los medios. Con el sida nadie imaginaba que en los medios de comunicación, excepto en revistas científicas, existiera la normalidad que hay ahora al explicar todo lo relacionado con el coronavirus; que fuera portada diaria en los periódicos, que abriera los informativos, aunque la comunidad científica sí se volcó para buscar soluciones que detuvieran el avance de la pandemia”, reconoce.

Además, en la pandemia del sida se hablaba de población de riesgo en grupos marginales: homosexuales y heroinómanos, y ahora se habla de personas, sean sanitarios, mayores o asmáticos. Pero lo cierto es que tanto en los años 80 y 90 del pasado siglo como ahora la realidad es que todos somos susceptibles de estar afectados por alguno de estos virus. “Es cierto que al principio de la pandemia del sida la principal población de riesgo estaba bien definida, lo mismo que ahora el covid-19 se ceba más en mayores crónicos y pluripatológicos. Pero ahora las guías y pautas dadas desde Sanidad las recogen bien los medios para que nadie se confíe, como no se hizo con el sida entre quienes se creían inmunes por no pertenecer a los grupos señalados. Nadie debe bajar la guardia, porque si no, cómo explicas el fallecimiento de una enfermera de 53 años en Galdakao, un ciclista de 38 y otros muchos casos que se producen en la población con menor riesgo de infección”, explica la activista de Ugao, que hasta 25 años después no se atrevió a contar que estuvo a punto de morir por el VIH ni siquiera a la gente de su entorno. “No me atrevía. Ahora no me puedo imaginar que se hiciera lo mismo que me ocurrió a mí y a miles de pacientes de VIH, que vivimos nuestro confinamiento hospitalario en silencio. ¡Imagínate ahora a un paciente de coronavirus que tuviera que ocultar que lo padece! Dentro de la mochila de la salud, esta es una parte buena para los pacientes de esta pandemia, no todo va a ser malo. Son privilegiados por poder decir que están afectados y poder pedir ayuda, algo que no pudieron decir ni pedir la mayoría de los contagiados por VIH”, reconoce. “Es una de las grandes diferencias. Otra es el estigma e incomprensión que padecían también los profesionales sanitarios que nos atendían”, señala.

Porque Udiarraga recuerda como si fuese hoy que cuando estaba ingresada en el hospital y pasaba a atenderla el doctor Mayo, uno de los referentes del sida en Euskadi, la enfermera de turno se iba corriendo para no “contagiarse”. “La ignorancia era tal que provocaba ese tipo de situaciones. Ahora no les dan abrazos a los sanitarios porque no pueden por el contagio, pero los aplausos cuando alguien sale de la UCI y para los sanitarios a las 8.00 de la tarde me llegan al alma. Ojalá hubiéramos tenido nosotros en los momentos duros del sida un poco de ese cariño. Fue muy duro, mucho más de lo que la gente cree. Se tiende a olvidar lo que pasó, pero fue una tragedia de grandes dimensiones”, dice al borde de las lágrimas, rememorando los duros momentos vividos cuando lloró de emoción al ver en la televisión el primer caso del paciente que salía libre del coronavirus.

Recuerda que mientras estuvo ingresada en el hospital de Galdakao -el que le correspondía por ser de Ugao-, cuando bajaba la enfermera de la séptima planta temblaba: “Nos daba el parte de los fallecidos y decía: Hoy ha fallecido una de Arrigorriaga; otro día soltaba: Dos de Arrigorriaga, una de Basauri… y yo esperaba si iba a llegar a los de Miraballes que, como éramos de la zona, todos sabíamos quiénes eran”.

Las diferencias de conocimiento médico y medios tecnológicos en la epidemia del sida y en esta del coronavirus. Por eso, considera que si hubieran dispuesto de estas técnicas se habría podido controlar mejor el VIH. “Ahora hay un gran conocimiento científico sobre el virus y no existe el estigma ni la discriminación de la propia sanidad. Los investigadores que trabajaban con moléculas del VIH estaban apartados del resto. Los primeros médicos que atendieron a pacientes con sida incluso estaban apartados cuando comían. No se sabía nada de un virus que, decían, no infectaba más que por sexo. Hubo cinco años, desde 1984 a 1989, en los que por desconocimiento se perdió un tiempo de oro”, lamenta Udiarraga García.

“Ahora nadie se imagina a un paciente de coronavirus ocultando su enfermedad por miedo al estigma social”

“En los 90 también pedíamos a gritos los test para que la gente se hiciera la prueba del sida”

Activista de la lucha contra el sida