bilbao - Centros escolares, hospitales, conservatorios, comunidades de mujeres, asociaciones agrícolas, ambientalistas o deportivas, ludotecas? Estos han sido algunos de los escenarios en ciudades, municipios y aldeas de Asia, África y América del Sur sobre los que un centenar de jóvenes vascos han compartido durante el verano pasado su experiencia y su inteligencia emocional con el objetivo de sacar adelante medio centenar de proyectos solidarios. Su labor ha llegado a unas cinco mil personas beneficiadas con programas de empoderamiento, de hábitos de vida saludables, de educación especial? Una tarea humanitaria casi artesanal, concebida barrio a barrio, cerro a cerro, que ha dejado su poso entre los participantes [82 chicas y una docena de chicos] de esta última edición del programa Juventud Vasca Cooperante.

Esa ha sido al menos la sensación que, una vez finalizado el periodo de prácticas veraniegas, ha transmitido de manera unánime la brigada de voluntarios que un año más [y ya son 27] han tenido la oportunidad de conocer de primera mano otras realidades, más fundamentadas en la convivencia, el diálogo y los vínculos entre las personas de cada comunidad en la que estuvieron destinados. “Es una experiencia muy recomendable. Hemos aprendido mucho personal y profesionalmente. Te da la oportunidad de salir de tu zona de confort” relataban Laida, Alba y Maia, que han estado en Jutiapa (Honduras) dando clases de apoyo y ayudando a profesores. “Hemos aprendido muchísimo, casi a diario. No nos hemos planteado quedarnos, pero se mueven muchas cosas por dentro?”, añadían Irati Ayape y Ainhoa Goñi, quienes han trabajado en Senegal como enfermeras de último año en los puestos de salud que ofrecen atención [pero sin médicos] completa a la población.

Estos dos ejemplos representan una porción de la incalculable actividad desplegada durante estos meses en estos y otros lugares del planeta. “El compromiso es ejemplar y marca las claves de lo que puede ser una sociedad comprometida y solidaria” resumía en este sentido Marcos Muro, viceconsejero de Empleo y Juventud del Gobierno vasco, institución que apadrina este programa asistido por 23 ONGD que trabajan sobre el terreno en México, Ghana, India, Perú, Quito, Manta, Guatemala, Trinidad, Mozambique, Medellín, Bucaramanga, Pereira, Senegal, Cochabamba, Camerún, San Pedro Sula, Yungay, San Salvador? Próximamente se abrirá el plazo de selección para el verano 2020, confirmaban a DEIA fuentes del Ejecutivo vasco, que asume como propio ese balance superpositivo que contagian los participantes.

Las dos Maialen que estuvieron en San Juan de Lurigancho (Perú) animan a “dejar de lado los miedos y los prejuicios” y atreverse a salir de la zona de confort para contemplar el mundo desde otra dimensión. Una es fisio y la otra logopeda, y ambas dedicaban las mañanas a sesiones de terapia con alumnos con síndrome de Down, autismo y discapacidad cognitiva; “y por las tardes subíamos a los cerros a las clases de allí”, subrayaban entusiasmadas. Un noparar que ha vuelto a convertirse en el nexo del centenar de jóvenes participantes en el programa Juventud Vasca Cooperante [la mayoría (55) de Bizkaia], tal y como confirmaban Irati y Ainhoa: “Participamos en la consulta médica, otros días en vacunación infantil, en la sala de curas y otras veces estamos con la matrona en la consulta prenatal y los partos”. O como decía Iñigo Agirrezabala, que ha impartido clases de educación física en un colegio de Mozambique y entrenado a un equipo de voleibol: “Tengo bastante curro, pero estoy encantado”.

En Collique (Perú) estuvieron Janire Aldecoa, Iera Díaz, Itxaso González e Izar Larrea y en sus recuerdos despuntan aún los “cerros polvorientos”. “Allí nunca brilla el sol, las nubes permanentes no dejan ver el cielo, las niñas y los niños no saben cómo son las estrellas porque esa mezcla de polvo, smog y niebla no les deja verlas”. Desplazadas allí por la ONGD Serso San Viator, se afanaron todo el verano en la mejora de las condiciones de vida del lugar con especial atención a los más pequeños. Una tarea que sigue abierta, predispuesta a ser retomada por propios y extraños.

Y con razón también, porque como decían estas cuatro jóvenes “Collique es un sitio donde se trabaja para salir adelante, donde las personitas más pequeñas luchan por su derecho de ilusión, donde se trabaja el juego y la educación, donde se cree que para todos hay un lugar en el mundo”, valoraba Iera Díaz. Esta localidad de calles sin asfaltar y ruido constante de tráfico se caracteriza además por el volumen de familias desestructuradas que allí residen. “Son madres que cargan solas con más peso de lo que pueden soportar, jóvenes que no encuentran oportunidades, y niños y niñas a los que no se les permite soñar”, describían. Algo parecido expresaba Karla Agirre [en Kerala, India, colaborando junto a Uxue Franke con la Fundación Juan Ciudad] cuando apuntaba que “a pesar de lo positivo, en ocasiones es frustrante ver todo lo que se podría hacer con los más txikis y no se puede”. Ainhoa Goñi, desde Senegal, aporta una perspectiva femenina: “A veces nos genera cierta frustración o dilema la situación de la mujer en esas sociedades”.