donostia - Tras casi nueve años al frente de la dirección, Gorka Moreno deja de ser la cara visible de Ikuspegi, el observatorio de utilidad pública que ofrece un conocimiento sistemático de la inmigración extranjera en el País Vasco. La doctora en Sociología Julia Shershneva es quien asume ahora el nuevo cargo. Lo hace convencida de que la sociedad vasca, “abierta y solidaria con los inmigrantes”, tiene pese a todo un largo trecho que recorrer para poder hablar de un respeto pleno a la diversidad.

¿Qué panorámica observa a día de hoy desde la atalaya de Ikuspegi?

-Se ve que la inmigración no es un problema y que la población vasca la percibe de manera natural. A pesar de los rumores y estereotipos que persisten, observamos que los indicadores están mejorando, como lo atestiguan las estadísticas oficiales y los barómetros que nos permiten conocer la opinión de la sociedad.

¿Y qué opina la sociedad?

-Si medimos el índice de tolerancia de la población vasca, actualmente nos acercamos a la cifra más alta de la última década. De cero a diez nos situamos en un seis, por encima del 5,3 que se midió durante la crisis. El clima de convivencia a nivel de barrio nos da una nota de 6,14 cuando hace cinco años era de un 4,6.

¿Aquello de que vienen a quitarnos el trabajo está superado?

-Esa percepción fue muy acusada durante la crisis pero se ha ido diluyendo. Está claro que en un amplio sector de la sociedad su visión siempre va a estar supeditada a la situación económica del momento y a la sensación de inseguridad que puede suponer para la población autóctona una recesión económica.

¿Eso quiere decir que cuando vengan vacas flacas arreciará el primero los de casa?

-Desgraciadamente tenemos el riesgo de que ocurra, pero no solo en el País Vasco. Es algo que responde a la psicología social y humana. Cuando sentimos que hay un peligro, se reactiva el discurso de supervivencia. De hecho, la evolución del índice de tolerancia hacia la inmigración coincide con la evolución de PIB del País Vasco.

¿El hecho de que fuerzas declaradamente xenófobas cuenten con representación institucional está provocando un efecto negativo en la sociedad vasca?

-Aunque teóricamente pueda ser así, es algo que por el momento no hemos visto reflejado en la sociedad vasca. La gente escucha, pero tiene su propia opinión, que es estable. El discurso xenófobo puede afectar al grupo de las personas ambivalentes que no se definen y que pueden dar por buenos muchos de esos datos que no están ni contrastados. Aun siendo así, estos discursos no tienen en Euskadi tanta influencia como para cambiar radicalmente la opinión de la población. La crisis en ese sentido influye más que el discurso político.

¿No parece casi un contrasentido alimentar el rechazo hacia las personas de procedencia extranjera en una sociedad con desalentadoras proyecciones de población activa?

-Sí, es cierto que hay algunos datos que asustan. Ahora mismo hay en Euskadi muy poca población inmigrante que tenga más de 65 años. Hablamos de un 2% frente al 25% de la población vasca. Mirándolo exclusivamente desde un punto de vista utilitarista, está claro que necesitamos a gente joven para trabajar y cotizar de manera que el sistema social siga funcionando. La mitad de las personas a las que hemos encuestado está de acuerdo con la afirmación de que los inmigrantes permiten que la economía funcione mejor. Dicen que se les necesita para trabajar en algunos sectores de la economía.

¿Y qué nichos de empleo hay ahora mismo?

-En general, hay una crisis en los cuidados. En nuestra sociedad la mujer se ha incorporado al mercado laboral y nadie ha entrado para cubrir su hueco. La población latinoamericana está dando respuesta. Incluso durante la crisis, cuando se redujeron los flujos, siguieron llegando mujeres nicaragüenses y hondureñas a trabajar en el sector doméstico. En el de la construcción y la hostelería, después de destruirse tantos empleos durante la recesión, vemos ahora que también se están recuperando.

¿Solo hace falta mano de obra poco cualificada?

-En ese sentido, hay que hacer una observación. El hecho de que acaben en ese tipo de empleos no quiere decir que no vengan preparados. Es el fenómeno de la sobrecualificación. Es decir, muchísimas personas vienen con formación y títulos pero las dificultades para homologarlos les abocan a trabajar en otros trabajos.

Aquí nadie regala nada... ¿No hay muchas expectativas frustradas?

-La última encuesta está por salir, pero en las que se han realizado hasta ahora se ve que, en general, están contentos a pesar de todos los problemas a los que deben hacer frente, como pueden ser las trabas administrativas. Valoran muy positivamente los servicios que existen, como la sanidad o la educación. Lo hacen muy por encima de la población autóctona. Evidentemente, esa elevada satisfacción disminuye con el paso del tiempo en la medida que normalizan su situación.

Prácticamente el 10% de la población vasca es de origen extranjero. ¿Se ha producido un importante salto cualitativo?

-Es cierto que con la paulatina salida de la crisis se percibe un ligero incremento de los flujos de inmigrantes, el 70% de ellos de latinoamérica. Pero hay que hacer una precisión. En realidad, no es un aumento tan significativo como pueda parecer sino que obedece a un cambio en la metodología de estudio. Hasta ahora se había medido exclusivamente el porcentaje de personas de nacionalidad extranjera, pero desde 2015 a ese dato se suma también el de aquellas personas que han nacido en otro país y tienen ahora la nacionalidad española. Si en realidad tomamos exclusivamente el dato de las personas de nacionalidad extranjera estamos hablando de un porcentaje que no alcanza el 8%.

¿Que no sea un crecimiento brusco facilita la acogida?

-Sí, estamos hablando de una sociedad abierta y solidaria que ha sabido acomodar el paulatino cambio de una manera casi intuitiva. La convivencia no ha supuesto ningún problema, entre otras cosas porque no hablamos de tasas elevadas y existe una distribución homogénea de inmigrantes. Con las personas refugiadas la población vasca también ha respondido, aunque hace falta sentar las bases de unas políticas de integración y de gestión de la diversidad, algo en lo que está trabajando el Gobierno Vasco.

¿Qué entiende por diversidad?

-Se tiende a vincular exclusivamente diversidad con inmigración, pero no es así. No hay más que ver lo que ocurre con las llamadas segundas generaciones. ¿Hasta cuándo vamos a seguir llamando inmigrantes a jóvenes que han nacido aquí y han pasado por el sistema educativo vasco? Por eso hay que hablar más de diversidad que de inmigración. El nuevo plan del Gobierno Vasco busca en ese sentido reorganizar las áreas de trabajo.

¿Es incorrecto, por tanto, hablar de segundas generaciones?

-No es que sea incorrecto, pero conlleva el riesgo de estigmatizar a las personas. Hemos realizado varias investigaciones respecto a esta realidad que hasta ahora no se había estudiado en Euskadi. Se trata de crear las condiciones para que estas personas sean uno o una más en la sociedad.

¿Qué les dicen esos menores que han nacido aquí o han llegado a una edad muy temprana?

-Ellos nos dicen claramente que se sienten vascos y vascas. Lo que queda por trabajar es cómo los ve realmente la sociedad, si como uno más o como un inmigrante. Es curioso porque hay muchas personas que ni siquiera han pisado su país de origen, hablan euskera, su entorno de amistades está muy arraigado aquí y se sienten completamente de aquí. ¿Les vamos a llamar inmigrantes? Ahí está el debate.

¿Lo pasan mal?

-Algunos relatan que en el colegio son objeto de burla, o que se han cansado de decir que son del País Vasco a pesar de que sus rasgos sean distintos a los nuestros. Es un fenómeno relativamente reciente y hay que esperar más tiempo para ver cómo evoluciona la convivencia. Pese a todo, tampoco es que se perciba esta realidad como un grave problema para llevar una vida normal.

¿Lograr un mayor respeto es cuestión de tiempo?

-Sin ir más lejos, el machismo hasta hace no tanto tiempo tenía su legitimidad. Ahora se han ido cerrando espacios donde se puedan manifestar esas posturas abiertamente. ¿Quiere decir que las personas machistas hayan desaparecido? Ciertamente, no, pero al menos ahora ya no se airean discursos machistas con total impunidad y sin recibir la condena de la sociedad. Ese es el camino que hay que andar. Con el tema de la diversidad tiene que ocurrir algo parecido.