Bilbao - Existe una convención social sobre qué es la vida: trabajo, responsabilidades, familia. Y en esa lógica llega un día en que la etapa laboral toca a su fin y entonces puede parecer que la vida se detiene; que ya se ha dado lo mejor de uno mismo y que ya se sabe todo lo que hay que saber. Pero cada vez hay más gente dispuesta a romper con esa versión oficial de la vida para seguir aprendiendo más allá de la barrera de los sesenta. Un ejemplo de esta generación mayor inconformista son las 85 personas de la decimosexta promoción de las Aulas de la Experiencia de la Universidad del País Vasco que ayer obtuvieron el diploma en Ciencias Humanas.

La ceremonia de entrega, que estuvo presidida por la rectora de la UPV/EHU, Nekane Balluerka, se salió del guion porque entre el público no había padres parapetados tras el móvil para inmortalizar la ocasión, sino hijos orgullosos de su padre o madre diplomada. Y no es para menos, porque el título en Ciencias Humanas “no se regala, se obtiene, y es la combinación de un trabajo que dura cuatro años. Obtenerlo es un éxito”, afirmó Alfonso Unceta, director de las Aulas de la Experiencia.

Con este acto, la universidad reconocía “el esfuerzo, deseo y vitalidad” que han puesto en el asador las 53 mujeres y 32 hombres que se lanzaron a lo que la rectora definió como “aventura del conocimiento”. Balluerka echó mano a la cita de Montaigne -“las arrugas del espíritu, y no las de la cara, son las que nos hacen viejos”- para describir a quienes nunca han cerrado las puertas al saber y la cultura. La rectora dijo de este alumnado que “tiene el espíritu joven, bien hidratado, con muchas ganas de conoce más, y de enseñar más”. Balluerka no iba mal encaminada.

He ahí a la exhostelera y ama de casa Antonia Pérez que, a sus 60 años, ha cumplido un sueño. “Siempre quise estudiar en la universidad porque nunca pude hacerlo de joven. Me ha costado tres años poder entrar, pero estoy feliz porque me he quitado la espina que tenía clavada”, dijo. “La experiencia ha sido buenísima, volvería a repetir con los ojos cerrados. Me ha aportado mucho: conocimientos, la posibilidad de socializar con compañeros y conocer a gente que de otra manera no habría conocido”.

Dejó la Medicina por la Ertzaintza y tras su jubilación José Luis Medrano regresó a la universidad. “Las Aulas de la Experiencia son una maravilla porque te permiten socializar con la gente y el nivel de los profesores es muy alto. Aquí nos juntamos gente muy diferente, pero con las mismas inquietudes de aprender y compartir experiencias”.

Víctor del Hierro trabajaba en banca, un sector en el que siempre fue feliz hasta que se tuvo que prejubilar con pena. “La universidad nos viene como un complemento excelente porque tienes que llenar las horas y es una experiencia muy recomendable”. Del Hierro afirmó que “hay que venir con la mente abierta porque todo el mundo tiene la oportunidad de aprender, lo que hay que tener es predisposición y afrontar el curso con optimismo. Luego cada uno coloca el listón a la altura a la que quiera. No hay más exigencia que la que tú te pongas”.

El excontable Joaquín Andrés Bilbao es de la misma opinión. “Yo me llevo la satisfacción de haber cumplido un reto que tenía pendiente, hacer algo a nivel universitario más allá de lo que hice en mi juventud. Me llevo el compañerismo, las relaciones de amistad que hemos tejido y compartir nuestros conocimientos. Es algo extraordinario”.

Margarita Cortázar era secretaria de dirección, cerraron la empresa y después de dar varios tumbos, unas amigas le hablaron de las Aulas de la Experiencia. “Venir a la universidad a nuestra edad te hace sentir parte de un todo, eres importante, conoces gente de sectores muy distintos y sin embargo hemos hecho piña. Parece como que nos necesitásemos. Luego, es un verdadero orgullo tener los profesores que tenemos”, comentó.

Ángeles Parra siempre fue dependienta y ha cumplido el objetivo de graduarse porque “siempre quise estudiar y nunca pude. Aprender es lo más importante en la vida y a nosotras aún nos queda mucha vida por delante. La calle enseña mucho, pero también enseña leer, la curiosidad y me faltaba ese puntito académico”.

Tras trabajar cuarenta años como enfermera en el Hospital de Cruces, Mari Ángeles Marco tenía una “deuda pendiente” con las letras a sus 71 años. “Es una forma de tener el tiempo ocupado, de aprender cosas nuevas, de acercarme a la literatura y verla con otros ojos, ahora me encanta”, confesó.