GARI y Mara son insaciables. Con apenas ocho semanas de vida se cuelgan en los pechos de su amatxu, Garbiñe, y maman al unísono. Las navidades de Garbiñe Fernández de Arroiabe y de Imanol Barainka no pueden ser más especiales. Con sus dos bebés, han visto cumplida su mayor ilusión y Olentzero ha llegado a Lekeitio cargado de pañales. La de Garbiñe e Imanol es una historia de tesón y de que el deseo de maternidad y paternidad mueve montañas. “Siempre he querido tener hijos y con veintipocos años ya decidí que quería ser madre, pero pasaron cuatro años y los niños no llegaban así que lo consultamos en Osakidetza”, narra Garbiñe, de 31 años, en lo que iba a ser el comienzo de una gran aventura.
Derivados al hospital de Galdakao, se sometieron a cinco inseminaciones artificiales. “Yo producía muchos óvulos pero en mis ciclos naturales a veces no llegaban a madurar y con el tratamiento a veces había que anular la inseminación porque estaba sobreestimulada”. “No entendíamos qué pasaba. Por qué si elegían los mejores espermatozoides, si buscaban el día ideal... no conseguía quedarme embarazada”, describe Garbiñe, quien reconoce que a veces, cuando volvía a tener la regla, sucumbía al desánimo. “Ella se hundía y yo sufría”, enfatiza Imanol Barainka, de 35 años.
El tema se empezó a prolongar en el tiempo y el ginecólogo les aconsejó que probaran la fecundación in vitro. Para esta técnica tenían que acudir al hospital de Cruces y les citaron para 18 meses después. Demasiada espera y demasiada tensión. Sin embargo, la pareja no tiró en ningún momento la toalla. “Nos dijeron que en IVI Bilbao iría todo el procedimiento más rápido y probamos suerte”, precisan. Apenas un mes después de llamar a IVI, ya empezaron sus primeras pruebas en la clínica de Leioa. Y todo fue sobre ruedas. Garbiñe se quedó embarazada en el primer intento.
“Yo no quiero más dinero, ni tener más cosas, yo lo que quiero es dedicarme a mis hijos, estar con ellos y disfrutarlos”, dice Imanol que hace más de tres años se quedó en paro y montó un invernadero en el caserío para dedicarse a la huerta y a la agricultura ecológica, aunque desde que han nacido los txikis tiene la siembra abandonada. A esta pareja de Ispaster la felicidad se les ve en la cara. “Prefiriríamos vivir sin coche o sin bienes materiales pero no renunciar a tener una familia amplia”, señalan.
Todo a la vez y por dos
Imanol es un padrazo. Ejerce de aita pero no le duelen prendas en hacer de ama. “Amamantar a dos bebés a la vez es complicado. Se despiertan los dos al mismo tiempo y siempre me levanto las mismas veces que Garbiñe para ponerles en el pecho o cambiarles los pañales”, explica el joven. Porque Gari y Mara han aprendido a hacerlo todo a la vez, duermen en la misma cuna, toman teta al mismo tiempo... Están tan identificados que hasta pesaron justo lo mismo al nacer en una cesárea programada en la semana 38: 2,730 gramos. “Los médicos no se lo creían. Pensaron que habían pesado al mismo dos veces”, bromean. Ahora son ya dos morroskitos que superan los cuatro kilos aunque Gari, de carácter tranquilo haya adelantado ligeramente a Mara que, más movida, perdió más peso en la clínica.
Garbiñe no puede ocultar la dificultad de la experiencia. “Te da un subidón cuando te comunican que estás embarazada pero luego tienes momentos de bajón porque crees que el embarazo se puede malograr, por eso acudí al psicólogo de IVI”, relata. Es tan feliz que todavía hoy casi no se lo cree. “Cuando me dijeron que estaba embarazada, no me lo creía, di a luz, les vi la cara y casi no podía creérmelo”, cuenta emocionada.
Esta joven recuerda la importancia de hablar sin tapujos de la infertilidad. “Cuando una mujer está embarazada, habla de su primera ecografía, de si tiene antojos... Sin embargo, cuando una pareja está en tratamiento, nadie habla de la primera inyección, no habla de lo frustrada que se siente porque le ha bajado la regla y hay que sacarlo a la luz”, subraya. “Hay que decir que son niños in vitro y contarlo sin vergüenza”, confiesa.
A pesar que están aprendiendo a hacerse con los recién nacidos, no descartan ampliar la familia porque tienen ocho ovocitos vitrificados. Pero Garbiñe e Imanol son, ante todo, una pareja con los pies en la tierra. Con una faceta de madraza que no le cabe en su menudo cuerpo, Garbiñe es consciente de “que las mujeres somos mucho más cosas que ser madres. Hay que hacer todo lo que se pueda por cumplir esta ilusión. Pero ¿qué ocurre si no sucede? ¿Qué ocurre si no puedes ser madre? Quizá te puedas venir abajo al principio, pero hay que ser consciente de que no es lo único ni lo más importante”, dice mientras arrulla a sus bebés que acaban de mamar, otra vez, se han relajado y pronto se quedarán dormidos.