ES fácil saber cuándo se está sobrevolando territorio chino. No hay más que mirar tranquilamente por la ventanilla del avión hasta que, como por arte de magia, la superficie terrestre desaparece bajo un manto grisáceo que nada tiene que ver con nubes o niebla. Es la espectacular capa de polución atmosférica que caracteriza a la China del siglo XXI y que tiene efectos devastadores aquí y ahora.

No hay que esperar a que se materialice el cambio climático. Según un informe del Banco Mundial, dieciséis de las veinte ciudades más contaminadas del mundo están en el país de Mao, donde casi un millón de personas muere de forma prematura por esta causa. Aunque Estados Unidos todavía le supera ampliamente si el cálculo se hace por habitante, según la Agencia Internacional de la Energía China es ya el principal emisor de CO2 en números absolutos, con más de 6.000 millones de toneladas métricas al año.

Los problemas se presentan rápido en el recién llegado. Los ojos enrojecen y la garganta escuece. Hacen falta horas, incluso días, para adaptarse a la atmósfera de las grandes urbes de la emergente superpotencia asiática, en las que el cielo azul es una utopía. Pero lo peor no está en Pekín o Shanghai, ni siquiera en el centro industrial de la desembocadura del río de la Perla, donde se concentran los núcleos manufactureros de la provincia de Cantón. No. El verdadero drama de la polución está lejos de los espectaculares fogonazos de neón de la costa este. Está en el corazón del país. Es la China negra de las minas de carbón y de la industria pesada. Donde, según un estudio gubernamental realizado en 320 núcleos urbanos chinos, en dos de cada cinco la calidad del aire oscila entre contaminada y peligrosa.

La provincia de Shanxi, en el centro norte del país, aporta cuatro de las diez ciudades más sucias del planeta. Linfen tiene el dudoso honor de encabezar la lista. Se trata de un bocho de tres millones de almas rodeado por montañas horadadas sin piedad por minas legales e ilegales que buscan el mineral que, de momento, sirve de sustento energético al país en un 70%. Dicen en esta ciudad infernal de aire enrarecido y hedor persistente que no se puede tender la colada en la ventana, porque vuelve a ensuciarse antes de que se seque, y apuntan en los hospitales de la provincia que los cánceres del sistema respiratorio se han triplicado en las últimas dos décadas. Historias similares se escuchan en las regiones vecinas de Hebei y Mongolia Interior, donde la blancura de la nieve que cae estos días dura poco tiempo. Enseguida la cubre una fina capa negra. Ni siquiera el Londres gris de profundas sombras que describía Dickens podría competir con esta triste estampa.

Minería y carbón Pero hay mucho más. Aunque las humeantes torres de centrales térmicas y las márgenes de ríos llenas de espuma química copan la atención de este problema, gran parte de la contaminación no se ve. Ni se siente en primera instancia. Varios casos de extrema gravedad han revelado la magnitud del problema este año. Hace un par de meses, en las provincias de Shanxi y Hunan, enfermaron misteriosamente más de dos mil niños. Pocos días después se descubrió que el origen del mal estaba en unos niveles exorbitados de plomo, que se había filtrado desde unas fábricas cercanas. Más al norte, en la frontera con la Siberia rusa, varias ciudades tuvieron que cortar el suministro de agua porque estaba seriamente contaminada. "Es probable que haya muchos casos parecidos que sencillamente no han sido revelados", declaró Ma Tianjie, de Greenpeace China, a la agencia France Presse. De hecho, se estima que varios millones de personas no tienen acceso a agua potable.

Y las consecuencias pueden ser mucho peores. Según el Instituto Blacksmith, de Estados Unidos, Tianying es la segunda ciudad más contaminada del mundo. Pero, en este caso, el peligro viene de los metales pesados que se extraen en los alrededores. Éstos terminan en los vegetales que ingiere la población, y en los que se han encontrado materias tóxicas que multiplican por 24 el estándar chino, algo que tiene efecto directo en la capacidad intelectual de los recién nacidos.

Esta lacra se extiende por todo el país. Nadie está a salvo. En la capital, Pekín, el número de recién nacidos con deficiencias o deformidades se ha disparado, aunque no todas son achacables a la pésima calidad del medio ambiente. El año pasado, la tasa alcanzó los 170 por cada 10.000 nacimientos, casi el doble que en 1997. En otras zonas más industriales, la tasa se eleva hasta los 246 casos.

El problema no es la falta de una normativa estricta. "La principal dificultad reside en la escasa aplicación de la ley a nivel local. Como disponen de pocos recursos para controlar a las industrias, las empresas se libran de las sanciones", subraya Ma. Para evitar esta situación, Pekín obliga desde este año a que los gobiernos regionales publiquen informes veraces sobre la situación medioambiental de sus territorios, una iniciativa que las ONG han recibido con cauta alegría.

Casi el 10% del PIB Esta situación, obviamente, tiene un costo económico muy elevado. En 2007, y por primera vez en la historia, el Banco Mundial analizó el impacto que tiene la contaminación en las cuentas chinas. Calculó su precio en fríos números, y sin tener en cuenta las alteraciones climáticas que se le pueden atribuir. El resultado fue espeluznante: la polución le cuesta a China entre el 9% y el 10% de su PIB.

De ese porcentaje, un 3,8% corresponde a la contaminación atmosférica, a la que se suma un 2,4% de la que sufre el agua, cuyo impacto se traduce en graves daños en las cosechas y en la fauna de ríos y mares. Muchas veces ambas van de la mano en forma de lluvia ácida, y todavía queda añadir el costo que el tratamiento médico de las enfermedades relacionadas tiene para el sistema de Salud y, en su defecto, para las familias que no cuentan con ningún tipo de seguro, que se cuentan por cientos de millones.

Según los últimos datos gubernamentales, generalmente mucho más conservadores, el daño es de algo más de 135 millones de euros. En cualquier caso, la cifra es astronómica y supone un aliciente importante para que un país tan pragmático y motivado por el dinero como China trate de obtener resultados concretos de la cumbre de Copenhague que comienza mañana. Porque, se mire por donde se mire, el precio de no dar una rápida solución al problema de la contaminación y el cambio climático será mucho más elevado que el de hacerlo.