CUANDO la pobreza entra por la puerta, la democracia salta por la ventana. Correos, que antes de la era de internet se llamaba Correos y Telégrafos, podría denominarse ahora Correos y Pucherazos.

Han desarticulado en Melilla un red de trapicheo de sufragios. Lo que viene siendo el menudeo de votos. El trapi. El bisnes.

–¿Tienes algo para pasar?

–Un voto de la sección 3 del colegio del Poeta Camela. Y otro par de los güenos-güenos, de una urna muy abstencionista, de la sección 4 del Colegio Ironmaiden.

–¿Por cuánto me lo dejas todo?

–Está muy mala la cosa, amigo. Yo no los vendería si no me hicera falta de verdad, pero...

–Mucho vicio es lo que te corre por el cuerpo. Te doy 250 euros por todo.

Una cosa así me imagino el trámite de compra de votos por correo en Melilla. Personas necesitadas que llegan justo al fin de cada día. Una red con mucha calle que ejecuta la intermediación. Y alguien de un partido político con menos escrúpulos que vergüenza.

Lo más llamativo es que el presunto motor de la trama, el que aportó la manteca que engrasó la maquinaria, pertenece a una formación política teóricamente progresista: Coalición por Melilla. Una grupo que se define como de izquierda recurriendo a las prácticas caciquiles de la Restauración Borbónica. La de hace siglo y medio, precisamente cuando alguien inventó el término pucherazo. Increíble.

La práctica del citado pucherazo consistía básicamente en llevar dentro de una cazuela, o similar, los votos precisos para asegurar el resultado correcto y añadirlos a la urna. Sin sofisticaciones ni zaranzajas. Y luego, con un par, procedían al recuento de sufragios. No fuera a ser que se hubieran confundido y tuviera que mandarse a un propio a por otro puchero. En este caso, el concepto de recuento posee sentido pleno: cuento dos veces. Cuento, o sea, relato de ficción.

En Melilla, el fraude se ha tecnificado un poco más. Pero sin llegar a necesitar los recursos de Misión Imposible. Es preciso manipular la firma de entrega del voto en la oficina de Correos. Y tira millas. Siempre es mejor que no se presente alguien en la ventanilla con una olla exprés cargada de votos. Y, al día siguiente, que no repita el mismo interfecto con la idéntica olla. Cantaría un poco. Hasta ahí sí que le ha dado a la trama melillense.

Pero claro, si la solicitud de voto por correo se multiplica repentinamente en Mellilla y alcanza a más de una cuarta parte del censo, hasta el mismísimo inspector Clouseau hubiera deducido que se debe a algo distinto a un pronóstico de granizo para el domingo, muy improbable en el norte de África. A ese dato se añaden los reiterados asaltos a carteros para robarles ¿la moto? noo, la saca. Blanco y en puchero.

Cómo será que hasta el CNI ha metido cuchara en el puchero. Investigan si se ha producido un asalto de votos a la valla de Melilla. Miles podrían haber cruzado la frontera y estarían ocultos, aguardando al domingo para lanzarse al interior de las urnas. La repanocha. Ante el panorama, Marlaska valora introducir un guardia civil dentro de cada urna. No vaya a ser.

Demasiados moros, habrán pensado quienes acusan a otros de racistas. Y zas, esta tarde han desarticulado otra trama en Mojacar. A este lado del estrecho. Gente nativa.

James M. Cain noveló en El cartero siempre llama dos veces una relación pasional, condicionada por la misería y la frustración, que termina con el asesinato del marido de la protagonista. En Melilla ha sucedido otro tanto. Pero el triste marido era el sistema electoral.