Era el primer día de campaña electoral. Y la foto lo dice todo. Se trata del candidato de EH Bildu a diputado general, Iker Casanova, y la candidata a la Alcaldía de Bilbao, María del Río. Ayer, a la hora del hamaiketako, junto al Mercado de La Ribera, dando lo que en el argot periodístico se llama canutazo. Nada que ver con Bob Marley, aunque, en ocasiones, estos canutazos también puedan resultar ligeramente estupefacientes. 

Un acto electoral bajo el aguacero y los paraguas. Toda una metáfora teniendo en cuenta que a la coalición abertzale le han llovido denuncias y reproches en las últimas horas por incluir en sus candidaturas a 44 personas condenadas por pertenencia o colaboración con ETA. 

A la intervención de la Fiscalía se le puede calificar como granizo. Y, visto desde la perspectiva de la izquierda radical, se puede pensar que es bueno que llueva. Le viene bien al campo. Y llena los pantanos de votos. El pedrisco de la Fiscalía General del Estado incluso podría terminar funcionando como abono.

Cuanto más nubarrones con togas y puñetas amenacen a Arnaldo Otegi, mejor. Puede que el riego alcance terrenos que se sospechaban poco fértiles. Que los truenos suenen en lugares inesperados. Y los rayos se vean muy lejos, tanto que despierten simpatías olvidadas.

Los aguaceros verbales de Vox constituyen fertilizantes de primera. Cada denuncia es el maná caído del cielo. Cada exabrupto, vitamina pura. Se trata de una dialéctica bien conocida: cuanto más fuerte sople el viento en la tormenta, más energía cargará el aerogenerador.    

A quienes organizan los actos de campaña les parece que el cambio climático va demasiado lento: odian la lluvia

Pero cabe una reflexión más allá de la metáfora del clima electoral. El tiempo atmosférico de ayer, que cumplía a rajatabla con el refrán de “hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo”, perjudicó seriamente a un sufrido grupo de profesionales. Unos profesionales a quienes les parece que el cambio climático va demasiado lento. A paso de tortuga. Se pondrían a quemar en persona minas enteras de carbón para producir CO2 por toneladas. Encenderían los motores de miles de viejas DKW para llenar la atmósfera con el humo negro de sus pésimas combustiones de gas-oil.

Esta gente, aunque vaya en bicicleta por la vida y se apunte a dietas veganas, sufre por lo lentísimo de la desertificación del planeta.

Pueden ser más ecologistas que Greta Thunberg, pero, le ponen velas a Standard Oil para que abarate el petróleo y que caravanas de trailers corran haciendo sonar sus cláxones por la Autopista Transamazónica. Por muy verdes y progresistas que sean los postulados que defiendan. Por muy compremetidas y comprometidos que estén con la economía circular, el reciclaje y la sacrosanta descarbonización. 

Se trata de las y los profesionales de la planificación de los actos de las campañas electorales.

EH Bildu sufríó los efectos de dos chaparrones ayer, el climatológico y el de las denuncias por llevar a 44 exmiembros de ETA en listas

Son personas que aborrecen la lluvia. Odian el viento. Despiertan de madrugada, con el cuerpo bañado en sudor, porque han soñado que un escrache les ha arruinado el fenomenal plan de la siguiente jornada. Ensayan con su candidata o candidato las frases liosas: no quieren convertirse en el proximo meme con algo tipo “es el vecino el que elige al alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde”.

Y, sobre todo, miran una y otra vez la aplicación del móvil que les informa del porcentaje de posibilidad de lluvia para el día siguiente. Con un 40% empiezan a tomar ansiolíticos y a repetirse “debimos contratar la carpa”. Estos profesionales quisieran que Euskadi tuviera ya el clima de Écija. Aunque sea solo hasta el final de la campaña. Pregunten, pregunten a quienes organizaron el acto de la foto.