OCA disimular. Imputan a Dolores de Cospedal y Pablo Casado se hace el sueco. Clama impertérrita la voz de Colón por los indultos y Pedro Sánchez entretiene el cotarro activando el ventilador de cambios en su Gobierno. Puigdemont se hace cada día más presente desde la distancia y de repente hay fecha para la mesa de diálogo. La tarifa de la luz llena de preocupación las cocinas y de memes las redes sociales y Carmen Calvo lo reduce infantilmente a una cuestión de feminismo porque solo planchan las mujeres. Todo sea por pinchar los globos más incómodos. Solo se resiste Marruecos. Una pesadilla que se llevará por delante la incapacidad diplomática de una ministra.

En el PP se las prometían muy felices y envalentonados disfrutando de la efervescencia madrileña cuando les ha sacudido la enésima, que no la última, bofetada de la corrupción. Lo han querido disimular mirando a la luna de Ceuta entre hooligans vituperando a periodistas, temerosos de que les queda el trago más amargo de tan nefasto culebrón. Bien saben en Génova que los cuervos olfatean ávidos las huellas de Soraya Sáenz de Santamaría, como mínimo, y de M. Rajoy a no mucho tardar. Entonces será el rechinar de dientes porque el estallido mediático de tan sonoras acusaciones aguará la pólvora de la liberación de los presos independentistas. Sánchez cuenta con ello y con la inevitable remodelación ministerial para recuperar el aliento, posiblemente cuando atraviesa por su momento de mayor aturdimiento. Es fácil imaginar que la asignación de un par de carteras a nombres entre rimbombantes e inesperados desviaría la atención mediática y permitiría aplacar la presión de las últimas semanas.

En todo caso, ¿hasta dónde afectarán al PP las últimas estaciones de este calvario? Quizá algo menos que la explosión de los indultos al PSOE. Para conseguirlo, Casado jugará la baza de los tiempos. Dirá sin ponerse colorado que Cospedal -incluso Soraya y Rajoy- es el pasado y Junqueras, en la calle, el presente, sobre todo si acaba sentándose en la mesa de Moncloa. Hasta Teodoro García Egea soltará entonces una gracieta propia de su talla política para traspasar la presión a los socialistas. Los populares ya vienen purgando su descarada desfachatez en sucesivas entregas electorales. Que Rato vuelva al banquillo apenas revuelve ya un puñado de tripas democráticas. En las urnas del reciente 4-M, incluso, nadie se debió acordar del tamayazo, de las comisiones de Ignacio González en el Canal de Isabel II o del máster de Cristina Cifuentes. Además, siempre tendrá a mano ese granero de Ciudadanos al que sigue devorando sin compasión ética y así cubrir con creces la derrama por tanta imputación y chulesca impunidad.

En el PSOE, contienen temerosos el aliento. Les asusta sobremanera el efecto de los indultos. Entre el garrote de la derecha y el diálogo de la descomprensión tienen clara la calle de salida, pero también su coste. En Castilla-La Mancha, Aragón y Extremadura se afinan las trompetas para clamar contra la liberación de los independentistas procesados. En Madrid, siguen noqueados y, aún peor, sin propósito de enmienda mientras aparecen las eternas capillitas. En Andalucía, temen que las primarias supongan un desgarro que les impida recuperar el poder de la Junta mucho más tiempo del que imaginaron al perderlo. Y en el Gobierno siguen explicándose fatal. La regulación de la tarifa eléctrica les ha estallado en la cara como castigo a unas ingenuas justificaciones que solo crean desasosiego y desconfianza en el usuario. En el caso de las nuevas restricciones para aplacar el virus del covid se han disparado un tiro al pie. La ministra de Sanidad ha enervado innecesariamente a un ramillete de territorios con un desproporcionado derroche de testosterona centralista que aniquila de un plumazo la esencia de la co-gobernanza y vilipendia las competencias autonómicas.

En cambio, en una mitad de la Catalunya política nadie oculta sus bazas ni desvía sus propósitos. Les favorece coincidir sus aspiraciones soberanistas con el momento de mayor debilidad del Gobierno español. Por eso consideran que el indulto suena a derrota y que solo les sirve la amnistía. En la otra parte, guardan silencio. Escuchan impotentes y divididos cómo el clan de Waterloo se fortalece, mientras ERC exige a Sánchez la presencia de Junqueras si se quiere un diálogo de verdad para así justificar que enseña los dientes. Y esperan que quizá llegue ese día en el que la Generalitat vuelva a gobernar.