Desgraciadamente no son las únicas ocurrencias que se propagan, propias, en algunos casos, de un acusado nerviosismo por el persistente clima de incertidumbre y pesimismo que contamina el ámbito institucional y, en otros, de un descarado protagonismo. Las hay también como consecuencia de un desmedido afán presidencialista que rezuma un espíritu peligrosamente jacobino. Ha ocurrido con el aparatoso revolcón de las autonomías al indisimulado afán del Gobierno central por monopolizar la gestión del maná de los fondos europeos. La ministra de Hacienda ha acusado el coscorrón del propósito de enmienda en un tema demasiado goloso para la proyección política como bien sabe Pedro Sánchez. Es probable que ahora mismo no haya un asunto más apetecible encima de la mesa de las grandes consultoras y los fondos internacionales que la financiación de los proyectos susceptibles de esta ayuda generosa de la UE y, claro, de la consiguiente comisión de gestión por el éxito final.

Ni siquiera el juicio contra Cristina Cifuentes se hace un hueco estelar. Los juguetes rotos dejan de interesar. Otra cosa será cuando Luis Bárcenas encienda la mecha para ver quién se salva de la quema. La preocupación interna en el PP por esta interminable sangría de la corrupción es real, aunque en Génova se disimula con otros cortafuegos como la crítica al CIS por la encuesta de traje a medida del PSC que acaba de cocinar el ideólogo José Félix Tezanos y que, en paralelo, augura un significativo sorpasso de Vox dentro de la guerra de guerrillas de la derecha que acarrearía imprevisibles consecuencias para Pablo Casado si se consumara. Esta hecatombe de los populares alentaría más si cabe la desmedida ambición de Isabel Díaz Ayuso, aunque la presidenta portada de Vanity Fair ha encontrado en el alcalde de Madrid un hueso difícil de roer para sus personalistas intereses. Obviamente, para los afiliados con derecho a voto en este territorio tan influyente no importa ni las vergonzantes montañas de nieve aún sin recoger en incontables calles de la capital o la saturación hospitalaria de la Comunidad, incluso sin vacunas para dispensar. Por eso, todos a una saben que alcalde y presidenta representan el único ariete con sólidas garantías de repercusión nacional para debilitar a la coalición de izquierdas gobernante.

Pese a todo, el auténtico nudo gordiano está en Catalunya. La intervención judicial ha vuelto a contaminar la causa política como si fuera una maldición permanente. Con unos ratios de contagios que asustan a la ciudadanía y a los propios sanitarios y una descarada ausencia de medidas concluyentes y restrictivas, jueces y políticos solo tienen tiempo para justificar cuál es la fecha más idónea de acudir a unas urnas. Y como es habitual, no se les ocurre ponerse de acuerdo.