SUMO que saben ustedes lo que ha pasado con esa vieja película. Al parece vivimos un resurgir de cierto espíritu entre puritano e inquisitorial que casi cada semana nos depara una nueva sorpresa. Es chocante que los campeones de ese puritanismo casi victoriano se crean progresistas, dado que su búsqueda de la pureza es propia de un reaccionarismo temeroso de la libertad. Solo la ignorancia histórica de que hacen gala algunos primeros espadas de esta ola de la corrección cultural permite dar por buenas visiones del pasado tan simplistas y planas.

En el Renacimiento empezamos a entender el pasado como otra época diferente, con sentido autónomo y no como un mero reflejo de nuestro presente y sus categorías mentales. Ahora, de la misma forma que los pintores medievales podían recrear a los primeros cristianos, a los romanos clásicos o a las figuras del Antiguo Testamento con ropajes anacrónicamente contemporáneos y con fondo de castillo gótico, así nosotros describimos a Colón que a Churchill con anacrónica mentalidad contemporánea participando de nuestras disputas. Luego distribuimos a los personajes, con pueril maniqueísmo, en el cesto blanco de las inocentes víctimas o en el cesto negro de los sanguinarios agresores, según la moda del momento o nuestro capricho, sin capacidad para estudiar el contexto y sus matices o para contemplar la maravillosa infinita complejidad de cada uno.

Esta semana han pagado los citados Colón y Churchill, y bien podríamos nosotros -lo diré en bajito, para no dar ideas- pasar por la guillotina ideológica de ese inquisitorial tribunal de salud pública que nos hemos montado, a aquellos Señores de Bizkaia retratados en la Sala de Juntas de Gernika que no pasaran el filtro de la corrección política una vez examinados en materias como igualdad de género, sensibilidad social, tolerancia religiosa o no discriminación racial.

Una plataforma de cine en casa ha retirado Lo que el viento se llevó por presentar una visión de la esclavitud alejada de sus conflictos y sufrimientos. Ya puesto podríamos pedir al Ayuntamiento de Bilbao que retirara del más querido teatro de la villa el nombre de Arriaga. Es nuestro compositor del clasicismo más importante, cierto, pero escribió una ópera titulada Los esclavos felices. La música era inocentemente juguetona, pero poca bromas con esto: lo hizo en un momento en que la esclavitud no había sido aún abolida formalmente, lo cual redobla su culpabilidad.

Además de enviar a la pira purificadora los retratos de los Señores de Bizkaia y al bueno de Juan Crisóstomo, quiero que arda también El Quijote por su contribución a la difusión de estereotipos negativos de los vizcainos -aquí como sinónimo de vascos- como personas de poca sutileza, torpe hablar y naturaleza iracunda, pendenciera y perdedora. Es claro que Cervantes ridiculiza a los vascos. De modo que bien podría estar en la lista, junto al Cid e Isabel la Católica, por no promover el entendimiento de la diversidad cultural entre los pueblos del estado. De paso metemos a Unamuno en el mismo saco, por reírle la gracia a Cervantes. La próxima semana podríamos seguir nuestra santa labor de purificación de nuestro pasado con otros nombres igualmente culpables.

Abascal, fiel a sus referentes intelectuales e históricos, ha gritado en sede parlamentaria, 80 años después de que lo hiciera su maestro Millán Astray, el famoso ¡Viva la muerte! Es el momento en que el resto de nosotros contestemos a una con él: ¡Muera la inteligencia!, ¡muera la complejidad!, ¡muera el pasado!, ¡muera, en el nombre de la idea de diversidad, la diversidad misma!